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Uno de esos días raros

  • El Sevilla de Montella, afilando las lanzas para el sábado, se ve en la encrucijada de tener que competir hoy con aquéllos en los que no confió

Vincenzo Montella, en el centro de la imagen, dirige el entrenamiento de los suyos antes de partir hacia Galicia.

Vincenzo Montella, en el centro de la imagen, dirige el entrenamiento de los suyos antes de partir hacia Galicia. / víctor rodríguez

¿Qué hace uno en estos casos? Para un equipo como el Sevilla, que no acostumbra a vivir finales todos los años, tener que competir en dos citas con exigencias y con sólo cuatro o cinco días de descanso supone un ejercicio de selección bastante complejo. En este caso confluyen dos objetivos muy distintos, casi incompatibles, pero los dos igual de importantes para el sevillista de a pie y, también, para el que será evaluado por su gestión cuando todo acabe y en el suelo del vestuario sólo queden las botellas vacías de agua mineral, trozos de vendas y esparadrapos y varias medias rotas por alguna suela de tacos en el fragor de la batalla.

El Sevilla visita esta tarde Riazor con el gusanillo en el estómago por lo que viene el sábado, pero también con algún que otro nudo en la garganta. Puede quedarse el equipo de Montella sin nada tras un tercio de temporada marcado por ilusiones que cogieron mucha altura y eso es lo que reconcome a sus mentores por mucho que por fuera trate de vender orgullo, ambición y falsa algarabía. El sevillista se prepara para vivir una final con la alegría que lo ha hecho otras veces, pero también tiene la mosca detrás de la oreja porque quedarse fuera de Europa en la temporada de mayor gasto en la historia del club será considerado un gran fracaso a pesar del pánico que le tienen algunos a esta palabra que la Real Academia de la Lengua describe simple y llanamente con un "dicho de una pretensión o un proyecto, frustrarse, malograrse".

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El Sevilla camina en la Liga por el borde del precipicio, no gana un partido en el torneo que le debe dar acceso a la Europa League -a no ser que gane la final del sábado- desde hace un mes y medio y ha sumado sólo dos puntos en las últimas cinco jornadas. No está el horno para bollos, como diría alguno, pero resulta que es una final, un título en juego, lo que hay entre manos esta misma semana y el entrenador que ahora comanda la nave ha demostrado especial debilidad por las citas de papel couché. Es verdad que una oportunidad como la que tiene en el Wanda Metropolitano, con 22.000 sevillistas desplazadaos apoyando al equipo nom merece guardar ni un soplo de aliento. El problema está cuando los esfuerzos no se han gestionado correctamente en los meses en los que había mucho más margen de error. Ahora, un paso en falso puede resultar fatal y eso es lo que le puede pasar al Sevilla con lo que va a presentar hoy sobre la hierba de Riazor ante un Deportivo que, si estaba muerto, precisamente ahora da señales de intentar revivir.

Pero bueno, lo que no tiene remedio no ha de removerse y como en la final estarán los mejores, al Sevilla le tocará hoy competir y defender su séptima plaza (o asaltar la sexta que sigue manteniendo el Villarreal con un punto más) con la segunda unidad y que sea lo que Dios quiera. Ya habrá tiempo de apretar una vez que pase la Feria y ese sábado en el que la marea roja inundará el sector este de Madrid.

Es seguro que Ben Yedder no estará por sanción, pero igualmente se da por sentado que no jugarán tampoco muchos de los que el sevilllismo tiene en mente. Será el momento de los Layún, de Arana, de Carriço o Pareja en el centro de la defensa, de Pizarro, puede que de Roque Mesa, y de Nolito y hasta de Carlos Fernández en posiciones más adelantadas.

Nunca se sabe cuándo podrá vivir el Sevilla otra final, así que más vale quemar todas las naves. Aunque lo de hoy sea tan importante y se caiga en el error de calificarla como "una final", en este caso, final sólo hay una para el Sevilla y es este sábado de Feria.

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