Toros

La terna escapa ilesa en Madrid de una muestra de mansedumbre

  • El encierro, por desproporcionado, tuvo hechuras impropias de una feria de este nivel

Rubén Pinar doblándose ante su primero, ayer en la plaza de Las Ventas.

Rubén Pinar doblándose ante su primero, ayer en la plaza de Las Ventas. / zipi / efe

La mejor noticia de la corrida de ayer es que los tres toreros y sus cuadrillas pudieron salir por su propio pie de la plaza tras tener que lidiar, sudar y sufrir un desmesurado encierro de Dolores Aguirre cuyo juego resultó una antología de la mansedumbre en sus peores versiones.

Las más de tres toneladas de carne de la basta y desproporcionada bueyada bien pudieron ser despachadas en cualquier matadero industrial antes que en Madrid, donde sus prestaciones se situaron en el polo más alejado de la bravura conseguida en un trabajo genético de varios siglos.

La guinda de tan descomunal mansada la puso el sexto que, cuando su matador le situó la muleta ante los ojos, volvió grupas y se fue directamente a chiqueros, donde se echó.

Pero hasta que eso sucedió, por los chiqueros de una plaza a la que nunca debieron llegar, por lucir unas hechuras impropias de una feria de este nivel, fueron saliendo distintas variedades de mansos, desde los que se defendieron con violencia, temperamento y un creciente peligro -los tres primeros- a los que huyeron con descaro buscando la salida.

A estos últimos, a los que hubo que picar yendo de un caballo a otro, en otro tiempo se les hubiera condenado al oprobio ganadero de las banderillas negras, sólo que ayer las cuadrillas se esforzaron en que recibieran el suficiente castigo para no poner en más apuros aún a sus jefes.

Rubén Pinar, tuvo una actuación realmente elogiable, pues mantuvo en todo momento un valor sereno y un excelente criterio, lo que le sirvió no sólo para no verse desbordado por el intratable primero sino también para asentarse y robarle algunos muletazos de auténtico mérito.

José Carlos Venegas puso ante su lote una evidente voluntad, aunque envuelta en una cierta inocencia técnica que hizo que en varios momentos se sintiera al albur de las secas oleadas del segundo y de los tornillazos del quinto. Pero, afortunadamente, logró mantener su integridad.

Gómez del Pilar también derrochó decisión -recibió a sus dos mostrencos a portagayola- pero sin obtener mayor premio, ante el evidente peligro del tercero y el "objeción de conciencia" del sexto, que dos sinceras ovaciones de reconocimiento.

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