OPINIÓN. A CIENCIA ABIERTA POR ADELA MUÑOZ PÁEZ

Lavar el agua

La frontera que separa el primer mundo del tercero es transparente e invisible. Una sociedad desarrollada es aquélla en la que todos sus habitantes disponen de agua potable en abundancia. En cambio, en los países del tercer mundo la búsqueda diaria de agua es una maldición que consume hasta un tercio de la vida de mujeres y niñas. Y lo paradójico es que el agua no es un bien tan escaso y difícil de obtener como el petróleo, o un producto costoso de fabricar, como el acero o cualquier otro compuesto industrial de gran demanda.

El agua, una pequeña molécula formada por un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno, H2O, está en casi todos lados. Lo que sí es un bien escaso es el agua dulce potable, el agua limpia. Pero potabilizar el agua es también un proceso bastante fácil y barato: hay que filtrarla, decantarla, airearla pero, sobre todo, matar los microorganismos que alberga en su seno. Este último proceso es extraordinariamente importante, porque el agua contaminada causa más del 80 por ciento de las muertes en el mundo. Es infinitamente más letal que todas las guerras, las minas antipersona o la falta de comida.

Y es que el agua es el caldo de cultivo de casi todas las formas de vida. No por casualidad es el componente mayoritario del cuerpo humano y de la mayor parte de los seres vivos. Por eso, para obtener agua potable hay que tratarla con un producto que destruya los microorganismos nocivos pero que no dañe el cuerpo humano. Ese producto es el hipoclorito, el principal componente de la lejía, que también se emplea para potabilizar el agua, aunque en mucha menor cantidad. Debido a esta diferente concentración, la lejía se “come” las manchas y el color de la ropa o deja sin esófago a quien por error la bebe, mientras que el agua potable simplemente está libre de bichos nocivos. ¿Qué tendrá ese hipoclorito para ser tan perverso o tan beneficioso? Es un ladrón de electrones, y en su avidez por conseguirlos, se los quita a cualquier compuesto que se le ponga por delante, acabando de esa forma con los microorganismos, las manchas o el tinte de la ropa.

Pero ninguna de estas reacciones afecta directamente al agua. Ésta entra en nuestro organismo y pasa a formar parte de todos los fluidos corporales, en su seno los electrones pasan de un compuesto a otro, los bichos llegan, se reproducen o se mueren, pero el agua no se altera. La inmensa mayoría de las moléculas de agua que nos rodean estaban aquí antes de que llegáramos y seguirán estando cuando no existamos, pues la molécula de agua es un prodigio de equilibrio entre una gran estabilidad como compuesto y una extraordinaria versatilidad para que en su seno tengan lugar muchas reacciones. Pero sólo algo más de la mitad de la población mundial podemos acceder sin restricciones a esta pequeña maravilla. El gran privilegio que ello supone debe hacer que nos comprometamos a hacer todo lo posible para que la otra mitad menos afortunada también tenga acceso al agua limpia. Para ello sólo tenemos que enseñarles a hacer algo tan simple como lavar el agua.

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