Las Angustias

El dolor incesante que llega desde el antiguo Humilladero

  • Nuestra Señora de las Angustias vuelve a aportar al Domingo el regusto por la elegancia cofradiera

DOMINGO de pasiones y contrastes, así es la primera jornada que define a la Semana Santa de Jerez. De la alegría de los niños y las palmas en la Entrada Triunfal de Cristo Rey en Jerusalén hasta introducirse directamente en el final de la triste historia, conduciendo a la solemnidad, al negro, al luto en la plaza a la que da nombre la advocación mariana que cierra el Domingo de Ramos. Enclave en el que no cabe un suspiro para calmar las lágrimas de María cuando quedan pocos minutos para que el campanario de la capilla de Nuestra Señora de las Angustias empiece a repicar, anunciando la salida de la hermandad de los Siete Cuchillos.

La apertura de la capilla, a tan solo diez minutos de las siete de la tarde, lleva al silencio, que cortan con su pasar los hasta 240 nazarenos que conforman su cortejo. Un cortejo, tan firme y elegante, que pasa dejando un halo de misterio cortado por el resonante canto del Stabat Mater de la escolanía de niños.

El llamador de Carlos Gutiérrez retumba en la capilla, ya casi vacía. Seguirán pasando los años, y seguirá pareciendo mentira la forma en que se mueve la enorme canastilla de Manuel Guzmán Bejarano. En su pasar, el misterio hace pequeña cada calle por la que los hombres de abajo comparten con su pueblo la pena de María. Miradas de pésame en las cabezas levantadas que adivinan las lágrimas de la Virgen, sentada sobre el Monte Calvario. A sus pies, un Cristo yacente en sus brazos, allá donde acaba la sábana blanca con la que acurruca el cuerpo inmóvil de su hijo. Anunciando su llegada, por segundo año consecutivo, desfila el restaurado Pendón de los Siete Cuchillos, una de las insignias claves de esta corporación.

En ese pasar, sin grandes levantás ni marchas a la Virgen, las miradas de la plaza de Las Angustias siguen su camino cuando el misterio se pierde por la calle Higueras en busca del barrio de San Pedro. Es difícil explicar con palabras las sensaciones que esta hermandad deja por las calles donde pasa. Sensaciones que no se pierden una vez que se mira el misterio por detrás, donde a contraluz, gracias a la altura de la canastilla y la intimidad que ofrecen las calles estrechas, se sigue adivinando la pena de María, que cabizbaja eternamente pierde la mirada en las heridas de Jesús. Silencio roto por el murmullo del rezo al Rosario de los fieles que acompañan el paso.

Por esta razón, la hermandad, que no deja nada al azar, tiene un recorrido rico en calles estrechas y rincones en los que la cofradía discurre durante su recorrido de ida y, sobre todo, de vuelta, cuando la penumbra de la noche ensalza su razón de ser. Es una verdadera estampa cofrade ser partícipe del paso de esta hermandad frente a la iglesia de San Miguel, donde la iluminación se ciñe únicamente a la aportada por los nazarenos y candelabros del misterio. Lobreguez que agradece el sentimiento y la devoción a esta corporación.

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