Diario de Pasión

La primitiva Semana Santa

LOS Santos Evangelios nos cuentan que la última semana de la vida mortal de Jesús estuvo llena de singulares acontecimientos. Cuando sus parientes le avisaron que ellos se ponían en camino para subir a Jerusalén a celebrar la Pascua, Jesús no quiso acompañarles sino que esperó a que ellos hubieran marchado para ponerse él en camino, y lo hizo entonces como de incógnito (Jn 7, 8-1º0). Pero, llegado a Jerusalén, comenzó a predicar abiertamente, causando admiración a los judíos. Y luego de que Jesús resucitara a Lázaro, lo que conmovió extremadamente a la opinión pública judía, los jefes determinaron dar muerte a Jesús. El Señor se retiró con sus discípulos a la ciudad de Efrén, donde estuvo hasta que seis días antes de la Pascua vino a Betania, a casa de Lázaro, al que había resucitado, y allí fue obsequiado con una amistosa cena, en el curso de la cual María, la hermana de Lázaro, ungió a Jesús con un carísimo perfume de nardo, y la defendió el Señor de las críticas de Judas Iscariote. Al día siguiente tuvo lugar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, siendo recibido con palmas, olivos y aclamaciones, interviniendo los niños en este apoteósico recibimiento. Los sinópticos señalan en esta entrada la expulsión por Jesús de los mercaderes fuera del Templo. Con ello quedó mostrada la autoridad que a sí mismo se reconocía el Señor. Mandó Jesús a dos de sus discípulos que se llegaran a casa de un innominado amigo suyo y le pidiera les señalase la sala en donde iba a comer la Pascua con sus discípulos, y desde entonces a aquella venerable habitación la tradición cristiana la conoce como el Cenáculo. Mientras llegaba la fecha de la Cena, en los días primeros de la Semana Santa, el Señor tuvo públicos debates con los escribas y fariseos y pronunció significativas parábolas como la de los dos hijos enviados a la viña, la de los pérfidos viñadores o la de la boda del hijo del rey, en la cuales queda clara la conciencia nítida que tenía Jesús de su dignidad y su misión.

No dejó el Señor de advertirles en aquellos días a sus discípulos que el templo iba a ser destruido, y con varias hermosas parábolas - como la de los talentos o la de las diez vírgenes - insistirá en la necesidad de la vigilancia y la responsabilidad, de cara también al fin del mundo y del juicio final que el Señor describe con fuertes palabras. Por aquellos días también se reúnen los sumos sacerdotes y los ancianos en casa de Caifás y deciden prender y dar muerte a Jesús, aunque quería evitar que esto sucediera los días de fiesta para impedir se formara un alboroto en el pueblo.

Y tuvo lugar entonces la traición de Judas que se ofreció a los dirigentes para entregarles a Jesús, recibiendo en pago treinta monedas de plata. Frecuentaba Jesús el Huerto de los Olivos, llamado también Getsemaní, como sitio de oración y recogimiento, y Judas pensó que allí fácilmente lo localizaría a la hora de entregarlo.

Al atardecer del jueves, Jesús se reunió para cenar con sus discípulos en la habitación de que hemos hablado, y en el curso de esa cena Jesús instituyó la eucaristía, instituyó el orden sacerdotal del Nuevo Testamento y promulgó el mandamiento nuevo del amor fraterno, enseñando la humildad y la servicialidad al ponerse a lavar los pies de los discípulos. Formuló la promesa del envío del Espíritu Santo y advirtió con muy serias palabras qu había llegado su hora.

Del Cenáculo marchó Jesús con sus discípulos Getsemaní, conde al orar agónicamnte, sudó sangre, y donde fue apresado por los enviados del sanedrín, mientras sus discípulos lo abandonaban y huían.

Jesús, ya cautivo, hubo de comparecer ante Anás, ante Caifás, ante el Sanedrín y ante Pilatos y Herodes, y todos terminaron condenándole a muerte bien que Herodes se limitó a despreciarlo.

Ante la insistencia de la plebe en que fuera condenado a muerte, Pilatos, en un acto de inigualable cobardía, mandó a Jesús a la cruz, que él llevó camino del Gólgota, ayudado por Simón Cirineo, y murió en la cruz teniendo cerca de su Madre, al discípulo amado y a las santas mujeres. Conseguida licencia de Pilatos y antes de que anocheciera, Nicodemo y José de Arimatea enterraron a Jesús en un sepulcro nuevo, que durante el sábado fue custodiado para impedir que los discípulos se apoderaran del cuerpo. Y así, estando en el sepulcro el cadáver sacrosanto de Jesús - que estaba separado del alma de Cristo pero seguía unido a su divinidad- anocheció el sábado y terminó la Semana Santa. En la madrugada del Domingo resucitaría Jesús, pero ya no era Semana Santa: era una nueva Semana, la de Pascua. Meter el Domingo de Resurrección en la Semana Santa es un disparate teológico y litúrgico. El Domingo de Resurrección no es día de luto ni de penitencia: " Éste es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo."

II.- No tenemos una noticia cierta de que ya en los tiempos apostólicos los cristianos celebrasen en el tiempo de Pascua la Resurrección del Señor. Pero como cuando en la segunda mitad del s. II hay discusiones acaloradas acerca del día en que debe celebrarse, todos los contendientes apelan a la tradición vigente en sus iglesias, esto nos hace pensar que la Pascua, con sentido cristiano, se celebraba desde el principio. No falta quien quiera ver en la primera Carta de San Pedro una verdadera homilía pascual.

Hay constancia de que muy pronto se ayunaba por la comunidad el sábado santo, y este ayuno se adelanta a dos o tres días previos, siendo este ayuno el germen del ayuno de cuarenta días en que consistirá la Cuaresma y con el cual la Iglesia se preparará para la Pascua.

La comunidad entra en Cuaresma en un tiempo de purificación interior, como ya dirá San León Magno, los catecúmenos toman la recta final para el bautismo, y los pecadores se acercan a la absolución que recibirán el Jueves Santo.

La Semana Santa es la sexta de Cuaresma y está dedicada a meditar en la Pasión del Señor que por el misterio de su cruz nos ha redimido. La Iglesia organiza en la Semana Santa una sola procesión en la calle: la de las Palmas y Olivos en el día primero de esa semana. Las otras procesiones, que acaparan ahora la atención del pueblo, no las organiza la Iglesia ni pertenecen a la liturgia de la Semana Santa sino que son obra de las hermandades.

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