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José Luis Ortiz Nuevo

"Sevilla, como los puretas del cante, se mira más en el pasado que en el futuro"

  • Este malagueño formó parte de la corporación qye salió de las primeras elecciones democráticas, en la que puso el punto el punto extravagante necesario para movilizar a la gente. Andalucista atípico, fue 'trotskista' y costalero. La Bienal de Flamenco fue un invento suyo, y hoy, 30 años después, sigue volcado en la cultura.

Sevilla es una bulería por soleá para José Luis Ortiz Nuevo (Archidona, 1948). Licenciado en Ciencias Políticas a este periodista, escritor, artista y estudioso de lo jondo, el término flamencólogo le parece demasiado ambicioso y, por eso, se define como "un cómico flamenco que hace algunas averiguaciones históricas". Su extensa obra bibliográfica está compuesta por decenas de publicaciones, sin contar artículos, guiones y espectáculos. Ha sido el director de la Bienal de Flamenco de Sevilla durante 15 años, desde que la inventó en 1980, cuando se ocupó de relanzar la vida cultural y festiva de Sevilla desde su puesto de concejal del PSA en el Ayuntamiento, etapa que recuerda con humor desde la lejanía y sin la "servidumbre" de la política activa.

-¿Qué queda del poeta del PSA como le llamaban algunos cuando empezó en la política municipal?

-Poco o nada. Lo del poeta es de mi época en el Colegio Mayor San Juan Evangelista. El otro día me lo recordaba Andrés Raya, que me introdujo en el flamenco y me presentó a Enrique Morente, estábamos de luto, y recordamos algunos versos. Uno era sobre los grises: "Hoy te he llamado hijo de puta y sé que para ti también lo soy". Ja, ja, ja.

-¿Entró en la política en sus años de universitario en Madrid?

-Sí, era muy de izquierdas, trotskista. Estuve en un grupo en la Universidad que se llamaba Felipe. Decíamos: ni Franco ni Carrillo, no nos moverán. Y luego me cogieron y estuve un par de meses recluido en Carabanchel y allí me desilusioné un poco y salí de la revolución. Y me metí en el flamenco y en un grupo de intelectuales. A mí me metió en este lío Fernando Quiñones.

-¿Y cómo llegó a Sevilla?

-Yo ya me buscaba la vida colaborando en una discográfica y escribiendo en Informaciones de Madrid. El periódico iba a abrir en Andalucía. Vine, llegaron las elecciones... y ahí estuve.

-¿Y por qué en el andalucismo?

-Yo había dejado una militancia de extrema izquierda y el PSOE no existía, sólo el PCE. Fue algo sentimental, siempre tuve como coartada un pensamiento de Blas Infante: el andalucismo es un nacionalismo no nacionalista.

-¿Es un andalucista atípico?

-Yo amo la patria andaluza, pero soy antipatriota, soy una persona que se siente ciudadano del mundo, pero gustosamente andaluz. Una vez un amigo anarquista de Arahal me preguntaba que cómo me había metido en ese partido si no era señorito ni nada. Escribí una columna. Decía: ni más que nadie ni menos que ninguno.

-¿Ejerció cargos orgánicos?

-Entré de secretario general y acabé siendo un activista cultural.

-Bueno, pero después de ser concejal en Sevilla, probó de nuevo en Archidona en 1991, ¿no?

-La Bienal de 1990 fue desastrosa, hubo un desencuentro entre lo que yo planteé y lo que esperaba el público. Quise hacer la obra perfecta y me equivoqué. Salí muy desilusionado, me fui a Madeira y tuve un sueño que la gente no se cree, ni siquiera en mi pueblo.

-¿Volvió a la política por un sueño?

-Me vi en la Iglesia de la Victoria de mi pueblo, en la misa de 11, en el sitio donde se ponían los hombres y, sin comerlo ni beberlo, dije me voy a Archidona. Me presenté por el PSA y, aunque sacamos el 20% de votos, las cosas salieron al revés de lo que yo pretendía: sacar una nueva mayoría junto con IU y con el PP y desalojar al PSOE, que tenía allí mayoría absoluta. En la lista puse al líder de IU, que era muy amigo mío, pero la gente no entendió aquello y se fueron en masa con el PSOE. De alguna forma yo era el hijo de un alcalde del antiguo régimen...

-¿Y se quedó en la oposición?

-Los cuatro años. Al principio con muchas ganas, pero todo me lo tumbaba el rodillo del PSOE. Al final, me limité a ir a los plenos.

-Y luego volvió a la Bienal.

-Sí, Enriqueta Vila se empeñó e hice la Bienal del 92, que fue un poco insípida, ya lo dije pero no me hicieron caso. Pasó inadvertida con la Expo y luego hice la del 94 y 96 y ahí acabó. Estaba cansado y también hubo ya desencuentros con la política, que me hizo muy rebelde.

-¿Era muy distinta en sus primeros años en el Ayuntamiento?

-Sí, éramos más jóvenes.

-Y, por lo que cuentan, el ambiente era muy distinto. Hoy sería impensable un tripartito como ése.

-Bueno... Hay cosas que salían porque el PSA votaba con UCD, que era la oposición. Yo creo que Luis Uruñuela como alcalde lo hizo muy bien y me llevé muy bien con la derecha, con López Palanco. Pero ahí estaba el PSOE que no entendió por qué la Alcaldía no fue para ellos. Recuerdo los discursos de [Antonio Rodríguez] Almodóvar.

-¿Sobre qué?

-En una ciudad laica y que votó izquierda la corporación municipal bajo mazas sólo iba a misa, por eso yo me inventé un rito laico nuevo, el Día de la Primavera. Pero no salió, se unieron PSOE y UCD. Almodóvar pidió un receso de una hora y salió con un discurso reivindicando al rey San Fernando. Derecha e izquierda unidas para hacer la fiesta de un santo en contra de un partido medio burgués, el PSA. Luego, un día presidía el Corpus Chico y me veo en el periódico: "Los socialistas quieren llevar a Ortiz Nuevo a los tribunales". Me acusaban de malversación o algo así por el despilfarro que fue la ópera Carmen y me querían meter en la cárcel. Reconozco que ése fue un error mío, se me fue de las manos. Era un ayuntamiento loco.

-Loco fue el desembarco, ¿no?

-Fue un desastre, con la Feria ya montada. Me hice un traje que criticaron muchos, Antonio Burgos y compañía decían que era de portero del Teatro Imperial. Fue un capricho, un traje de campesino de Archidona, abotonado sólo arriba, con un aire a los trajes de chinos. Y recuerdo que estaba en la Feria y ese traje era una coraza. Me sobrepasó, llevaba aquí sólo dos años.

-Y se les ocurrió abrir a todo el público la caseta municipal .

-Sí. La gente entraba y salía de la caseta como se ha visto estos días a los tunecinos entrando en las casas de los parientes del dictador, para ver qué había allí.

-Y allí no había nada.

-Lonas vieja. Eso era un disparate: el Ayuntamiento montaba la Feria entera y luego las alquilaba. Lo mismo de desastre era la Semana Santa. Montar los palcos costaba dos millones de pesetas y luego se daba otros dos millones a las cofradías en subvenciones y se ingresaban otros dos. Al final, había dos millones de pérdidas. La Semana Santa la controlaba yo mejor.

-¿Era usted capillita?

-Sí, en mi pueblo. Así que desde el principio la relación fue espléndida tanto con la Hermandad de la Hiniesta, por el patronazgo que tiene con el Ayuntamiento, como con el Consejo de Cofradías, con Sánchez Dubé. Incluso me hice costalero. La Feria es más complicada.

-¿Y eso?

-El Ayuntamiento tiene más responsabilidad. Tras tomar posesión, salgo del salón Colón y veo al director de la banda de música, el maestro Albero, un poco hartible.. y con un problema: en la Feria había un cacharro atravesado y algo había que hacer. Las subastas del suelo para las atracciones eran infernales. Se subastaban 80 metros y luego los aparatos medían 100 o 120 y no cabían. Y ahí estaba yo con el traje y el jefe de los guardias y los feriantes pasando de mí, era un novato... La Feria tenía poco presupuesto, pero se fue haciendo un equipo bueno, con Carretero y Bullón , y ese trabajo me apasionó.

-Hizo las primeras ordenanzas.

-Sí, un anarquista sentimental fue el primero que le dio cierta reglamentación estética y organizativa a la Feria. Eso me reconforta. Al principio yo tenía un título muy pomposo, era teniente alcalde, delegado de Cultura, de Fiestas Mayores y de Deportes. Luego me fui centrando en la gestión cultural, que estaba por inventar.

-Inventar, inventó otros eventos.

-Un festival de música y danza Joaquín Turina, la Fiesta del Títere, la Biblioteca de Temas Sevillanos... también empecé a restaurar los carteles antiguos de la Feria, que estaban hecho cachos. Y la Bienal.

-¿Es de lo que está más orgulloso?

-No, pero es lo que ha tenido más trascendencia y me ha dado más trabajo. Luego ha quedado una obra pujante que yo modificaría en algunos aspectos.

-¿Cuáles?

-Su duración y el tipo de producción que se presenta, no tienen que ser siempre estrenos absolutos, luego no hay mercado, ni teatro ni público, ni dinero. Habría que revisar esta política y hacer una más de bases, preocuparse por la industria y los artistas y que los teatros tengan una programación permanente. Y luego sí, la Bienal puede acoger conciertos que sean de naturaleza única. Y no sé si el tiempo en el que se celebra es bueno.

-¿Cambiaría su fecha?

-Ocurre cuando ya todos los programas están cerrados hasta junio. Después de los Reyes estaría bien. Sería más profesional, más de teatro. Lo del Hotel Triana se ha convertido en una cita folclórica.

-Ahora que cita el Hotel Triana, ¿es verdad que lo salvó de la piqueta celebrando allí su boda?

-La boda fue una anécdota, pero aparece en el sumario que abrieron para el derribo, diciendo que fue una intromisión mía en la Justicia, porque ya había sentencia de piqueta. Eso antes era muy fácil, se autorizaba si el coste de la obra de reparación superaba el 51% del valor del inmueble. Se inflaban los presupuestos y punto. Yo lo que hice fue plantarme allí, comprar un bocoy de vino de El Puerto y unos espetos de Málaga que puso mi amigo Félix, el de La Dorada. A él lo conocí de ir a comer allí un día y otro... algo que recuerdo de concejal son las comidas, así me puse, espantoso, llegué a pesar cien kilos. Y la boda sirvió para que el Ayuntamiento iniciara los trámites para comprar el Hotel Triana.

-Se aprovechó de su cargo.

-Me criticaron mucho. Lo que hicimos, como se diría hoy fue ponerlo en valor. Hacía falta hacer cosas llamativas para mover a la gente.

-¿Echa en falta hoy esa iniciativa?

-Ahora no se moviliza nadie, salvo las asociaciones del PP y para fastidiar. Parece mentira, es muy triste.

-¿Ésta es una ciudad complicada?

-Sí, es una ciudad tan hermosa y tan antigua que tiene la complicación del ensimismamiento y el onanismo. Esto le quita capacidad de autocrítica, de deseo de renovación. Por ejemplo, la Semana Santa es una ceremonia particularmente brillante y hermosa y multicultural, pero es una criatura del siglo XIX.

-¿Y qué quiere decir con eso?

-Que Sevilla, como los puretas del cante, se mira mucho más en la dimensión de lo pasado que en la del futuro. Y las dos en un organismo natural son necesarias.

-¿Con qué palo identifica a Sevilla?

-Con la bulería por soleá, con temple y peso y, al mismo tiempo, alegría, roneo, seducción... el aire.

-Una de sus últimas obras, reeditada, es Alegato contra la pureza, que usted considera muy íntima. ¿Cuál sería su alegato contra Sevilla?

-No sería un alegato contra Sevilla, sino para que Sevilla considere que no es saludable vivir sólo de la memoria, también de la ilusión de lo futuro. Y del cambio. No sólo de la tradición viven las criaturas.

-¿Cree necesario un cambio?

-Sí, sí. En Sevilla han sido tres mandatos seguidos con el mismo alcalde. Algo que hay que valorar a Aznar, aunque ahora esté diciendo tonterías, es que dijo dos legislaturas y ya está. Hacen falta reformas.

-¿Cómo cuál?

-Yo ya lo dije cuando me llamaron, por cuota creo porque soy amigo de los andalucistas, para que opinara cuando la reforma del Estatuto. Nos pusieron ahí para hacer el paripé, pero debe estar recogido en algún acta: yo suprimiría las diputaciones provinciales, eso es un despilfarro, algo inmoral en esta crisis de los dineros. ¿No quieren ahorrar? Pues empiecen por ahí.

-¿Y también hacen falta reformas en el flamenco?

-Ahí, empiecen quitando la revista Nueva Alboreá, papel couché para difundir noticias de la Junta y de cómo apoya al flamenco.

-Se le ve muy crítico.

-Ya, con la edad que tengo...

-¿Y si le vuelven a buscar?

-No volvería. Tuve una mala experiencia, aunque en lo personal fue fantástica, hace tres años con la Bienal de Málaga. Hubo un desencuentro entre artista y político. Las servidumbres de la política son mayores que las del flamenco. Yo no tengo nómina, pero tenerla y no poderte mirar al espejo.... Por poco que aguante, tengo garantía de poder decir lo que pienso sin miedo a que a los 67 no me den la beca.

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