Hay personas que se resisten a darte los buenos días. Tan empaquetados van en su yo que pasan por delante expeliendo olores, y no a ámbar, como mofetas. Serafín, buen amigo mío, que sufría esta situación, se propuso sacarle un saludo a su vecino. Todos los días le soltaba un ¡buenos días!: un día, otro, otro… hasta desenterrarle un gesto, una palabra, y por último una sonrisa adobada de los buenos días. Le costó la misma vida, pero lo consiguió.

Y tal ocurre en todos los campos, lo mismo en el ayuntamiento que en la iglesia. Te encuentras con individuos que parecen sacados del museo de cera, impávidos, severos, impertérritos, como si no hubieran drenado bien por la mañana ¡Hijo! Hay gente de una valía enorme que lo pierde todo por ahí. Coches bonitos con las ruedas pinchadas. Con lo sencillo que sería un simple gesto, una sonrisa, y pare usted de contar. Las habilidades sociales hacen que ganes o pierdas según dónde y cómo.

Conozco a un personaje de gran valía, en puesto de mucha importancia, a quien, por este singular motivo, todo el mundo le llama joputa, sin serlo. Carnes bautizadas que no tienen el mínimo agrado, y lo pierden todo por esa nadería ¡Qué trabajo cuesta! Cuando era niño, y mi madre me ordenaba recados: ‘vas y dices: buenos días, señor…’, insistía socarrona en que fuera amable y saludara primero con mucha educación, por lo cenutrio que era yo de chico: Eso que ha de tener en cuenta cualquier orador si quiere ser escuchado: Captatio Benevolentiae. La primera impresión cuenta; luego viene la prueba. En resumidas cuentas, sin eso poquito se pierde todo.

Las conductas verbales y no verbales positivas son las que nos ayudan a relacionarnos plenamente con los demás. Si no sabemos gestionar la emoción o el simple gesto de nuestro cuerpo con un escueto saludo, difícilmente vamos a encontrar calidad de vida, ni amor que nos cobije. Cuando no interaccionamos con los que nos rodean corremos el riesgo de quedarnos solos ¡qué triste!

Hay que instruirse en amabilidad, lo mismo que en hablar o escribir. A todo se puede aprender. Al fin y al cabo, son acciones que dependen de nuestra inteligencia y, estoy seguro, que contribuirían a nuestra felicidad. Habrá quien tenga mayor o menor disposición genética; pero esto no es el cante. Que, si a mí me enseñaran bulerías, más sacarían en claro poniéndome una albarda que lograra yo dar una nota en su sitio. Pero la empatía es otra cosa, consiste en sacarle rendimiento al corazón para hacerle conectar con los demás. Aprender a tener buen trato, como se ha dicho toda la vida.

Hemos perdido la cortesía a la hora de acercarnos a los demás. No digo yo que haya que hacer una reverencia a ‘vuecencia’, pero, por lo menos, ¡hola! Las cosas sociales se están poniendo feas, la verdad. Se necesita un descorchador para arrancar un saludo al personal. Ya no digo escucha, ni activa ni pasiva, que ahora, con los móviles y las redes, estás hablando y no les importas ni mijita. Como si no hubiera nadie. Así que, en la era de la conectividad, se está perdiendo la comunicación. Habrá que desarrollar la paciencia, si no queremos que se nos pelen los cables con tanta mala educación. Sin duda, como habilidad social, también es una buena virtud, cuando queramos mantener la calma en estas situaciones cada vez más cotidianas.

Los padres de la patria, de quienes se presume ejemplaridad, tampoco son paradigma de cortesía cuando abren las boca de la negociación ¡madre mía, qué desafuero! No obstante, yo mantengo el pensamiento positivo para mejorar el entorno en el que nos encontramos. ¿De otro modo, cómo podríamos reparar las emociones, las acciones y el acercamiento a las demás personas para establecer un entorno más humano? Asertivo siempre, siquiera sea por habilidad social o por inteligencia emocional - (la artificial no puede entenderlo).

Supongo que para todo esto se requiere cierta apertura mental, que es algo así como la capacidad de estar dispuesto a compartir con los otros y el entorno lo que somos y pensamos, si no queremos incurrir en la intolerancia que se deriva de la mala educación y la cerrazón de quien no se abre a los demás ni para un saludo mañanero. Tal vez exagere, pero, esa falta de habilidad social, que deriva en incomunicación, llegaría a proveer de alas al poder tirano que, imponiendo cualquier ley, no tendría réplica alguna por parte de nadie.

Del intrascendente y natural no decirnos ¡buenos días! hasta llegar al establecimiento de la dictadura. Primero, la que nosotros sufrimos; segundo, la que propiciamos. A mayor incomunicación personal, mayor posibilidad de que nos impongan pensamientos, ideas y cadenas. Conviene contrastar con los demás, conviene el saludo matutino, conviene la asertividad para que no nos aceche el demonio de la estupidez rampante. Sostengo que la empatía tiene la potencialidad de cambiar la vida, el mundo y la política, que ese trivial saludo lleva en sí tanta hermosura y fuerza como la capacidad de desarticular la tontuna sistémica de un estado o la depresión de una vida personal. No seas erizo. Con toda cortesía: ¡Buenos días, señoras y señores! Hagan ustedes mucho bien, y no reciban menos.

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