La Voz Invitada

Producción y consumo responsables

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Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible me ha llamado la atención el nº 12, que hace referencia a la “Producción y consumo responsable”, objetivo que, la gente de mi generación y por pura necesidad lo ha tenido en cuenta, dado que nuestra capacidad adquisitiva y de almacenamiento era limitadísima. Se compraba para el día y no había lugar para muchos desperdicios, la tienda del barrio vendía con exacta precisión, una onza de chocolate, 100 gramos de atún, un cuarto y mitad de garbanzos.

La plaza de abastos era un poco más pródiga, pero las transacciones eran muy ajustadas a las necesidades diarias y en algún caso, si los precios lo permitían, se compraba un poco más para aprovecharlo más adelante utilizando fórmulas tradicionales de conservación.

La verdad es que en las zonas urbanas el universo de consumo era más limitado que en las zonas rurales, pues en ellas se podían generar excedentes con las matanzas y sus aprovechamientos derivados o con las posibilidades de almacenamiento y transformación de los productos.

Era una sociedad donde se valoraban los alimentos y no se desperdiciaban, los niños cuando iban al colegio y llevaban un bocadillo procuraban, si no se lo comían, dejarlo en un punto al que tuviera acceso otra persona que lo aprovechase, nunca se tiraban al suelo ni a la papelera.

Con posterioridad y debido al desarrollo socio económico se instrumentó un modelo de sociedad de consumo que hizo olvidar los hábitos tradicionales de ahorro y aprovechamiento de los alimentos, junto a una forma compulsiva de comprar con la excusa de que no faltase de nada; ya no bastaba con satisfacer las necesidades básicas de alimentación, se procuraba atender a un nuevo modelo de demanda, tal vez mas hedonista, pero que permitiese garantizar la suficiencia de alimentos y la necesidad de motivar el apetito con la variedad de productos, contando con la disponibilidad de almacenamiento con equipamientos de frío y la mejora de la capacidad de durabilidad de muchos productos.

El resultado es que los productos, tanto perecederos como no perecederos, se almacenaban en los hogares por encima de la capacidad de consumo real de la unidad familiar.

Las consecuencias eran que cuando se atisbaban una mínima perdida de sus capacidades organolépticas eran desechados y no aprovechados.

De otra parte, las distribuidoras de alimentos sobredimensionaban la oferta para lograr mantener la fidelización de sus clientes, a la vez que generaban unos precios muy competitivos o así los presentaban, para incentivar la compra de alimentos y que, en la gran mayoría de los casos, sobrepasan las necesidades reales de consumo y determinando un almacenamiento prolongado que favorecía el riesgo de caducidad de lo adquirido.

Esta situación de consumo basado en el derroche y en el descarte es un problema de compleja solución y que choca frontalmente con el concepto de sostenibilidad, pero que solo es subsanable con la educación, el autocontrol y las reglas del mercado.

Responsabilidad

El problema real, no es tanto el de la producción responsable como el de la distribución responsable y el control que las grandes distribuidoras ejercen sobre ésta; pues obligan a que la eficiencia productiva se alcance con el incremento constante de lo producido, dado que no hay una relación adecuada entre el valor de una unidad de producto y el precio que impone la demanda, en este caso las distribuidoras, obligando a los productores a generar el beneficio en base al incremento del volumen producido, lo que suele afectar a la calidad de lo producido en la mayoría de los casos.

De otra parte, hay que contemplar en este aspecto el coste de la logística, que afecta en gran medida al producto final, y pueden determinar el nivel de consumo y el ámbito territorial del mismo; situación que en la actualidad parecía superada y ahora vuelve a imponerse con el aumento del precio de los fletes de trasporte, que va a suponer un salto atrás en los hábitos de consumo y en los flujos de productos del mercado global, especialmente en los frutos de temporada de carácter estacional.

Personalmente entiendo que el modelo de producción, distribución y consumo va a experimentar un cambio sustancial y que, en cierta medida, este objetivo del desarrollo sostenible, va a obligar, de no corregirse una serie de parámetros, a pasar de la globalización a la “lugarización”, o sea, a nuestro entorno territorial próximo, donde se podrán configurar los nuevos espacios para la generación de la oferta de productos agroalimentarios, básicos para la dieta, con destino a las aglomeraciones urbanas tal y como venía ocurriendo en los ámbitos periurbanos tradicionalmente, mientras que los especializados y los de mayor valor añadido, podrán soportar los costos sobrevenidos de los nuevos sistemas logísticos.

Este planteamiento pone en crisis determinadas políticas urbanísticas que se han caracterizado por los cambios de usos del suelo en las vegas tradicionales, con suelos de gran aptitud agronómica, por suelos residenciales urbanos, con la única razón de que son más baratos urbanizar; aspecto que pone en evidencia, una vez más, el concepto de consumo responsable.

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