Las Angustias

Luto de terciopelo negro

  • La plaza de Las Angustias volvió a consolar el amargo pesar de una madre que llora a su hijo en brazos

Un año más, las campanas de la antigua capilla del Humilladero anunciaban, por fin, que la reina de la plaza bautizada como ella estaba a punto de hacer una silenciosa y dolorosa penitencia poniendo camino a la Santa Iglesia Catedral. Seguidos a los anunciadores campanazos, las impresionantes puertas de la capilla se abren para dejar paso a un solemne cortejo de altos capirotes negros, con unas filas perfectamente compuestas que presentan un luto absoluto por la muerte que pone el tono más austero y doloroso al Domingo de Ramos. Algo se echa de menos este año. El tradicional pendón de los siete cuchillos se encuentra reposando en el taller astigitano de Jesús Rosado, que espera a restaurarse junto al manto de la Virgen. Si todo sale como lo previsto, ambas piezas se añadirán al duelo el año que viene.

El abrumador silencio que ensorcede la plaza a las siete de la tarde solo es roto por el cantar de la escolanía de niños que resuena entre las paredes del templo. Tan solo unos minutos más tarde, a las notas del miserere que ya baja en busca de la calle Higueras les complementa el olor  a incienso característico de la semana de la pasión. En la puerta del templo ya se empieza a vislumbrar el frontal de la impresionante canastilla de la Hermandad, dorado que brilla cuando las nubes dejan actuar al tímido sol del Domingo de Ramos, mientras el pueblo empieza a vislumbrar las lágrimas de María Santísima de las Angustias, al menos los que están de frente, debido a la frondosidad de los árboles que escoltan la puerta de la capilla.

Con su hijo en brazos, la saya y el manto de terciopelo negro anuncia a Jerez la muerte de su hijo, desplomado en sus brazos con los ojos semiabiertos. Una pena contenida, angustiosa y resignada es rota por lágrimas de dolor por la pérdida de la madre de Dios, metáfora en el símbolo de la cofradía, el emblemático corazón atravesado por los siete puñales que María lleva en su  pecherín. Una cruz vacía a sus espaldas, clavada en un monte de cláveles rojo sangre, que rompe el cielo y las nubes de Jerez termina de componer el conjunto escultórico. La mirada del pueblo se enternece al majestuoso paso de Las Angustias. El viento trae al ya lejano canto de la escolanía, que es roto por el racheado de los costaleros y las órdenes de Quino Bernal, que manda al cielo a La Virgen después de subir la cruz, que este año estrena con cariño el INRI, regalo de un hermano de la cofradía.

Una Hermandad de negro que de espaldas también es capaz de conmover. Una corona que se torna ladeada y los pies y cabeza de Cristo muerto asoman por delante del terciopelo negro. Las Angustias ya pone dirección calle Higueras, donde la estrechez y oscuridad de la vía recoge aún más la solemnidad que hace patente la Hermandad a su paso.

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