Andalucía

Queremos ser lo que seremos

TODO nacionalismo se pierde en su bucle melancólico para recuperar el paraíso perdido. El vasco, el más etnicista de todos, se remonta hasta el hombre de Cromagnon para exaltar al peludo que resistió impoluto en las cuevas de Santimamiñe a los mamporrazos celtas, a las flechas de los íberos, a las calzadas romanas y al Corán árabe, de ahí que Ibarretxe declare que "éste es un pueblo con 7.000 años de historia". Pero en Andalucía tampoco nos libramos de este anacronismo como ideal: reclamamos una deuda contraída por la historia y en nuestro himno cantamos que "los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos". ¿Cuándo fuimos lo que deseamos ser? Quizás, y esa sea la verdad, todavía nos falte.

Tanto al PP como al PSOE les ha dado un fiebrón andalucista: los socialistas lo llevaron en una ponencia a su congreso de Granada, y los populares harán lo propio en Córdoba en septiembre. Javier Arenas ha llegado a solicitar un pleno extraordinario del Parlamento andaluz en agosto para recordar el fusilamiento del Padre de la Patria Andaluza a los pocos días del 18 de julio de 1936. En la ponencia popular se define el "andalucismo constitucional" como una reivindicación regional anclada en la España constitucional. El PSOE aprobó una primera ponencia para el congreso granadino donde sólo se mencionaba a Infante como referente ideológico, a pesar de que este partido contó con un Plácido Fernández Viagas o un Rafael Escuredo y aunque sus orígenes residen en las antípodas del nacionalismo. Tuvieron que matizar. En realidad toda esta reclamación tiene que ver más con la desaparición de los andalucistas en el Parlamento y su posible descalabro en próximas elecciones que con una refundación ideológica de los dos partidos nacionales.

Así que los andaluces anhelamos volver a ser lo que fuimos, aunque no sepamos bien si esa referencia al pasado nos remite a Al Andalus o a los tartesos, ese pueblo indefinido sobre el que se ha volcado todo el tópico de las virtudes andaluzas. Ya lo explica perfectamente el cantaor Chano Lobato cuando recuerda las lecciones de historias apócrifas aprendidas en la Tienda del Matadero, un garito gaditano donde paraba todo el flamenqueo de Cádiz desde los tiempos de El Mellizo: "Los tartesos, primo, eran los padres de todos nosotros; ellos eran muy tranquilos, no querían guerra, sus casitas blancas, su pelotazo, su siesta..." Blas Infante, padre de la Patria Andaluza, lo explica de un modo más culto en varias de sus obras, aunque la hagiografía de los de Argantonio es la misma: pacíficos, poetas, hospitalarios, inquietos y tendentes a la liberalidad. Infante no era infalible porque donde Ortega veía la solución a los males de España, el de Casares apreciaba una cultura importada e impuesta. "España tiene un dilema: Europa o Andalucía. Europa ha quebrado", proclama en Teoría y Fundamento Político, editado recientemente por Almuzara.

Pero a pesar de estos errores históricos, Infante escribió las bases de un nacionalismo casi inédito por su negación de la exclusión: "Andalucía es el país más español de España". Una definición como ésta es la pura negación del nacionalismo. Sí, porque si no nacionalistas, los andaluces sí son un poco andalucistas, un sentimiento que no surge ni de la etnia ni del idioma ni de la historiografía más o menos apañada, sino de las graves diferencias que manteníamos con las regiones ricas de España; de la miseria del ruralismo y, posiblemente, de que en realidad los andaluces no queremos volver a ser lo que fuimos.

Así que tanto PP como PSOE se van a lanzar a ocupar ese hueco dejado por los PA, PSA y CA, aunque los socialistas, a diferencia del PP, llevan desde el inicio de la Transición compitiendo ese espacio con los nacionalistas.

José Núñez, el consejero del PA que llevó durante su mandato la palabra Andalucía bordada en el cuello de la camisa, hacía una reflexión hace unas semanas no exenta de gracia: los partidos políticos sobreviven a sus ideologías, pero el andalucismo sigue siendo atractivo para otras formaciones a pesar de que el PA está a punto de desaparecer.

Pero tanto al PSOE como al PP andaluz le surgen los problemas. El del primero, es el PSC; el del segundo, su líder catalana, Alicia Sánchez-Camacho, aliada en el frente del tripartito y CiU, siempre que "no se reivindique el Estatut". Ella está más con el eje Cataluña-Valencia, que para el caso es lo mismo. En una entrevista que una agencia debía publicar hoy con el portavoz del PSC, Miquel Iceta, pero que se filtró por error el viernes, este socialista catalán lo afirma claro: o un sistema de financiación autonómica que contente a Cataluña o todo irá hacia la solicitud del cupo. Como los vascos. Un dictat a la catalana, aunque haya matizado que no se trata de una amenaza. Ni mucho menos, hombre, aunque dé a entender que votar contra los Presupuestos del Estado tendría un efecto similar al de pulsar el "botón nuclear".

Pero mientras en Cataluña, todos los partidos del tripartito, más CiU y el PP, además de los sindicatos y las Cámaras, se han unido para forzar un cambio del nuevo sistema de financiación autonómica, en Andalucía los socialistas aún no han recurrido a la sociedad civil, empresarial y mediática para blindar su posición, claro que en lo mediático sólo un grupo editorial como el que publica este periódico es íntegramente andaluz y gran parte de los demás se tiene que dedicar a compensar. Cataluña está jugando muy fuerte, y Andalucía ejerce el digno papel de ser la más española de las comunidades, pero Griñán y Chaves siguen investidos de la prudencia convencidos de que, al final, Zapatero se sabrá imponer. Y el PP de Arenas, mientras espera septiembre, tampoco es que se esté dejando la piel, como a él tanto le gusta proclamar.

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