Aniversario elecciones Junta Andalucía

Una pandemia 'in vivo'

  • La Junta tiene competencias de restricción de libertades inéditas desde el decreto del segundo estado de alarma

  • La crisis sanitaria provocada por el nuevo coronavirus dejará una marca durante los dos próximos años de legislatura

El consejero de Salud, Jesús Aguirre, se lava las manos con un hidrogel antes de empezar una comparecencia.

El consejero de Salud, Jesús Aguirre, se lava las manos con un hidrogel antes de empezar una comparecencia. / María José López / EP

Los experimentos in vitro, los que se hacen en el tubo de ensayo de un laboratorio, son propicios para lograr resultados exactos, datos precisos que no tienen que corresponder necesariamente a los que se producen cuando los ensayos se trasladan a un organismo vivo. La vida real siempre es más incierta. A este sencillo principio, conocido por cualquier bachiller de ciencias, se ha visto sometido cada uno de los dirigentes sanitarios del mundo después de la irrupción del coronavirus en Wuhan. La teoría y la práctica no son necesariamente equivalentes. Las pandemias son amenazas que acechan a la sociedad, eso es sobre el papel, pero ningún gobernante puede imaginar enfrentarse a un crujido tectónico de tales dimensiones.

El crujido de la llamada gripe española, que hace cien años acabó con la vida de millones de personas en el planeta, ha sido desde entonces objeto de estudio en las facultades de Medicina. Habría que retrotraerse varias décadas para visualizar al estudiante Jesús Aguirre, futuro médico y consejero de la Junta de Andalucía, estudiando las curvas de aquella pandemia en los manuales de Epidemiología sin imaginarse que un fatídico día de 2020, en la boca del segundo año de una administración andaluza sin el PSOE, iba a tener que gestionar una pandemia de verdad, en vivo y en directo. Adiós a los objetivos de la toda la legislatura.

Marzo · La autoridad

Cuando llegaban de China los ecos de una magna crisis de salud pública, Andalucía y el mundo entero estaban ya montados en la montaña rusa de la pandemia. Las noticias de Italia, más cercanas que las chinas, encendieron las alarmas de los sistemas sanitarios. La mayoría, sin embargo, no alcanzó a concebir la magnitud de la tragedia. De antología fue la frase del alcalde de Sevilla, Juan Espadas, citando a la OMS a que vinieran a dictarle la suspensión de la Semana Santa y la Feria. No hizo falta tanta pompa.

Las epidemias, por esencia, provocan divisiones sufrimiento y exigen restricciones, pero a ver quién le ponía el cascabel al gato de las suspensión de una fiesta. No se enseña a vivir confinado. El ciudadano no estaba preparado; tampoco las administraciones, que preferían no hacerlo, como Bartleby, no gestionarlo. Mejor que sea otro el que prohíba. Pero la vida real no espera, tampoco el virus. Presionados por todos, el Gobierno central decretó el estado de alarma, quiere decirse, el confinamiento.

Entretanto, el SARS-CoV-2 se iba propagando con sigilo, disparado con silenciador. Cada infectado, según las estimaciones de los virólogos, iba contagiando sin saberlo a una media de 5,7 personas de su entorno. Sin mascarillas ni equipos de protección disponibles, el coronavirus se diseminó a la velocidad de la luz, principalmente en los centros sanitarios y en las residencias de ancianos, convertidos en mataderos en la primera ola. Un tercio de los fallecidos en Andalucía desde marzo han sido residentes de los geriátricos.

En Andalucía, ajena a investigación penal de la Fiscalía, los sanitarios contagiados se acercaban ya al millar y había muerto ya el primer médico. Cunde el pánico. Las comunidades autónomas instan al Ministerio de Sanidad, la autoridad durante el primer estado de alarma, a que los libere de la compra centralizada. Aquella batalla soterrada fue el primer indicio de la pugna política entre las administraciones por venir y de que el eslogan de “saldremos juntos” era eso, un eslogan de laboratorio.

En el segundo estado de alarma, el Gobierno central ha innovado, delegando la gestión de la limitación de libertades a las autonomías. De ese modo, Juanma Moreno asumió en octubre el mando, aunque desde una administración más pensada para condiciones in vitro que in vivo, con el coste político, como reconoció el presidente andaluz, pero sin la coerción policial. Un ensayo de tubo de ensayo.

Abril · La puja

Los países comenzaron una competición a vida o muerte por la puja del mascarillas, batas y equipos de protección. Aunque es diferente ahora, la primavera fue un erial. Tampoco había pruebas diagnósticas. Ni PCR ni pruebas de antígenos. Hay quien defiende que la relativa levedad de la curva de contagios en Andalucía se ha debido no a una suerte de misterio pascual o fenómeno telúrico sino a que nunca se hicieron las pruebas que precisaba el control de la transmisión. El material fue al fin llegando, demasiado cicateramente a veces. Menos las vacunas, que, según las cuentas, parece que las habrá para dar, para regalar y quién sabe si para tener que obligar.

