Tribuna

Víctor j. vázquez

Profesor de Derecho Constitucional

Patriotismo y pudor

Patriotismo y pudor Patriotismo y pudor

Patriotismo y pudor / rosell

La cultura catalana nos da cíclicamente personalidades artísticas atípicas, geniales y desconcertantes. La última de ellas es la del director de cine bañolense Albert Serra, un hombre culto, deliberadamente amoral, y cultivador de un cierto dandismo anárquico de raíz agraria. Hace ya unos años, cuando todavía el procés no formaba parte de nuestra cotidianidad, pero en un momento en el que eso que llamábamos desafección ya era una realidad, Serra, haciendo gala de esa condición de creador esquivo a la furia de las moralidades, impartió una conferencia en la Real Maestranza de Sevilla, en la que, en pleno debate sobre la prohibición de los toros en Cataluña, instó a defender la intangibilidad del rito y la vocación artística de quienes lo ofician. Tras su brillante exposición, uno de los asistentes no se pudo reprimir y preguntó al catalán por el nacionalismo y sus asuntos. Albert, gerundense irredento, supo salir por Dalí, apelando estrambóticamente a su identidad ultraespiritual con la España de los Austrias; pero al mismo tiempo no olvidó a Josep Pla, y con ese, hoy cautivo, sabio empirismo de Baix Empordà, vino a decir que el nacionalismo está muy bien, que él mismo se reconocía entre el pueblo catalán de rancio pergamino, pero que todo esto, como la religión, ha de ser algo privado, algo, en definitiva, sobre lo que viene bien una buena dosis de pudor, no tanto por lo que pueda tener de peligroso, sino por lo que pueda tener de ridículo. El nacionalismo, intuía bien el esteta, es un atentado al pudor que a nada nos conduce al feísmo.

A la obra y vida de Dalí y de Pla, al estrambote y al empirismo genundense, Alt Empordà y Baix Empordà, le dedicó dos obras maestras uno de los fundadores de Ciudadanos, Albert Boadella, quien hace unos años y frente a la insistencia independentista en señalar la beligerancia del nacionalismo español, invocaba la excelencia cívica de un país, España, cuyo himno no tiene letra. Esta reivindicación estaba sin duda en sintonía con ese patriotismo republicano, refractario al nacionalismo catalán convergente, que sirvió de base ideológica, junto con la socialdemocracia y unas buenas dosis de radicalismo laico francés, para el nacimiento de esta formación. Los cabales de aquel partido, librepensadores catalanes de izquierda, quisieron simbolizar aquella limpieza de atavismos indentitarios, eligiendo un candidato joven e inédito, al que harían posar desnudo, porque libre ha de estar de ropaje el concepto jurídico de ciudadanía.

Aquel joven se ha hecho mayor, sigue siendo el candidato pero se ha vestido, es más, tiene un variado fondo de armario y hace amagos -tan estériles como simbólicos- de abrazar una letra para ese himno aséptico que gustaba a Boadella. Lo cierto es que en el reciente acto de presentación de España ciudadana, Rivera ha matado definitivamente a aquellos padres fundadores, y no parece que éstos hayan opuesto mucha resistencia. Aquel partido surgido de la Cataluña hastiada e ilustrada ha transitado definitivamente del radicalismo democrático laico, la tradición jacobina, y el patriotismo constitucional republicano, a un liberalismo aderezado de patriotismo cañí, asumiendo con poco disimulo que es el nacionalismo y el populismo el mejor antídoto contra el nacionalismo populista que se combate, con la esperanza puesta en la mayoría de los ciudadanos españoles, hartos con razón del nacionalismo subestatal, sean benévolos cuando se apele con la misma simpleza y cursilería emocional al nacionalismo del Estado. El concepto clave, lo reiteró Rivera, es el de perder los complejos, es decir, superar aquel pudor del que hablábamos.

Insistir en lo infames que son las ideas de Torra y en lo patológico de que alguien como él ocupe el cargo de president es fácil como pegar a un niño. Combatir el independentismo no sólo desde la Constitución sino desde un patriotismo constitucional radical, de base cívica, es una tarea mucho más acuciante y compleja, para la que se ha mostrado incapaz la nueva política. Podemos, un partido republicano sin republicanismo en su discurso, incapaz hasta ahora de centrar el debate político en el eje elemental de la cultura republicana y participativa, que es la educación y el mérito, renunció a ello de partida cuando asumió que era necesario despreciar cuarenta años de cultura democrática en España y parodiar sus instituciones y logros como forma de asediar la hegemonía. La cultura de la indignación añadida a esa afición española por autoflagelarse, lejos de haber servido para conquistar los cielos, ha cercado el proyecto en una incómoda cámara de eco puritano.

Entre el injustificado masoquismo y el incipiente patriotismo cañí, sigue pendiente por lo tanto la articulación de un discurso que, frente a esta crisis, ensanche un fuerte sentimiento cívico de apego a nuestra cultura constitucional. Esa visión es la que diferencia a un estadista del niño patriota del sexto sentido, que veía españoles aquí y allá, en unas ocasiones sí y en otras también.

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