Tribuna

pablo gutiérrez-Alviz

Notario

De Ronda y...

Sus lecciones eran técnicas y rigurosas, pero nunca pedantes. Gozaba de una alegre naturalidad que cautivaba

De Ronda y... De Ronda y...

De Ronda y...

A finales de los setenta, los estudiantes de cuarto curso de Derecho en la Universidad de Sevilla asistíamos con especial interés a las clases que impartía un joven catedrático que tenía fama de excelente pedagogo. Un alumno, algo osado y que hubiera leído al crítico taurino Gregorio Corrochano, podría haber presentado a este profesor como: "Es de Ronda y se llama Manuel (Olivencia)".

Y doy fe de que era un gran maestro y de que lo fue durante toda su existencia; hasta el pasado uno de enero, día de su Santo, que desgraciadamente no pudo celebrar en esta vida terrenal.

Las clases que dictaba don Manuel no se ceñían a su asignatura de Derecho Mercantil porque sabía aderezarlas con justas dosis de cultura variada (filosofía, literatura, tauromaquia…), sin olvidar algún que otro ingenioso comentario sobre la actualidad patria o foránea.

Sus lecciones eran técnicas y rigurosas pero nunca pedantes. Gozaba de una alegre naturalidad que siempre cautivaba a todos los estudiantes. Nos imbuía de ciencia y cultura con una exposición clara y amena. Venía a decir que muchos autores confunden la profundidad con la oscuridad y la trascendencia con el aburrimiento.

Recuerdo cómo nos insistía en que los españoles pecábamos de individualistas y de ser muy dados a la improvisación, siempre confiados en que el éxito llegaría principalmente por la vía del mero azar. Por sus lecturas de Ortega nos hablaba de Biología y pedagogía. Y sobre la marcha podía criticar la teoría biológica de "la generación espontánea" que extrapolaba al terreno educativo concluyendo que todo éxito tiene un padre: el esfuerzo y la dedicación, el trabajo bien hecho.

Seguía a rajatabla la misión auténtica de la Universidad: la investigación científica y la formación de buenos profesionales. A ambos menesteres se dedicó con ahínco y acierto. Le molestaba el estudiante chabacano al que, con terminología "orteguiana", calificaba como el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época y primitivo en comparación con la terrible actualidad.

Nos animaba a estudiar el manual Curso de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues por su adicional valor literario. No en vano, Delibes había confesado que gracias a este libro aprendió a "encadenar palabras con belleza y erudición, la exactitud del adjetivo… el arte de escribir en suma", el mismo que desplegaba el profesor Olivencia en todos sus escritos. Conviene recordar que don Manuel escribió mucho y bien. Quizá sus estudios más conocidos sean los relativos al "buen gobierno" de las sociedades de capital.

Supo crear equipos y coordinar grupos con una pasmosa habilidad: formó una escuela propia de la que han salido numerosos catedráticos y profesores universitarios; constituyó un magnífico bufete que, en su cenit, fusionó con otro muy prestigioso dando lugar a uno de los mejores despachos españoles de alcance internacional; y hasta presidió complicadas comisiones en organismos muy relevantes (CNMV, bancos, etc).

Natural de Ronda y aficionado a los toros, era seguidor de su paisano, Antonio Ordóñez. Con el paso del tiempo, como sevillano de adopción, acabó entregado al arte de su buen amigo Curro Romero. Detestaba la figura del espontáneo que arriesga la vida sin preparación ni oficio, aunque, siempre benévolo, comprendía el estado de necesidad del arrojado "maletilla".

Curiosamente, don Manuel también era espontáneo en la acepción de natural o sencillo, es decir, carecía de afectación o soberbia. Con una generosa sonrisa, hacía que sus inteligentes comentarios fueran únicos, agudos y oportunos. No sabía negarse a ninguna buena obra o servicio. Lo demostró en los cargos públicos que ejerció muy dignamente y hasta en contra de sus propios intereses profesionales. En su vida privada también fue ejemplar a pesar de haber sufrido gravísimas cornadas.

Mi padre (también catedrático y abogado) ya me había advertido que estábamos ante una personalidad señera en todos sus quehaceres y elogiaba especialmente su discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras sobre El lenguaje y los juristas.

El año pasado, abusando de su amistad, le pedí que prologara mi último libro. Lo escribió de manera brillante y, el día de la presentación, con su persuasiva oratoria, hizo un certero análisis sobre la naturaleza literaria del propio acto de presentación de un nuevo texto, clasificándolo dentro del subgénero del pregón: la promulgación que en voz alta se hace en los sitios públicos de una cosa que conviene que todos sepan.

Un veterano cronista taurino concluiría de forma urgente y casi telegráfica: "De Ronda, persona cabal y encantadora, gran maestro y portentoso jurista. Reconocido en todas las plazas. Con admiración y respeto, le llamamos don Manuel. Entró en el cielo a hombros y por la puerta grande".

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