8-M

De tul y rosa

  • Artículo de opinión de la directora de 'Huelva Información', Ana Vives Casas

Mujeres caminando por el Muelle de la Riotinto, iluminado de morado por el 8M.

Mujeres caminando por el Muelle de la Riotinto, iluminado de morado por el 8M. / Alberto Domínguez (Huelva)

Siempre me han atraído las minorías, tanto como lo anónimo, lo peculiar pero al tiempo determinante, aquello que se aleja de un destino ya predispuesto o estereotipado. Me encanta la naturalidad y quizá por ello disfruto con esas cosas de la vida que sin darnos cuenta dibujan cada día las páginas de esa gran enciclopedia que forma vocablo a vocablo nuestra vida (qué maravilla poder transcribir ese gran tesoro).

Cada jornada es diferente y en ella caben las María, Teresa, Paquita, Cinta, Eva, Amparo, Rocío o Ana; pero también los Manolo, José, Pepe, Jorge, Luis o Roberto. Esa es la grandeza de los pequeños detalles que nos arropan sin darnos cuenta y ahí no cabe distinción. ¿O sí?

Hoy aún hay quien reprime sus emociones, acalla su sensibilidad, incluso se avergüenza de su delicadeza, de su vulnerabilidad por ser mujer. Quien aconseja no cuidar demasiado su cuerpo, incluso rehuir de todo lo que pueda relacionarse con la ternura para esconder la feminidad... Parece como si la delicadeza femenina haya pasado a ser nuestro enemigo y el feminismo deba ser una igualdad mal entendida que anula la singularidad de la mujer.

Hoy, el camino a la igualdad de los hombres y mujeres es diferente, porque ambos ocupamos posiciones dispares, desiguales en las relaciones de género. Lo que para unas es empoderarse para otros tiene que ver con cierto desarme moral porque existe menos incentivo para ellos, menos que ganar evidentemente, y seguimos en una sociedad en la que nuestros derechos aún se ven como privilegios en determinados ámbitos.

Con cara lavada o maquilladas; con stilettos, deportivas o botas con plataforma; traje de chaqueta o minifalda, no hay duda de que el poder se va a vestir de nosotras. Es imparable, pero el simple hecho de que a un niño aún se le siga mirando con cara de sapo cuando elige el rosa para ponerse la camiseta que más le gusta o demande unas clases de ballet en lugar de las de solfeo, pintura o cualquier otra actividad extraescolar, no seremos iguales.

Porque el feminismo es eso: el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre. No es que la niña pueda estudiar Ingeniería (que también), ni se ponga un disfraz de aviador en la próxima fiesta del cole; es que ellos también puedan ponerse sin temblar el de actividades que hasta ahora han estado reservadas para nosotras y resulte tan natural que ella coja un balón de fútbol como que él se ponga los tacones de mamá.

Ese es mi feminismo, el de la libertad de elección, el del refuerzo y apoyo a lo más débil o frágil, precisamente por estar en minoría y desigualdad. Hoy es el día para hacer visible esa realidad, pero son la actitud, el trabajo y el ejemplo los que dan sentido a cada 8 de marzo. Vistámonos de tul y rosa (si es lo que nos gusta).

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