Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho en Icade

Puentes tras el 'Brexit'

Arrancan dos años de transición en los que se tendrán que diseñar con nueva arquitectura los cimientos de una relación que será, sin duda, difícil

Puentes tras el 'Brexit' Puentes tras el 'Brexit'

Puentes tras el 'Brexit'

Se apresuran tanto Londres como Bruselas a dulcificar el escenario de la ruptura. Ojalá tras la utopía, ojalá tras el hielo y el bloqueo, sea cierto lo que ambas partes acaban de acordar. Una ruptura dulce. Aunque ninguna lo es. Como tampoco reconstruir los puentes tras la marcha y salida más o menos abrupta de uno de los socios. Se avanza. Lo cual es mucho. Pero sin duda, significa mucho más. En los medios, con total tacticismo, se nos hace saber que el divorcio pactado supone grandes concesiones británicas. El tiempo lo dirá. Pues nada es definitivo, ni tampoco instantáneo. Empieza ahora una nueva fase burocrática pero también sociológica, a saber, la de la efectiva desconexión, tanto en lo emocional como en lo económico. Dejamos deliberadamente al margen la desconexión política, pues nunca los voltajes fueron comunes con el continente.

Quizás ahora empieza lo más complejo, cual es facilitar la salida pero al mismo tiempo construir de nuevo la relación, distinta, distante, pero no por ello, ciega y radical, traumática y bloqueadora. Arrancan dos años de transición en los que se tendrán que diseñar con nueva arquitectura los cimientos de una relación que será, sin duda, difícil.

Dos años donde el socio, aún lo es, no lo olvidemos, tendrá derechos, pero también obligaciones. Al menos teóricamente. Derechos como el de participar del Presupuesto de su sexenio 2014-2020, derechos como miembro perteneciente aún a la Unión, pero sin voz y sin voto ya. Y entre los deberes están desde luego a aplicar todo el acervo comunitario, preservar ese mercado único, las libertades, todas, así como la competencia del propio Tribunal de Justicia de la UE. Ello no impedirá que los diletantes de la política y la negociación en aras de diseñar el nuevo marco de relación presionen, cuestionen, suspendan, etc., algunos de esos deberes y derechos. Todo se verá y quizás, también se andará.

En lo inmediato, el acuerdo de este fin de semana supone desactivar una complejísima maraña de asuntos que podía aún agrietar más la relación y tensionar y polarizar los gobiernos del continente y de la otra isla, con Londres. Las presiones, los ultimátums, los órdagos por ambas partes no han sido precisamente ni amables ni pequeñas.

Se ha cifrado un quantum que hoy todos dan por bueno, pero que sólo hace unas semanas no asumía ninguno. May daba cifras ridículas y Bruselas marcaban umbrales que nunca bajarían de los 60.000 millones de euro. El precio de la desconexión. Sin que sepamos a ciencia cierta, nadie lo afirma tajantemente, la horquilla se sitúa entre los 40 y 45.000 millones de euros.

Pero hay dos cuestiones que eran además espinosas, de un lado, la situación de los casi 3,5 millones de europeos que viven en Reino Unido y por tanto, sus derechos y libertades como ciudadanos de la Unión en un país que en menos de dos años teóricamente será tercero, y la situación de Irlanda, con la frontera mental cuando no física con Irlanda del Norte. Ambas no son precisamente cuestiones menores. Son axiales de esta ruptura. Luego vendrán los aranceles, las inversiones, las exportaciones, la City, y tal vez, lo sicológico.

No cabe duda que el lenguaje ha maquillado todo este proceso, un lenguaje deliberadamente ambiguo, generalista y lo suficientemente vacío para no dejar sensación de vencidos.

Los ciudadanos europeos, y éste es el gran logro, preservan la integridad de sus derechos y acceso a los servicios públicos en la isla. Lo mismo que el millón de británicos que viven en el continente. Y tendrán durante años el amparo de la jurisprudencia e interpretación del derecho comunitario que haga el tribunal de Luxemburgo. La cuestión de las dos Irlandas no es insignificante. Y no sólo desde el punto de vista del mercado único y la libre circulación de capitales, servicios, personas y mercancías, también desde el punto de vista político y de seguridad. Más allá de lo aduanero y los aranceles, están las fronteras físicas. Y aquí, el voluntarismo ha sido máximo y la ambigüedad absoluta. Para no hipotecar la negociación, se ha salido de puntillas sin que nadie asegure como May o quién le suceda en no mucho plazo, respetará que no resurgan esas fronteras. La palabra mágica parece que es la de "alineamiento"; lo suficientemente vacua para que nadie se sienta discriminado.

Empieza una segunda fase, donde las concesiones británicas de la primera, tendrán, a nuestro juicio, sus recompensas. Así es la política. Una May débil y una errática política británica en la primera fase, forma parte de una estrategia.

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