El derbi sevillano: la crónica

Sonrisa merecida bética

  • Justicia: El Betis se reencuentra con el triunfo en el campo del Sevilla porque manejó mucho mejor la situación· Minuto decisivo: Duscher vio la segunda tarjeta y acto seguido Sergio García marcó su gol

Reencuentro bético con el triunfo en un derbi y los fieles a la fe balompédica verdiblanca tienen motivos más que sobrados para sonreír a mandíbula batiente. El Betis se impuso al Sevilla en el derbi número 112 disputado en el Sánchez-Pizjuán por la sencilla razón de que supo manejar muchísimo mejor sus recursos y las situaciones que se fueron presentando a lo largo del encuentro.

Para empezar, y aunque resulte obvio el dato, porque anotó dos goles en su casillero mientras que su eterno rival se quedó sólo en uno. Pero sería muy simplista reducir el análisis a ese aspecto objetivo del juego, por muy vital que sea el mismo; el Betis jugó su partido desde el minuto uno hasta el noventa y pico y sencillamente supo esperar a que su adversario cayera del árbol como una fruta madura. Casi no le hizo falta siquiera acudir a recolectar ese gran triunfo, le bastó con moverse con una inteligencia extrema en todo momento.

Paco Chaparro, pues, puede estar orgulloso de los suyos y también de sí mismo, ya que seguro que todo se ajustó al guión que él tenía diseñado desde los días previos a este Sevilla-Betis. Jiménez, por contra, se devanará los sesos para hallar una explicación de por qué no sustituyó un minuto antes de la expulsión a Duscher a pesar de que el argentino estaba con el depósito de combustible completamente exhausto y tenía una tarjeta amarilla. Es la grandeza de este maravilloso deporte, que no siempre se producen decisiones acertadas por parte de todos y por ahí se contabilizan los resultados a favor de unos u otros. El caso es que el Betis salió triunfador del envite a pesar de esos pronósticos previos que le otorgaban el favoritismo a su rival por esos 16 puntos que tenía de ventaja en la clasificación, que ya se quedan en 13.

Es justo reconocer que esas distancias no existieron en ningún momento en el terreno de juego. Al contrario, la igualdad fue total en el primer periodo, con algo más de iniciativa sevillista, y ambos convinieron en que la moneda se lanzara al aire tras el intermedio para que favoreciera a los béticos y fustigara a los locales. En este sentido, cabe explicar con prontitud que era más factible que así fuera, ya que la frescura del equipo de Chaparro fue mayor. Pero que nadie se escude en ello como excusa, que también ese tipo de situaciones deben ser manejadas con sapiencia para aprovecharlas.

El planteamiento de salida estableció a dos equipos que jugaban tal vez más rápido de lo que eran capaces. Tanto el Sevilla como el Betis tenían mayoría de peones de ataque y partieron con unos patrones tácticos relativamente similares, es decir, con cuatro atrás, dos medios por el centro, bandas bastante definidas y un punta claro. Si acaso, la única diferencia es que Emana estaba algo más lejos de Oliveira que Acosta de Kanoute, aunque también es verdad que esa misión pertenecía más en los verdiblancos a Sergio García, quien abandonaba la banda derecha para apoyar más al punta. Eso es lo que tuvo que ver con el posicionamiento inicial, después en los cambios se constató que Damià mejoró considerablemente al Betis por el reajuste de piezas que se produjo. Todo lo contrario sucedió con el Sevilla, que pedía a gritos un refuerzo en el eje de las maniobras y no lo tuvo para quedarse básicamente en un canje de piezas más arriba, tal vez donde fuera menos necesario.

Lógicamente, eso influyó en el desenlace del encuentro y fue incluso mucho más trascendente que ese minuto en el que cambió todo. Es muy llamativo que Duscher viera el camino de los vestuarios por su segunda tarjeta y que en la jugada siguiente anotara Sergio García tras un espectacular pase largo de Melli. ¿No hubiera sucedido esto de no mediar la expulsión? Esa pregunta no tiene respuesta, así de contundente, pero si hubiera que apostar a futurólogo en esos instantes parecía más cercano el momento en el que el Betis le hiciera daño a Palop que lo contrario.

El Sevilla ya se había convertido, entonces, en un equipo previsible, un conjunto en el que Kanoute pecaba de una ansiedad extrema a la hora del remate y que era incapaz de hacerle daño al Betis. El conjunto de Chaparro, por contra, se sentía cada vez más seguro y hasta Emana, tal vez su futbolista más impreciso, se atrevía a incorporarse a apoyar más arriba. Encima Damià hostigaba a Fernando Navarro y Sergio García le daba un curso de movimientos a Mosquera hasta que lo encontró, hasta que vio el hueco, entró por allí y decantó la balanza.

Restaban 20 minutos y el Sevilla tenía uno menos, estaba claro que el Betis había ganado el pulso en Nervión después de muchos años. Lo demás fue el quiero y no puedo de unos y la demostración de superioridad por parte de otros. El Betis, después de tantas decepciones en este tipo de partidos, se había ganado con todo merecimiento el derecho a sonreír ante un eterno rival que ya acumula tres derrotas consecutivas. El Betis fue el mejor en el campo.

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