Diario de Pasión

Azucena de pasión

Costaleros de la Candelaria buscan un poco de aire bajo las andas.

Costaleros de la Candelaria buscan un poco de aire bajo las andas. / manuel aranda

Juan Martínez Roldán nació en Jerez en 1968, residiendo desde su más tierna infancia en un luminoso piso de Pío XII. Por vocación, se entregó a la literatura desde que supo leer, pasando de Gloria Fuertes a Julio Verne, de Verne a Mark Twain y de Twain a Tennessee Williams, en este último salto por recomendación de Carolina de Banzie su profesora de literatura de segundo de BUP. Por tradición familiar, se vio inmerso en el mundo de las Semana Santa, pues era miembro del linaje de los Martínez, cuya presencia en la Hermandad de la Amargura se remontaba a tiempo inmemorial, y eso que la cofradía se fundó en 1928.

Juan... ¿Cómo decirlo?, tenía un espíritu sensible y delicado, por lo que nunca se planteó cargar un paso. Esto no quiere decir que no trabajase en cuaresma, si bien lo hacía en actividades más propias a su condición, como limpieza de enseres, arreglos florales, y todo aquello que se relacionaba con la indumentaria de Nuestra Señora, ya que durante largos años fue el colaborador indispensable de su vestidor.

Nunca se planteó cargar, pero… Juan sentía un no sé qué cuando veía a los costaleros. En ocasiones se sorprendía pensando en espaldas anchas, brazos fornidos y cuerpos sudorosos que salían bajo los pasos. Se ruborizaba si alguno lo miraba y perdía la cabeza si los veía fajarse, llegando una vez a sufrir un desvanecimiento por este motivo. Como pueden suponerse, pronto los costaleros empezaron a murmurar, inventando expresiones como "Juanita Banana" y otras más gruesas que no me atrevo a reproducir en este casto suplemento.

Juan sufría en silencio, mientras sacaba brillo a los varales del palio de La Amargura. Fue su profesora, la ya citada Carolina de Banzie, quien le propuso un medio para dar salida a sus ansias internas. Como el contacto físico era impensable, le aconsejó que plasmara sus fantasías en novelas cortas. Cuando la de Banzie leyó la primera, no lo dudó un instante: Juan Martínez tenía que publicar. Así que se fue a Gráficas del Exportador y, ella misma costeó la primera edición de "En un rincón de la calle Naranjas". Corría el año de 1987, y a partir de ese momento, comenzó una fulgurante carrera literaria.

Claro está, que el primer manuscrito sufrió ciertas modificaciones, destinadas a hacerlo más comercial: los amoríos se desarrollaban entre mujeres y costaleros (no entre costaleros y muchachos lánguidos) y el nombre del autor cambió por el sonoro "Azucena de Pasión".

"En un rincón de la calle de las Naranjas"fue un éxito de ventas en la cuaresma de 1987. A partir de ese año, como siempre, en primavera, aparecía un nuevo título de la misteriosa Azucena de Pasión, agotándose a los pocos días de salir al mercado y llegando a superar en muchos casos a la bizarra guía de Paullada, que hasta entonces había tenido el favor de los lectores.

¿El secreto del éxito? Una cuidada prosa por la que desfilaban costaleros (dentro y fuera del paso) y jóvenes apasionadas que los amaban sin medida. Todo ello aliñado con candelerías, saetas, torrijas y (lo más importante) escenas subidas de tono que se desarrollaban en escenarios singulares, como por ejemplo la sacristía de la Catedral, la trasera de un puesto de salchichas del Arroyo o un rincón de la calle de las Naranjas. Para su sorpresa, Azucena fue muy popular entre el público femenino, y se cuenta que sus obras se leían en voz alta mientras que, se producía el laborioso proceso de colocación de las mantillas. Por supuesto, en los palcos eran los libros de moda e incluso una hermana del Nazareno fue sorprendida con un ejemplar de "Amor y trabajadera" bajo la túnica. En la soledad de sus noches sin luna, todas soñaban con ardientes encuentros con costaleros, rubios o pelirrojos, calvos o melenudos, gordos o delgados, con costal o molía… Eso daba lo mismo, ya que el caleidoscopio narrativo de Azucena se los pintaba de mil colores, llegando el afán de variedad al punto de la publicación, en 1991, de "Un moreno en Los Descalzos", la historia de un nigeriano que acabó cargando al Señor de la Flagelación y, al tiempo, de novio con una cofrade con ínfulas de pregonera.

"Cómo casarse con un costalero", "Costalero sin molía" o "De repente, la última chicotá" (nombre que denota la clara influencia de Tennessee Williams), fueron títulos que encumbraron a Azucena como uno de los autores más importantes del Jerez del momento, para envidia de Juan de la Plata o Antonio Mariscal, quienes veían que sus tratados se quedaban en los anaqueles de la librerías cogiendo polvo, mientras que los relatos cofradiero-picantes de nuestra heroína volaban.

En 1994 Juan Martínez había ganado tanto dinero con sus relatos, que se costeó un viaje a los Estados Unidos, de donde nunca regresó. En 1995 no apareció ninguna historia de Azucena de Pasión y al año siguiente algún autor avispado (se sospecha que Fernando García Taboada) utilizó ese seudónimo para publicar "Dame cirio", una novela en la que (en contraposición con las anteriores) el sutil erotismo se transforma en pornografía y se pierde todo el respeto por las imágenes sagradas. Como pueden figurarse, la crítica fue despiadada con este libro y la Pseudo-Azucena, no se atrevió a firmar ninguna obra más.

Respecto a la verdadera Azucena, que sigue llamándose Juan, hoy vive en San Francisco, regentando una tienda de cup cakes (Passion Cupcakes) en la calle Castro, donde la conocí hace algunos años. En uno de nuestros largos paseos frente al Golden Gate Bridge me contó, entre lágrimas, que cada año manda un ramo de azucenas para que luzca en el palio de La Amargura durante su procesión del Miércoles Santo.

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