Andalucía

FERNÁNDEZ por bulerías

  • En su nuevo destino, la presidencia del Consejo del jerez, también habrá 'pataítas' y necesitará cintura, quiebros y requiebros

Mantener una conversación con Antonio Fernández, el ex consejero de Empleo de la Junta hasta hace seis meses, resulta sencillo. Y hasta agradable. Reparte su tiempo entre el Parlamento andaluz, donde ocupa un escaño por la provincia de Cádiz, y sus viajes en tren a Jerez -no conduce-, donde se entrevista con empresarios y representantes del sector del vino a la espera de tomar posesión como presidente del Consejo Regulador. Sí, sencillo hasta que suena su teléfono móvil, porque entonces se sucederán unos segundos de desconcierto; los precisos hasta que el interlocutor averigüe que ese hombre que canta desde el bolsillo de la chaqueta de Fernández es Fernando de la Morena. Y por bulerías.

Nacido en 1957 en el flamenco y jerezano barrio de Santiago, de cuya iglesia llegó a ser monaguillo, Antonio Fernández es un negociador por bulerías: mucha cintura, bastantes requiebros, alguna que otra pataíta y una habilidad innata para no perder el compás de las conversaciones aunque éstas sean largas y hasta desagradables. Si fuera cantaor, sería El Torta. En sus tiempos de consejero de Empleo lidió con los peores conflictos: Santana, Delphi, los astilleros de la Bahía de Cádiz, los de Sevilla... siempre al borde del precipicio, pero sabedor de que el único modo de salir de estos tremendos conflictos consistía en mantener unas excelentes relaciones con las cúpulas de Comisiones, UGT y la Confederación de Empresarios de Andalucía. Ojana para ellos todos los días, y eso suponía conversaciones, atender a sus demandas en tiempos de paz y dejarles un huequito sustancioso en los presupuestos anuales de la Junta. Siempre alardeó de que mientras mandó no hubo manifestaciones de trabajadores en frente de la Casa Rosa, anterior sede de la presidencia de la Junta. En eso era implacable: las tortas a mí. Era su pacto, y casi siempre se lo respetaron.

Antonio Fernández comenzó a trabajar de chaval de los recados en González Byass a los 14 años; estudiaba por las tardes, y finalizó el Bachiller con notas de sobresaliente y matrículas de honor. Al poco, comenzó los estudios de Derecho en la escuela universitaria de Jerez, y los finalizó con clases de laboral en Sevilla. Como no conduce ahora, ni lo hacía antes, aprovechaba los viajes de los camiones del Tío Pepe a la capital andaluza para ahorrase el dinero. Con el tiempo, se afilió a Comisiones Obreras y se convirtió en presidente del comité de empresa de González Byass. Después comenzó a dar clases como profesor asociado de la Facultad de Derecho de Jerez.

Negociador, ensalzado a veces como hábil pragmático y otras como fullero (puede que todo buen mediador este a medio camino entre ambos términos), fue captado por el Partido Socialista en una ciudad donde quien gobernaba era Pedro Pacheco. Fue Luis Pizarro quien lo afilió al PSOE, y con él ha estado prácticamente desde entonces. Con algunas excepciones, claro. En el marco de las habituales luchas del PSOE de Cádiz, en diciembre de 1990, Antonio Fernández y los votos de Jerez le dieron la victoria a una lista liderada por guerristas; en la otra, en la que perdió, estaban Luis Pizarro, Rafael Román y Manuel Chaves, entonces ministro de Trabajo. En Cádiz aún se recuerdan aquella larga espera de Manuel Chaves por los pasillos del Hotel Atlántico mientras esperaba el refrendo de una victoria que nunca llegó.

Fernández se arrepintió pronto, y su redención la consiguió, junto con otros, a base de torpedear a aquella dirección provincial que apenas duró un año. Desde entonces, ha estado junto a Chaves y Pizarro; primero en la Diputación de Cádiz y, posteriormente, en las consejerías de Agricultura y Empleo. Fue en esta última donde redondeó su carrera. El ministro Rubalcaba piropeaba su gestión y José Antonio Griñán, entonces vicepresidente económico, estaba encantado con Toni Fernández. Tal es así que su nombre fue vitoreado en más de una ocasión como sustituto del ministro Celestino Corbacho, cuya salida estaba cantada muchos meses antes de que decidiera marcharse por las elecciones catalanas.

Sus relaciones con Griñán eran magníficas. Fernández, junto al almeriense Martín Soler y Luis Pizarro, fueron los que propusieron su nombre para sustituir a Manuel Chaves. Convencieron a Griñán y al resto del partido en Madrid y en Andalucía, pero tras el último congreso regional, Fernández salió del Gobierno. ¿Por qué? El presidente de la Junta le había pedido que destituyese al delegado de Empleo en Sevilla, Antonio Rivas, después de que fuera imputado por el caso Mercasevilla. Fernández no quiso, porque mantiene que contra Rivas sólo hay un testimonio débil, aunque es posible que si Griñán hubiese sido más explícito, habría prescindido de él. Unas relaciones complejas la de los griñanistas de primera hornada con el propio Griñán, aunque Fernández -que es sabio en política- aceptó con sonrisa Profidén su destitución. Y a otra cosa. Y la otra cosa ha sido la presidencia del Consejo Regulador de las denominaciones jerez, manzanilla de Sanlúcar y vinagre de Jerez, un retiro dorado -pensarán algunos- con más minas que la bahía de Tokio. Fernández quiere esperar a que se certifique que el puesto en esta institución es compatible con su consideración de ex alto cargo, aunque ya ha comenzado a moverse por los entresijos de unos de los sectores más complicados de Andalucía.

Volverá a Jerez -su residencia la estableció hace años en Sevilla-, donde gobierna la socialista Pilar Sánchez, que no es precisamente una de sus seguidoras. Ni al contrario. Largo como es (no hay en Andalucía un político tan largo como él, a excepción de Javier Arenas) ha zancadilleado y ha evitado mayores zancadillas. Pero es lo mismo, aunque se las ponga, no perderá el compás.

Por bulerías.

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