En el pecado va la penitencia

De oropeles y plumeros

  • La estética cofradiera de la actualidad mezcla barroquismo mal entendido con la bizarría más pura

ES EVIDENTE que la Semana Santa es un fenómeno vivo. Las procesiones y todo lo que ellas conllevan no se han mantenido inmóviles desde su creación, allá por el siglo XVI. Si pudiésemos observar hoy una procesión del quinientos sentiríamos miedo al ver esos pasos tan humildes apenas iluminados por unos pocos cirios y acompañados de disciplinantes que se laceraban las espaldas con gruesos flagelos. Las cosas cambiaron poco hasta finales el siglo XVIII. Ya por aquella época algunas hermandades habían renovado sus modestos enseres y  la imaginería, pudiendo verse en las calles esculturas de la categoría del Prendimiento, el Mayor Dolor o Marquillo, por sólo citar algunas. Sin embargo, la alteración más sustancial fue provocada por unas leyes dictadas desde una corte repleta de ilustrados que desconocían la realidad social de España. Se trata de la desaparición de los disciplinantes, ya que se consideraban un espectáculo atroz y propio de bárbaros. Huelga decir que nuestro país por aquel entonces era el que retrató Goya en sus pinturas negras.

El XIX fue una época tumultuosa y nefasta para las cofradías. Las que no desaparecieron, sobrevivieron manteniendo la imagen barroca, algo que se vio alterado levemente en las últimas décadas del siglo (y sólo en las hermandades más pudientes) con lo que se ha venido a llamar Romanticismo. A partir de 1900 nuestra Semana Mayor va a sufrir un cataclismo en lo que a su apariencia se refiere. Hasta la década de los sesenta las hermandades (gracias al mecenazgo de algunos potentados) van a agrandar y enriquecer sus pasos imitando lo que se venía haciendo en Sevilla. Se adquirieron tallas, insignias y palios maravillosos. Llegaron así a Jerez las Hermanas Antúnez (que eran unas bordadoras), Rodríguez Ojeda y Guzmán Bejarano para realzar la fiesta.

Desde aquellos tiempos hasta nuestros días ha comenzado un descenso a los abismos de la fealdad y el mal gusto que parece no tener freno. Sé que ustedes me dirán que hay honrosas excepciones en esta debacle, algo que admito, pero a grandes rasgos la estética cofradiera ha tomado un camino que tiende a mezclar un barroquismo mal entendido con la bizarría más pura. Los dos estandartes de esta Era de Acuario de la Semana Santa son los oropeles y los plumeros.

Un afán de lujo (sin el respaldo económico correspondiente)  ha llevado a muchas cofradías a adquirir piezas que se ven a un tiro de legua que son falsas. Bordados de quita y pon, dorados realizados con la purpurina de la Señorita Pepis, orfebrería que no aguanta la fuerza de un soplido (patrocinada por Reynolds), encajes que no pasarían ni como visillos en una casa humilde, una imaginería (fabricada en Talleres Potilandia) sin la más mínima apariencia de realidad que, además, en algunos casos perjudica seriamente la devoción y, en definitiva, una serie de despropósitos low cost que empujan a los amantes de las nobles artes a refugiarse en un bar al paso de determinadas cofradías.

Pero quizás donde el delirio estético alcanza su cima es en el fenómeno del plumero. Por fotos antiguas sabemos que ciertas hermandades coronaban a sus romanos con plumas. Eran figuras grotescas, de grandes bigotes pintados y aspecto ridículo a los que el adorno del casco no hacía sino aumentar su apariencia cómica, en contraposición del patetismo y belleza del Cristo al que acompañaban. Hoy los romanos son altos y apuestos caballeros ornados con un brillante y musculado pecho-lata. Y arriba, inundándolo todo, un enorme, desproporcionado, colosal plumero blanco. ¿Son conscientes los mayordomos del trabajo que les costaría a unos soldados mantener en perfecto estado de revista esas plumas? ¿Piensan que con esa apariencia se podría ir uno a conquistar la Galia? ¿No creen que los enemigos podrían pensar que se aproximaba la compañía de Celia Gámez en vez del más poderoso ejército de su tiempo? ¿Nadie se da cuenta de que la mayoría de los pasos ornados con blancos y descomunales plumeros se alejan de la Pasión de Cristo para adentrarse en la Corte del Faraón?

La respuesta está en el viento que un año más moverá las plumas al son de cornetas y tambores.

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