Tribuna

Antonio ojeda avilés

Adémico de la Real Academia Española de Jurisprudencia y Legislación

Hartazgo de los príncipes mendigos

Hartazgo de los príncipes mendigos Hartazgo de los príncipes mendigos

Hartazgo de los príncipes mendigos

Parece que la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid, la señora Cifuentes, ha roto la buena impresión que teníamos de ella con sus declaraciones sobre los 3.000 millones del Fondo de Solidaridad que los madrileños pagan a los andaluces para compensar nuestras deficiencias. A estas alturas ya ha quedado claro que es falso, y la señora Cifuentes ha pedida excusas, pero no importa: la postverdad se lo lleva todo por delante y, sencillamente, lo que resta es el nuevo aldabonazo que dan las comunidades ricas al verse privadas de mucho más de lo ordinalmente justo para que unos pueblos haraganes sigan con su fiesta. Se une Madrid a Cataluña en semejante agravio, si recordamos a Duran Lleida opinar de los catalanes pagando el plan de empleo rural andaluz para que los del sur pasaran la mañana en el bar del pueblo tomando copas. Creo que las balanzas fiscales aportan mucha munición a tales manifestaciones, pues en ellas vemos hasta qué punto Madrid y Cataluña pagan mucho más que Andalucía y reciben en cambio mucho menos en inversiones del Estado, si las tomamos en bruto y en directo.

Me preocupa, no obstante, que el debate se haya quedado al mismo nivel que lo planteado por esos príncipes mendigos, ricos por su casa y empobrecidos por una solidaridad injusta, y que los argumentos vayan en la línea de que la balanza fiscal depurada diga otra cosa, o que a la balanza fiscal habría que oponer la balanza comercial para ver el resultado. Detrás de todo ello, en la oscuridad, queda el verdadero punto de apoyo de los vocingleros, tan frágil que no resiste un somero examen y, sin embargo, tan rocoso que puede llegar a destruir la convivencia en este país. Está claro que ese punto de apoyo es el de que madrileños y catalanes son lo opuesto de los andaluces, esto es, gente laboriosa y trabajadora donde las haya, que se han ganado a pulso su alto nivel de vida, el cual podría ser mucho más elevado si no les asfixiara la turba de haraganes. ¿Hasta qué punto esto es así?

Los argumentos sobre la laboriosidad de unos y otros provienen de distintos orígenes. Barcelona se enriqueció con el comercio de su traspaís, la Andalucía árabe del cordobán, el oro y los esclavos, y cuando el mercado mediterráneo ya no daba más de sí, los Borbones le abrieron el mercado castellano con su inmenso imperio detrás, vistieron sus ejércitos con el textil catalán y nombraron ministros de Hacienda a catalanes que impusieron aranceles favorables a la industria catalana. Madrid, por su parte, era solo una aldehuela en el páramo castellano hasta que Felipe II la convirtió en capital del reino, y a partir de ahí supo medrar en torno a la corte para sacar tajada de todo lo que se moviera en los asuntos de Estado. Asentó en aquel páramo los masivos Ministerios, las más brillantes manufacturas reales, las grandes empresas nacionales, los museos y bibliotecas nacionales, los centros de investigación y la banca nacional. Más aún, hizo tributar a las empresas que tuvieran sucursales en todo el país en la sede central madrileña. Y atrajo a su entorno a las fábricas más suculentas, como hemos visto que ha ocurrido con ejemplos como el de Airbus. La capital del país se ha llenado de grandes edificios donde transitan sesudos ejecutivos de las sedes centrales de las multinacionales, perceptores de suculentos sueldos, cerebros de las inversiones a realizar.

Al lado de esos príncipes mendigos, Andalucía ofrece una historia inversa, en la que los éxitos se convierten en fracasos gracias a los vecinos. Por ejemplo, Sevilla, rica en tiempos de los romanos, rica en tiempos de los árabes, convertida en plaza financiera y comercial gracias a los genoveses, sucumbió cuando los monarcas descubrieron que las deudas del Estado podían ser saldadas arramblando con cuanto hubiera en su poderoso puerto a cambio de unos "juros" sin valor. ¿Cuántas quiebras de la monarquía, desde las de Carlos I, terminaron en quiebras del puerto de Sevilla? Después ya fue tarde para levantar cabeza: Madrid había comenzado a absorber, y solo respetaba a los súbditos pudientes: País Vasco y Cataluña. La metalurgia andaluza debió ceder, como los astilleros, ante las quejas desaforadas de la industria vasca; el textil andaluz debió ceder ante las protestas reiteradas de los fabricantes catalanes. Sin duda que hubo otras causas, pero la constancia en las quejas tuvieron una parte de la culpa en la ruina de Intelhorce o de Hytasa, por ejemplo.

Douglass North ha convencido a todos de que son las instituciones políticas las que determinan con su buen o mal hacer el éxito de un país. Y Acemoglu y Robinson han señalado la necesidad de una centralización para que un país prospere. Ahora bien: ¿qué hacer cuando nos hallamos ante un poder central "extractivo", en la terminología de estos últimos, en lugar de "inclusivo"? ¿Qué hacer cuando Madrid juega a llevarse todo lo importante del país, y encima llora diciendo que paga demasiados impuestos?

A mi modo de ver, el centralismo solo es rentable cuando el centro juega en beneficio de todos. En caso contrario, hace falta una estructura federal con las competencias muy bien repartidas entre el Estado y las comunidades autónomas para que ese centro plañidero no tenga más motivos para llorar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios