La emigración española

Los gastarbeiter de El Bosque

  • Un estudio con emigrantes de la localidad serrana muestra cómo vivían los españoles en Alemania hace 50 años: trabajar, ahorrar, trabajar y ahorrar

La chispa, esa luz que se enciende de pronto y que en ocasiones abre un camino, surgió mientras Pilar veía en la tele Vientos de agua. Es una serie sobre un asturiano que emigra en los años treinta del siglo pasado a Argentina y que en 2001 ve cómo el emigrante es su hijo, que parte desde allí hacia España, como él, en busca de un futuro mejor. En un momento dado, el joven se sorprende al descubrir algo sobre su padre y éste le espeta algo así como qué te crees tú, si cuando tú naciste yo ya había vivido mucho. Fue esa secuencia, ese diálogo, lo que despertó la curiosidad de la joven estudiante de Historia Pilar García. Se vio a sí misma reflejada en el joven argentino. Se dijo: mi padre fue un emigrante en Alemania durante muchos años y yo no sé absolutamente nada sobre eso.

Así empezó todo hace unos años, recuerda ahora Pilar. Así comenzó a trastear en la historia de su familia y de su pueblo, El Bosque. Igual que desde otros pueblos de la Sierra gaditana, de allí partieron muchos vecinos hacia Alemania en los años sesenta del siglo XX. Pero esa aventura difícil y trabajosa, ese viaje a otro mundo, era un episodio que permanecía inédito. Pilar se puso a la tarea. Habló largo y tendido con su padre y otros bosqueños que emigraron, visitó Russelsheim y Frankfurt, las ciudades en las que se aposentaron, reconstruyó viajes, trabajos y rutinas y trazó un perfil del emigrante bosqueño. Fue fácil acceder a los testimonios: entrevistaba a vecinos que la conocían. Pero a todos les extrañaba que ella tuviese interés en estudiar la emigración y más a través de sus relatos: no veían que eso pudiese considerarse Historia.

Y sí lo es, y muy importante. Es la desconocida y olvidada historia de muchos miles de españoles que mientras la dictadura franquista propagaba que España era un paraíso, vivían lejos de su tierra pensando en volver, con una rutina nada envidiable: todo era trabajar, ahorrar, trabajar y ahorrar. Y enviar dinero a la familia. La emigración española no se entiende sin la censura, el atraso, la penuria y el sistema político y social que ahogaba a España. Entraron 7.000 millones de dólares provenientes de los emigrantes: un auténtico Plan Marshall nacional. En 1970, el ministro de Trabajo, Licinio de la Fuente, admitía que en Europa había "poco más de un millón de españoles".

Pilar hizo su trabajo de investigación para una asignatura de la carrera de Historia, que cursó en la Universidad de Cádiz, y el texto apareció después como un capítulo de un libro colectivo sobre emigraciones. Han pasado seis años desde entonces. La joven que posa para el fotógrafo en su pueblo con su padre y otros vecinos que fueron emigrantes ya no es la estudiante que les preguntaba sobre su vida en Alemania: ahora es la alcaldesa de El Bosque. Tiene otras tareas pero conserva intacto su interés por ese episodio de la historia de su pueblo.

"Es que fue algo muy importante", remacha Pilar. "Para ellos era una aventura marcharse. Trabajaban en el campo y se fueron desde un pueblo a una ciudad, a trabajar en una fábrica, a un país con un idioma que no entendían. Mi padre tenía 17 años cuando se fue, en 1966. Estuvo allí 13 años. Y dice que fue muy duro. Le costó mucho trabajo hablar de Alemania. Hay quien edulcora la historia. Él fue muy claro: bien no lo pasó".

Gracias al trabajo de Pilar, ahora sabemos que la mayoría de los vecinos de El Bosque que emigraron a Alemania eran hombres, lo que encaja con los datos del Instituto Español de Emigración: el 84% de los emigrantes españoles eran varones. No coincide en cambio el estado civil de la mayoría: jóvenes solteros, los bosqueños; casados, los españoles. Ninguno era aventurero, pese a que emprendían una auténtica aventura. Se iban empujados por la falta de trabajo, para poder comprar una vivienda o porque buscaban una mejora salarial que les permitiese ahorrar, algo imposible en una España de jornales muy bajos. "Me fui porque cuando vine de la mili, aquí no había trabajo ni había nada; como estaba la emigración abierta, pues me fui. Aquello era mejor que esto; porque esto era un tercer mundo y aquello ya no lo era", le explica José Cañas a Pilar. "Hombre, yo me hice la casa; me fui por eso, para hacer la casa. Me costó 700.000 pesetas, fíjate", dice Manuel García. Todos iban a trabajar y a ahorrar lo máximo posible con vistas a un futuro retorno. Los salarios representaban tres o cuatro veces lo que se ganaba en España.

Los bosqueños que emigraron a Alemania de manera legal se apuntaban en el sindicato vertical, el único que había y que estaba permitido; al que pertenecían obreros y patronos, todos unidos en armonía, según rezaba la versión oficial. Con la solicitud aportaban el imprescindible certificado de buena conducta. El sindicato los llamaba a Cádiz y les impartía un breve cursillo. Antes pasaban por un reconocimiento médico. Si no lo superaban, les denegaban la posibilidad de emigrar. Ya en Alemania, los sometían a otro. "Te miraban la boca, los oídos, todo. Te dejaban en cueros del todo", se ríe Juan García al contárselo a su hija. Les inspeccionaban especialmente la dentadura: era un chequeo que buscaba asegurar la productividad. Si eran admitidos pasaban a engrosar el colectivo de los gastarbeiter: los trabajadores extranjeros invitados.

Hay distintas versiones sobre lo que hallaron en Alemania, un país al que acudieron sin esperar nada pero con la certeza de que lo que encontrasen sería mejor que lo que dejaban atrás. Unos hablan de la desilusión y el desconcierto que sintieron al llegar allí, a un lugar tan diferente, a un ambiente ajeno. Les embargaba una sensación de soledad. "Aquello era un desierto para mí. Y tampoco se ganaba allí el oro y el moro, como decía la gente. Los que ahorraron mucho en Alemania fue porque eran allí unos esclavos. Si vivías normal, no ahorrabas un real, era lo mismo", dice Juan. "Pues allí la vida, qué te voy a decir: del trabajo a la residencia y de la residencia al trabajo", dice José Salguero. Todos tenían empleos no cualificados. Y muy distintos a los que habían desempeñado en su tierra.

Los bosqueños no vivieron en barracones, aunque saben que hubo ese tipo de alojamientos para solteros o casados solos, separados hombres y mujeres, en los que se compartía habitación con otros emigrantes. Sí pasaron por las residencias que facilitaban las propias fábricas en las que trabajaban, donde disponían de agua caliente y duchas, algo novedoso para personas que procedían de un medio sin esos lujos. Había quien alquilaba una casa independiente; eran de unos 52 metros cuadrados y vivían en ella tres o cuatro personas. Algunos destacan su suerte respecto a otros paisanos que se quedaron en España al explicar las comodidades con que contaban aquellas casas.

El idioma se alzaba como una enorme barrera entre los emigrados y el país que los acogía. Un estudio revela que sólo hablaba bien el alemán un 11% de los emigrantes españoles; los que lo hablaban mal y los que no lo hablaban sumaban el 56%; el otro 33% hablaba "algo". Un bosqueño se lo explicó a Pilar: "La mayoría de los españoles que fueron de aquí eran de muy poca cultura, muy baja, algunos no sabían ni leer ni escribir; había que estar allí escribiéndoles cartas para la familia. Y claro, decían: los españoles no aprenden alemán; pero vamos a ver, si no están preparados en su idioma, ¿cómo van a estudiar otro idioma? Tú te pones a estudiar ahora otro idioma y lo aprendes pronto. ¿Por qué? Porque tienes una cultura elevada en el tuyo. Pero uno que no sabe leer ni escribir, que no sabe el suyo, ¿va a saber otro ahora? Los jóvenes de hoy van a Alemania y aprenden el alemán pronto. ¿Por qué? Porque están todos preparados".

Integrarse era, pues, una excepción. Se refugiaban en personas de su mismo origen. Las redes de paisanaje influían en todos los aspectos de la vida del emigrante. Por supuesto, también en el escaso tiempo de ocio. "¿Los fines de semana? Pues a jugar a las cartas o al dominó; o te ibas por ahí, al parque, a la vera de un río; echábamos un rato; o ibas a un comercio grande que había allí; dabas una vuelta y tomabas un café y para la residencia. ¿Con españoles? Hombre, claro. En la residencia bebíamos y todo eso, pero luego por ahí, no".

Las jornadas transcurrían monótonas. "El día que trabajabas de tarde te levantabas por la mañana e ibas a hacer la compra, comías a mediodía y a trabajar; y cuando trabajabas por la mañana, la misma historia", le explica a Pilar su padre, que era un joven de 20 años al terminar los sesenta. ¿Y todo lo que ganabas lo mandabas para acá siempre?, le pregunta ella. "Claro, entonces qué iba a hacer. Tus abuelos tenían que comer y tu abuelo cobraba muy poco". ¿Y les mandabas todo? "Claro. Yo me quedaba sin nada, [sólo con lo justo] para comer".

El estudio aporta otros datos. Por ejemplo, que como muchos otros españoles de los sesenta, los bosqueños eran emigrantes con poco compromiso político; que algunos tuvieron problemas con emigrantes de otras nacionalidades, con trabajadores como ellos, pero nunca con sus jefes o superiores, a los que sienten agradecidos. Sólo uno de los entrevistados afirma que regresaría a Alemania incluso en las mismas condiciones en que lo hizo, sin importarle la edad ni lo que tuviese que trabajar. La mayoría tiene claro en cambio que no volvería a emigrar. "Toda emigración es desgraciada y trabajosa", sostiene uno.

Quizá no toda. Pero sí lo es cuando se emprende para llevar una vida supeditada al trabajo y al ahorro. O al envío de dinero a España, que venía a ser lo mismo que ahorrar. "Allí teníamos de todo", anota José Cañas, "pero no estaba uno en su tierra, en su cultura, en su idioma; eso es duro, duro, duro; cuando te encuentras con un idioma totalmente diferente, trabajoso de coger, y todo eso..., uf, es muy duro; las costumbres..., todo es trabajoso".

La dificultad para comunicarse con la familia que quedaba en España incrementaba la sensación de dureza. Las noticias iban y venían con las cartas. Pero tardaban mucho en llegar. Es difícil entenderlo hoy pero el padre de Pilar se enteró de que había muerto un hermano suyo al llegar a casa en unas vacaciones.

Hace unos años, Pilar se fue unos meses a Italia con una beca. Cuando se puso en contacto desde allí con El Bosque mediante skype y sus padres la vieron en la pantalla del ordenador y hablaban con ella, la frase salió sola, inevitable. "Si hubiésemos tenido esto entonces en Alemania...".

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