Tribuna

Manuel ruiz zamora

Filósofo

'La reina de España'

'La reina de España' 'La reina de España'

'La reina de España'

Se puede apoyar el boicot a La reina de España, la película de Trueba, sin que en ello intermedien pulsiones nacionalistas? Yo creo que sí, pero ¿merece la pena? El pobre Trueba no es sino otra víctima incauta de esa mitología nihilista que es preciso repetir, al parecer, como un papagayo si se quiere parecer de izquierdas. Como verán, nos encontramos en el ámbito más insignificante de las apariencias. Por eso, frente a una iniciativa tan innecesariamente dañina yo abogaría por otras que tuvieran que ver con la realidad: por ejemplo el boicot a todas aquellas empresas que, de forma interesada y subrepticia, están implicadas en el proceso secesionista catalán, empezando por la multinacional Coca Cola, una de cuyas directivas, Sol Daurella, consta como miembro de pleno derecho en el chiringuito creado por los independentistas para darle carta de naturaleza internacional a sus pretensiones secesionistas. Siendo el autodesprecio uno de los sentimientos que con mayor mimo se cultivan en nuestro país, tal vez el arma del boicot, tan cívica y tan pacífica, pueda convertirse en un sano ejercicio colectivo de pedagogía y autoestima.

Lo de Trueba, en cualquier caso, no es una simple frivolidad. Sus palabras se produjeron en medio de un chantaje sin precedentes a nuestra convivencia democrática como colectividad. Por cierto, al hablar en el modo en que lo hizo, el director de cine cayó en la concepción del término nación más rancia y esencialista. "Nunca me he sentido español -dijo-. Ni cinco minutos de mi vida", a lo cual no habría nada que objetar, si no fuera porque a continuación añadió: "Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia". Todo ello está muy bien, salvo que si Trueba hubiera vivido en la Francia de Robespierre, a quien sin duda admirará sin medida, unas palabras como las que dijo le hubieran llevado a la guillotina.

Sea como fuere, el sectarismo del cine español esta dejando de ser un fenómeno meramente estúpido para convertirse en algo directamente ofensivo. Hemos tenido que asistir al grotesco espectáculo de una actriz que instrumentalizó sin el menor recato la muerte de su propio padre para hacer demagogia contra los recortes del gobierno. Un director de cine que, en palabras de Sánchez Ferlosio, representa "la prolongación más natural, más inerte y más esperable de Alfredo Landa", irrumpió en la noche del 11-M para crispar aún más los ánimos, proclamando que se estaba produciendo un golpe de estado. Un tal José Luis Cuerda, director de la película, en mi opinión, más sobrevalorada de la historia de nuestro cine, declaró sin inmutarse que los votantes del PP son "una turba mentirosa y humillante, que piensa desde su imbecilidad, que todos somos más imbéciles que ellos".

Uno puede respetar e incluso compartir algunas de las movilizaciones en las que se han involucrado los cómicos españoles, pero se les ha echado en falta en otras mucho más importantes. ¿Dónde estuvieron, por ejemplo, en los años de plomo de la lucha contra ETA? Ahí es donde hubo gente que realmente se jugó la vida. ¿Es que aquel combate por la libertad de todo un pueblo no iba con ellos? ¿Dónde están hoy en día cuando el independentismo catalán está perpetrando lo que no puede ser calificado sino de golpe de Estado a cámara lenta? En Inglaterra hemos escuchado a voces significativas de la literatura y la farándula pidiendo el voto contra la independencia de Escocia. Aquí estamos viendo a algunos actores catalanes, muy bien pagados, por cierto, por Televisión Española, abogar por la independencia de Cataluña. ¿Es que no hay nadie, en el gremio de los actores hispánicos, tan nacionalistas ellos a la hora de cacarear sobre esa cosa que llaman cine español, que alce la voz en favor de la convivencia democrática dentro de la nación española?

Las estridencias de los cómicos carecen de importancia en cualquier caso: ellos no son, como digo, sino la caja de resonancia más grosera de un automatismo ideológico que está alejando de la izquierda a ingentes masas de población que sienten huérfanas. Decía Santayana que "el nacionalismo es la indignidad de tener un alma sojuzgada por la geografía", pero también que "el patriotismo consiste más bien en ser sensible a un conjunto de intereses que no afectarían a nadie que viviera aislado, pero que toma cuerpo en los hombres conscientes de vivir en sociedad, y en una sociedad que posee el alcance y la historia de una nación". Al olvidarse de esa forma de sensibilidad tan natural (y apostar, sin embargo, por sus expresiones más identitarias y destructivas), la izquierda le ha dejado el campo libre a los pícaros que están sabiendo rentabilizarla en sus versiones más peligrosas y populistas: el nacionalismo catalán, Le Pen en Francia, el Ukip inglés, Trump en los Estados Unidos… Las palabras de Trueba serían irrelevantes si no fuera porque representan el correlato ideológico imprescindible para el crecimiento del discurso populista.

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