Sevilla

Contrarreloj para arreglar las playas

  • A sólo 20 días del Domingo de Ramos los dueños de chiringuitos se afanan por recuperar sus negocios destrozados y valorados en 60.000 euros · Los afectados echan en falta las ayudas oficiales

Varias generaciones, propietarias de negocios hosteleros, se afanan a pie de playa en una auténtica contrarreloj, pese a la lluvia persistente, para reconstruir antes de Semana Santa establecimientos turísticos destrozados por el temporal en Matalascañas y en Mazagón, dos de las playas onubenses más frecuentadas por los sevillanos. Las continuas borrascas y la brusca elevación de la marea han dejado un rastro de destrucción a lo largo de kilómetros de costa en las últimas semanas. Chiringuitos arrastrados por las olas, dunas que han desaparecido, tramos de paseo marítimo convertidos en montañas de escombros, basuras de buques arrojadas por el mar y tuberías de aguas fecales sobre la arena dejan estampas insólitas en el litoral onubense. Los dueños de negocios y de viviendas en la playa ansían las ayudas de las administraciones que, de momento, no llegan. Y lo peor, el temporal no remite.

En su lucha particular contra las inclemencias meteorológicas y los fenómenos marítimos, Francisco José Romero, propietario del popular chiringuito Las Tres Calaveras, en Matalascañas, ha invertido en torno a 6.000 euros para tratar de salvar su negocio. "Cuatro camiones de piedras procedentes de la sierra de Huelva y una muralla de sacos de arena han protegido por ahora al chiringuito", comenta este hostelero. Las Tres Calaveras, al igual que el resto de los establecimientos en esta zona, son gestionados por familias, generación tras generación. "No recuerdo un temporal similar desde 1978, año en que Las Tres Calaveras, que entonces era de mi padre, desapareció arrastrado por el mar", recuerda.

El embate del temporal ha afectado de manera grave al paseo marítimo. Un tramo de esta zona peatonal, que suele estar repleta de gente en verano, se ha derrumbado. Los escombros permanecen abandonados entre la arena y una franja que resistió el golpe del mar pero que presenta riesgos de desprendimiento.

A medida que se avanza por el paseo, a pocos metros de la orilla, los propietarios de Titanic, otro chiringuito, no escatiman esfuerzos para reforzar los cimientos del establecimiento, que se derrumbó unos centímetros por el azote del temporal. "El mar se ha tragado hasta dos metros de altura de la arena que estaba acumulada bajo el chiringuito y ha dejado al aire parte de las vigas que lo sostienen", explica Leoncio Espinosa, responsable de esta instalación turística.

Peor suerte ha tenido Félix Ojeda, dueño de Tucán. El mar se tragó su chiringuito en fin de año. Ahora Félix lo reconstruye a marchas forzadas. Félix ha optado por cimientos mucho más sólidos para no volver a perder los 100.000 euros en los que estaba valorado su chiringuito. Además de los daños en los establecimientos, estos empresarios ha perdido las instalaciones y aparatos eléctricos, el mobiliario, las estructuras de acceso a la playa, etcétera. "Confío en recuperarme en Semana Santa", asevera Ojeda. Sin ninguna ayuda de la Administración, por ahora.

Los que viven cerca del mar en Matalascañas no recuerdan tanta destrucción desde hace décadas. Sin apartar la vista del cielo y del mar desafiante, Vicente López, un pescador de 52 años, explica que han desaparecido, al menos, 15 metros de playa. Este hombre ha perdido la casa y los instrumentos para faenar que tenía frente al mar. Las olas también se llevaron la casa de su padre. Cada una de estas instalaciones está valorada en 60.000 euros. "Ahora estamos en chabolas en una zona cercana donde nos permiten instalarnos. Tenemos que seguir con nuestro trabajo, salir a faenar", explica encogiendo los hombros. Muy cerca de estas casas de pescadores se encuentra el club náutico, donde no hay que lamentar la pérdida de ninguna de las 160 embarcaciones que se custodian en este lugar. "Si hubiera ocurrido hace dos años habría sido un drama porque había muchas más embarcaciones", reseña Andrés Mendoza, socio del club.

A pocos kilómetros, otra playa, Mazagón, que suele lucir una imagen espléndida en verano, se ha convertido en un campo de minas. El riesgo está semienterrado en la arena: escombros, restos de colectores, hierros oxidados, basuras, accesos de maderas hechos añicos. Imposible pasear sin calzado y sin riesgos. "Han desaparecido dunas de 15 metros de largo por tres de alto que protegían a las viviendas y que mantenían los colectores enterrados", explica Nicolás Beltrán, mientras trata de acceder a su casa. Las viviendas más cercanas a la orilla han perdido los accesos y jardines. Las olas han llegado hasta los cimientos. En este paraje natural golpeado por la lluvia y el mar ni un solo operario trabajaba el fin de semana para recuperar la playa.

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