Tribuna

José Antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada

La 'omertà'

El Estado contempla impotente cómo la 'omertà' va penetrando en sectores estratégicos de la sociedad andaluza. El caso de la Línea ha disparado todas las alarmas

La 'omertà' La 'omertà'

La 'omertà' / rosell

En Noto, una bellísima localidad siciliana, fuera de las rutas turísticas, que ahora comienza a ser tímidamente visitada gracias los giardini di pietra (bellos edificios del Barroco) por los que transcurren las aventuras del comisario Montalbano, el héroe televisivo y narrativo de Andrea Camilleri, me contó un señor grave: "Se dice aquí en Sicilia que quien quiere vivir muchos años debe guardar silencio". Tras una pausa agregó: "El peor de los castigos de la mafia es ahorcar a alguien con una piedra en la boca. Quiere decir que esa persona ha hablado en exceso". Hizo un gesto muy expresivo, que en aquel rostro moreno, con algo de sulfuroso, me infundió un cierto pavor. Apostilló: "Es un ritual pastoril, mundo del que procede la mafia misma".

El silencio hay que administrarlo, porque está lleno de significaciones. Quizás, como señala el antropólogo D. Le Breton, el silencio es un lenguaje más potente aún que la lengua cacofónica, ruidosamente ininteligible, que hablamos a diario. "La saturación de la palabra lleva a la fascinación por el silencio", escribió en su libro Le Breton; volumen por cierto sobre el que han pasado veinte años de inexistencia, incluida la de su temprana traducción española. Los silencios hay que dosificarlos sabiamente porque están llenos de positividad y negatividad. El comedimiento en el hablar es un programa sin fronteras: "Tu lengua es un león, si la dejas suelta te devora", rezaba un proverbio africano: "No digas todo lo que sabes (…) El que dice todo lo que sabe (…) Dice lo que no conviene", advierte otro proverbio árabe. Todas las culturas advierten de los peligros del hablar inmoderado.

En la nuestra, en particular, siempre me ha impresionado mucho el silencio cartujo. El silencio es más potente que la abstinencia y la castidad. El silencio es renuncia a la parte más sustantivamente humana de la comunicación. Recuerdo la sugestión que me producían los cartujos de Jerez, cuando la orden volvió a habitarlo en los ochenta. Ahora sé que en su portería vivió en aquel tiempo una especie de espía nazi, que seguramente me crucé en algún momento, acogido a la protección del silencio sacral. Visto en la distancia, lo de Jerez siempre me pareció trascendente. Más tarde el documental El gran silencio (2005), de P. Gröning, nos introdujo por vez primera en el inverno de la palabra de la Cartuja de Grenoble, la madre de todas las cartujas, aún habitada. El silencio que nos interpela quiero pensar debe ser sobre todo patrimonio de los pobres. Por eso mismo no me impresiona la Cartuja de Parma con sus celdas de alto confort, hoy vacías de vida.

El tránsito es suave entre la positividad y la negatividad del silencio. Hace años, en un artículo de prensa hice alusión metafórica al silencio cómplice de mis colegas en el campus universitario de la Cartuja granadina, frente a los desaguisados que hacía la propia Universidad. Jugué con la metáfora: el silencio de los cartujos.

La omertà (ley del silencio) siciliana tuvo inicialmente un sentido positivo, de excelencia. "Omertà -nos dice el folclorista siciliano Giuseppe Pitrè- no significa humildad, como podría pensarse a primera vista, sino humanidad, cualidad de ser hombre [omu], esto es serio, duro, fuerte". La omertà sería un sentimiento propio, profundo, de autocontrol, en función de las circunstancias ambientales adversas. Control, por consiguiente, de la vida social a través del silencio consciente. La palabra mafia parece igualmente haber tenido ese sentido positivo, de honorabilidad, incluso nobleza.

¿Qué otra cosa, sino nobleza y silencio, cultivaba en su giardino di pietra Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el príncipe siciliano que escribió un solo libro en su vida, Il Gattopardo, sobre la intemporalidad de la existencia social. Parece decirnos Lampedusa que con un único libro, reflejo del hablar ordenado, certero como una flecha sostenida en el aire, basta.

Desde hace escasos días, los gobiernos nacional y autonómico, contemplan impotentes cómo la omertà va penetrando sectores estratégicos de la sociedad andaluza. El caso de la Línea ha disparado todas las alarmas. Nadie quiere hablar allá, y una importante parte de la población se ampara en la omertà para no señalar a los mafiosos. La negatividad del silencio cómplice ya nos amenaza.

El silencio, pues, se presenta en su doble rostro: uno obligado, que espanta ya que ampara la delectividad, y otro positivo, de autocontrol, que fascina por ser signo de humanidad. El paso de uno a otro es muy sutil. Prestemos atención a su evolución, exacto barómetro de la salud política.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios