Tribuna

Javier gonzález-Cotta

Periodista y escritor

El barça, 'Mes que un bluf'

El barça, 'Mes que un bluf' El barça, 'Mes que un bluf'

El barça, 'Mes que un bluf' / rosell

El pasado 29 de noviembre se cumplieron 118 años del Fútbol Club Barcelona, fundado tal día de 1899 por el suizo Hans Gamper en el Gimnasio Solé de la capital catalana. El Barça nació, pues, en aquella memorable y supuesta ciudad de los prodigios, que discurría entre dos exposiciones universales (1888-1929), tal y como la recreara Eduardo Mendoza en sus novelas.

Gamper fue un entusiasta de los deportes. Mayor defecto que éste lo hallarán otros no en su ardor deportivo, sino político, pues el suizo que puso al FCB los colores azul y grana del Basilea, donde se forjó Gamper como pelotero, sería todo un nacionalista catalán (pasó a llamarse no Hans, sino Joan). Bajo su presidencia, tras los pitos que sonaron en 1925 contra la Marcha Real en el campo de Las Corts, Primo de Rivera, alertado por el gobernador civil Joaquín Milans del Bosch (abuelo de nuestro Milans del 23-F), lo obligó al exilio durante unos meses por el antipatriotismo que imbuía al club. Arruinado por el crack del 29, Gamper se pegó un tiro en 1930, convirtiéndose al cabo en suicida sentimental del barcelonismo y, por supuesto, en parte del retablo catalanista del club.

En 1918 el FCB ya había apoyado la campaña de la Lliga Regionalista de Cambó a favor del Estatuto para Cataluña (el Español no lo hizo). En 1936, el presidente del FCB Josep Suñol, de Esquerra Republicana, fue detenido y fusilado durante la Guerra Civil en la sierra meseteña del Guadarrama. En Barcelona, en plena contienda, el supuesto Español de los feixistas (fascistas) fue incautado por la UGT y muchos de sus socios -más de 60- fueron llevados a las tapias.

De 1939 a 1946 sobrevino la llamada era del secuestro y españolización estética del FCB. El club recayó en Enrique Piñeyro Queralt, sonoro marqués de la Mesa de Asta, comandante de Caballería y ayudante de campo del general Moscardó. En los 50 llegó la amable era Kubala, mientras que los menestrales venidos de toda España, atraídos por el humo fabril de Cataluña, se hicieron del Barça de la misma forma que los terroni del sur de Italia llegaron a Milán y se identificaron con el equipo rosonero (y casi nada con el Inter). Aquella dirigencia del Barça, como dice el periodista Enric González, era "ostentosamente franquista y privadamente catalanista".

De 1968 a 1969 Narcís de Carreras, antaño franquista, sería el presidente del club. Se le atribuye el arcano -y luego convertido en axioma- de aquello del Barça como Més que un club. Su hijo Francesc de Carreras, fundador de Ciutadans, catedrático de Derecho Constitucional y ahora ponente por la reforma de la Constitución, dijo que su padre pronunció la frase en un discurso y luego la repitió en la revista Dicen. En los 80, el propio Francesc escribió un artículo para El Món en el que sugería que el lema había dejado de ser un tanto erótico-subversivo. Carecía ya de sentido en la Cataluña democrática y estatutaria. Se lo enseñó a su padre, creador del arcano-axioma, y éste dio su plácet.

Con Agustí Montal Galobart (1969-1977), el Barça fomentó el catalanismo subcutáneo. Fue el presidente de Cruyff y el del himno del club, el Cant del Barça (1974). Sus autores no sabían por entonces que eran unos creadores inspirados por la transversalidad, como se diría ahora, puesto que su letra no distinguía ni cuna ni procedencia ("No importa de dónde venimos, si del sur o del norte, una bandera nos hermana"). Sería enternecedor de ser verdad, dirán hoy muchos.

De 1978 a 2000 llegó la égida de un constructor venido a Barcelona desde Bilbao y afín a Alianza Popular: José Luis Núñez. Por el efecto crisálida se convertiría en Josep Lluís Núñez. Si así se puede decir, Nuñez fue -y es- uno de los nuestros. Muchos nos hemos criado bajo su adinerada ristra de fichajes en los 70 tardíos (ay, aquel Muñeco Simonsen). Uno tras otro pegábamos sus cromos ansiosamente en los álbumes de fútbol, con el estímulo añadido de la bollería industrial.

De niño uno admiraba los colores blaugrana, algo desvaídos, del FCB, sobre todo cuando éste visitaba el Sánchez-Pizjuán y el tibio sol del invierno se reflejaba sobre su indumentaria de la marca Meyba. El mundo a los ocho años era absurdo. Más aún a medida que aceptábamos el sacramento de la edad adulta. Lo cierto es que el Barça despertaba ya su inquina política o lo que fuera aquella bronca que prendía en los graderíos de los hermanos palanganas. Aquella admiración callada o secreta, como los colores desvaídos de aquel Barça, se fue destiñendo poco a poco.

El 1-O, día del falso referéndum por la independencia, el FCB jugó a puerta cerrada en el Nou Camp contra Las Palmas para denunciar lo que estaba sucediendo en Cataluña. Debió no jugar y ser fiel a su mantra, el que hemos soportado durante décadas de lloriqueo naíf y extorsión. Pero no quiso perder tres mezquinos puntos en la Liga. La vía mística del Més que un club se convirtió en Més que un bluf. Estéticamente hortera desde la era Laporta, el Barça ya lo es éticamente.

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