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Andalucía

Crónica negra del chasco azul

  • La enorme dimensión que ha adquirido la polémica por la designación de San Sebastián como Capital Cultural de Europa se mezcla en Córdoba con el sentimiento de decepción por el nuevo tren perdido

La Capitalidad ha tenido un final de película, estruendoso, inesperado, con indignación y barullo, amenazas de impugnación, Rubalcaba saliendo al quite, la ministra Sinde bajo sospecha, el jurado desacreditado y todos los medios de comunicación haciéndose eco de un asunto que ha alcanzado un nivel de polémica superlativo. La Capitalidad es para una de las ciudades finalistas que menos tiempo ha trabajado en la candidatura (tres años) y que más fisuras políticas e institucionales ha exhibido en torno a ella; una de las candidatas con mejores índices económicos y de empleo, gobernada ahora por un partido independentista radical que hasta hace unas semanas atacaba el proyecto porque lo consideraba una operación de marketing personal de Odón Elorza y porque, a su juicio, no realiza una apuesta lo suficientemente fuerte por la cultura y la lengua vascas. Para una ciudad que ni siquiera lo celebró el mismo día de la designación. Barajando argumentos político-pacifistas, el jurado deja la gestión de 2016 en manos de un partido que no condena a un grupo terrorista que ha asesinado a casi 1.000 personas y que reconoció que San Sebastián 2016 no era para él una prioridad. El tramo final de la designación de la Capitalidad Cultural deja una incontenible espiral de paradojas y contradicciones y una sensación de enrarecimiento que abona el terreno para hipótesis y sospechas de diversa índole. En Córdoba prosigue la digestión de la derrota: rota la ilusión de la Capitalidad, desmantelado el sueño, asumido que el futuro no será lo que iba a ser y con la progresiva desaparición de los símbolos y las referencias, hay un aire como de mutilación emocional para el que será muy difícil encontrar una reparación efectiva. Esto ha tenido un desenlace de blockbuster veraniego, con misterio, giros de guión, acción, efectos especiales, drama, comedia, lágrimas y eclosión de personajes ambiguos. Un guión, además, nada convencional: han ganado los malos.

Las autoridades

Las instituciones han estado muy por debajo de lo que se esperaba de ellas en este último tramo del proceso. El Ministerio de Cultura quedó desde primera hora en fuera de juego, totalmente superado por los acontecimientos. La descoordinación con Europa ha sido manifiesta y la ministra Sinde, con ese aire ausente que la define, ha ido por libre a la hora de negar la concurrencia de criterios políticos en la elección, que fue reconocida tanto por el jurado como por Bruselas. Finalmente, se quitó responsabilidad. Es sorprendente la falta de altura, de rigor y de seriedad de un Ministerio que se ha pasado la semana, con su titular al frente, llamando a la propuesta donostiarra para 2016 "el proyecto de Odón Elorza". Es inaceptable este contumaz subrayado personalista (y de evidente intencionalidad política) por parte de la institución que debe velar por la limpieza, la neutralidad y el equilibrio del proceso. Es como llamar a Córdoba 2016 "el proyecto de Rosa Aguilar y Andrés Ocaña". Que el organismo responsable del buen desarrollo de la competición no respete algunas reglas evidentes tiene, no obstante, antecedentes: recuérdese el fichaje como asesor del Ministerio, hace varios meses, del ex director técnico de San Sebastián 2016, Santiago Eraso, una manifiesta irregularidad que acabó en el cese de Eraso cuando esta circunstancia fue denunciada por este diario. La ministra Sinde ha evidenciado una enorme carencia de recursos, de conocimiento y de talla política.

La suprema garantía de limpieza y de cumplimiento de las bases parecía depositada en las instituciones europeas, pero al día siguiente de la designación la Comisión Europea admitió el peso que el argumento de la pacificación y el cese de la violencia tuvo en el veredicto del jurado. Entre los aspectos fundamentales que debían cumplir las candidatas, tantas veces repetidos en Córdoba, figuraban la unidad institucional, la implicación ciudadana, la apuesta intercultural, la sostenibilidad, el establecimiento de diálogos con Europa y la ciudad polaca elegida..., pero no la resolución de un conflicto de esta naturaleza (y de una dimensión, por otra parte, que excede ampliamente lo local). Esgrimirlo como factor decisivo a posteriori habrá enfadado sin duda a Bilbao y Vitoria, las únicas que en este caso le podían haber hecho sombra a San Sebastián. Es un agravio (y casi una tomadura de pelo) al resto de aspirantes porque convierte en elemento clave para el triunfo un aspecto no contemplado en los criterios de evaluación (englobados en dos categorías: La dimensión europea y La ciudad y los ciudadanos), utilizado por sorpresa a última hora y en el que el resto de candidatas no podía competir. Asombroso. Y técnicamente impugnable.

