Diario de Pasión

El verdadero espíritu de la Semana Santa (y II)

LA semana anterior a la Semana Santa se llamaba pero ya no se llama semana de Pasión. Este nombre corresponde propiamente a la Semana Santa. En Jerusalén, en el s. IV después de la misa el obispo y el pueblo se dirigían a la iglesia situada en el Huerto de los Olivos, donde se leía el evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, y seguidamente iban todos a la iglesia de la Resurrección, levantada sobre el Santo Sepulcro. Al término de la celebración el diácono anunciaba que a lo largo de la semana habría asamblea litúrgica todos los días a la tres de la tarde en la iglesia construida en el Monte Calvario, donde Jesús había sido crucificado. A esta iglesia se la llamaba Martyrion, que, como es sabido, significa testimonio, porque allí, muriendo dio Jesús testimonio de su obediencia al Padre y de su amor redentor por nosotros.

En Roma, donde la Liturgia fue siempre simple y sobria, el domingo anterior a la Pascua se leía la Pasión del Señor, como manda ahora la liturgia renovada por Pablo VI y que ha vuelto a restaurar viejas tradiciones romanas. Esto era así ya en tiempos de San León Magno (+461), y sólo por influencia de los fieles que habían peregrinado a Jerusalén se añadió más tarde la procesión de los ramos.

El Lunes Santo en la misa se lee el evangelio de la visita de Jesús a sus amigos de Betania, donde María tomó una libra de perfume de nardo auténtico y luego de ungir con él los pies del Señor se los secó con su cabellera, defendiéndola el Señor de las protestas contra aquel gasto que hizo Judas Iscariote, protestas como las que hoy oímos contra el gasto de las procesiones de la Semana Santa.

El Martes Santo se lee el evangelio en que Jesús avisa la traición de uno de los apóstoles.

El Miércoles Santo se lee el evangelio de la traición de Judas ofreciéndose para entregar a Jesús y de las instrucciones del Señor para preparar , la cena pascual.

El Jueves Santo en las catedrales hay dos misas, una matutina, que dice el obispo concelebrando al menos algunos de los sacerdotes de la Diócesis, no necesariamente todos, y en la que se bendicen o consagran los óleos y el crisma, renovando los sacerdotes los compromisos sacerdotales, y otra misa vespertina dedicada a conmemorar la institución de la Eucaristía y la promulgación del Mandamiento Nuevo. En ella el Obispo lava los pies de doce fieles. Terminada la misa, se lleva el Santísimo al monumento, sito en alguna capilla, no en el presbiterio. A continuación se despojan los altares y queda en adoración el Santísimo hasta la media noche. Con la misa vespertina del Jueves Santo empieza el Triduo Pascual.

El Viernes Santo no se celebra misa sino que en una sobria y antiquísima liturgia, que milagrosamente ha llegado hasta nosotros intacta sorteando el medioevo y el horror vacui del barroco, luego de la Liturgia de la Palabra que contiene la Pasión según San Juan, se hace la Adoración de la Santa Cruz y con las formas consagradas el día anterior se da la sagrada comunión. Tras una breve oración de bendición se concluye el hermosísimo rito, que nos hace ver cuán breve y hermosa era la Liturgia Romana antes de pasar por la Edad Media.

El Sábado Santo es día de silencio, recogimiento y oración y, gracias a Dios, en nuestra Diócesis, no hay procesiones. Al oscurecer o luego se celebra la Vigilia Pascual, en la que el sacerdote o un diácono o un cantor, pero no todo el pueblo ni siquiera algunas partes, canta el Pregón Pascual. Se celebra la misa con alegría y júbilo y se renueva la fe en Cristo Resucitado. El Domingo de Resurrección ya no pertenece a la Semana Santa: ha empezado una nueva semana. Es una barbaridad teológica y litúrgica sacar ese día procesiones de penitencia. Lo hagan donde lo hagan.

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