Pero ya se ocupará el jurado de poner de manifiesto en su informe la superioridad técnica del proyecto de San Sebastián respecto a los otros cinco. Que, en caso de que así sea, es lo que debería haber hecho el pasado martes. No hubo una mínima argumentación que respaldara el fallo más allá de la cantinela pacificadora. Si San Sebastián tiene el mejor proyecto, merecía ganar de otra forma.

Por otra parte, resulta desolador comprobar el respaldo del jurado y de la Comisión Europea a esa irrazonable y vergonzosa vinculación entre la Capitalidad Cultural y el fin de ETA. La Unión Europea incluyó hace varios años a Batasuna en la lista europea de organizaciones terroristas. Sus herederos encuentran ahora en la Capitalidad una magnífica plataforma de proyección europea e internacional.

La ganadora

Los seis proyectos eran buenos técnicamente. El rasgo distintivo del ganador es que está articulado alrededor de una motivación extracultural: no persigue la transformación de la ciudad a través de la cultura sino la integración de ésta, con el gancho de 2016, en una confusa dinámica de regeneración ética y cívica expuesta por sus responsables con esa singular retórica (tan propia del nacionalismo vasco) que apela a la superación de "las expresiones de violencia" y "el pleno desarrollo humano", con ese tono evanescente del que no quiere citar las cosas por su nombre. Bildu se encontró con un proyecto que no le gustaba (entre otras cuestiones, porque conlleva una responsabilidad de representación de un Estado del que se quiere separar) pero sin margen de maniobra. Lo defendió ante el jurado en la visita del 31 de mayo y el pasado lunes (entre ambas fechas inició su labor de limpieza de símbolos españoles) y tras la intervención del alcalde Juan Carlos Izagirre en el auditorio del Ministerio de Cultura existen pocas dudas de que, a pesar de las advertencias, lo llevará a su terreno.

El proyecto, que se define como "humanista", pretende "educar en valores a los ciudadanos" para "mejorar la convivencia" (eso no es humanismo sino paternalismo). Para ello propone un programa cuya "calidad" ya fue subrayada por el jurado en la primera criba del pasado septiembre. En las dos citas, San Sebastián ha realizado presentaciones muy creativas, un factor que se ha revelado más importante de lo que se esperaba. Se ha indicado también como factor relevante el hecho de que la propuesta donostiarra acuñara un tema concreto como eje. En las bases ni se pide ni se sugiere a las ciudades que hagan esto: se exponen unas líneas de desarrollo y unos objetivos que deben contemplar. A eso se ciñó Córdoba, que buscó una fórmula equilibrada a partir de una idea de regeneración a través de la cultura. Preparémonos, en cualquier caso, para un informe en el que el jurado no va a ahorrar argumentos para justificar su decisión y en el que previsiblemente defenderá un grado de superioridad del proyecto ganador respecto a los perdedores que no ha sido tal.

y córdoba

La derrota más dolorosa ya forma parte de la historia negra de la ciudad, la de los proyectos cancelados, los logros imposibles, lo que no pudo ser: esa suma de renuncias y decepciones que se infiltra en la Córdoba del siglo XXI como un virus crónico y castrador. Buscar una alternativa a la Capitalidad Cultural de 2016 en forma de acontecimiento con apellido y fecha puede conducir al ridículo y potenciar el eco de tan dura derrota. La estrategia debe ser otra y pasa por mantener la idea del desarrollo cultural (con sus asociaciones con el turismo, el patrimonio, la empresa) como base de la Córdoba futura: preservar y prolongar, en suma, el espíritu de 2016, si bien habrá que redefinir el camino y desligarlo de una manifestación concreta. Un comienzo adecuado sería la revisión de la programación cultural de la ciudad, la aplicación de nuevos criterios que permitan superar las muchas carencias que aún se observan y la definición de los usos de algunos espacios nuevos (Teatro Góngora) o de reciente creación (sala Orive). La oferta de música y artes escénicas en la ciudad sigue siendo pobrísima. Y la autocrítica. De momento no se ha hecho y será a partir del informe del jurado cuando más voces se alcen en este sentido. A pesar de los diez años de trabajo y del cumplimiento de aspectos nucleares como la unidad institucional y la implicación ciudadana, el proyecto de Córdoba fue el más corregido por el comité tras la primera criba y no ha conseguido superar todos sus desniveles. A la falta de concreción en algunos apartados se suman dos presentaciones mejorables en las que da la impresión de que la ciudad perdió una parte importante de sus opciones.

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