Mayo · Las camas

Si algo han elogiado los sanitarios durante la gestión de la pandemia fue la rapidez con la que los hospitales andaluces se reorganizaron para la catástrofe. En mayo el anuncio fue que había habilitadas 20.000 camas hospitalarias. Por si acaso. La contrapartida fue la anulación de la atención ajena al Covid-19 y a las consultas e intervenciones más perentorias. Algún día será de justicia calibrar el coste de estas medidas en vidas directas e indirectas.

Los hoteles se medicalizaron y en Málaga se construyó en tiempo de plusmarca el hospital auxiliar de Carranque, una estructura de emergencia que quedó felizmente nonata. El ambiente fue prácticamente bélico. El aprendizaje de la primera ola sirvió para adecuar con más celeridad aún los centros en la segunda.

Junio · La plantilla

En plena desescalada, mientras Andalucía empieza a exigirle al Gobierno central ser de las primeras en desconfinarse, con las vacaciones de verano en el horizonte, el personal del Servicio Andaluz de Salud grita basta. El desproporcionado número de contagios en los centros sanitarios, las bajas laborales y el agotamiento acumulado obligan a la Consejería de Salud a la negociación con los sindicatos y el Parlamento, donde acumula actividad para un serial.

Las primeras conversaciones se saldan con acuerdos en las bonificaciones dinerarias y en puntos para las futuras bolsas. Pero el conflicto del personal, que arrastra en demasiados casos condiciones impropias de un territorio que presume de sistema sanitario, no concluye hasta este mes. Salud se desdice de una orden sobre los descansos, las reducciones de las jornadas y los traslados de la plantilla que motivó conatos de rebelión. El compromiso de un presupuesto generoso obran la paz.

La situación en la Atención Primaria se empieza a revelar crítica en las semanas en las que el ciudadano comienza a recampar a sus anchas, como si nada pasara, tampoco el virus volandero. Los protocolos de la desescalada a la "nueva normalidad" sugieren unas cifras mínimas de rastreadores dedicados a la identificación de los contactos estrechos de los nuevos contagios, cuya incidencia empieza a ser preocupante al final de verano.

La Junta, sin embargo, presume de miles de rastreadores que no logran contener la proliferación cada vez más numerosa de los brotes. El misterio de la multiplicación de esos panes consistía en endosar a los enfermeros de los centros de salud con la tarea. La sobrecarga de trabajo repercute en las colas en los ambulatorios. Salud lleva meses sin responder. La población se queja, pero no quedan médicos ni enfermeros en las bolsas de empleo.

A la vez, paradójicamente, hay quien ve soluciones por todos lados, como la construcción de decenas de hospitales como el de Carranque, sin pensar en que, entonces, habría que haber pintado a los profesionales que no hay.

Julio · La libertad

Es verano y los andaluces –también los demás– corren a las playas con el frenesí de un niño de pala y cubilete. Y se abraza y se besa y descorre la secuencias de fotos en grupos, todo eso que se llama libertad. La Junta, el Leviatán que todo lo ve, repara en que no le salen los recuentos de contagios. ¿Quién dijo que el virus había desaparecido?

Una vez retomadas sus competencias ordinarias tras decaer el estado de alarma, la Junta adelanta avisos y recomendaciones, que son como soluciones de laboratorio antes de acogerse al proceloso conducto de la prohibición. Luego no fue tan tremendo y la ristra fue llegando con la naturalidad que señalaba los contagios y las hospitalizaciones: prohibido pasear sin mascarilla, prohibido el ocio nocturno, prohibidas las botellonas, prohibidas las aglomeraciones.

Parte de la población lo comprende, otra parte se ve atemorizada ante tanta restricción. Mientras, el virus sigue ofreciendo el número del saltimbanqui más colosal.

Agosto · Las olas

El consejero de Salud, Jesús Aguirre, quien dispone de varios grupos de técnicos, comités de expertos y asesores áulicos, da por oficial la existencia de una segunda ola en Andalucía. Los expertos llevaban semanas avisando. Al coronavirus, un ser correosos para la contrariedad de los descreídos, se le suma el virus del Nilo, una preocupación añadida para los próximos años junto a las superbacterias. En tanto los responsables andaluces van acumulando méritos para certificar un máster en pandemias, la ola se remonta a la otra y a la otra.

Septiembre · La clase

El inicio del curso escolar copa la actualidad al término de la temporada en las playas, a las que la Junta decreta un cierre nocturno justo cuando acaba el verano. La juventud festiva –valga la redundancia– se ha convertido en el demonio y hay quienes previenen del posible infierno en los colegios. Siguiendo la evidencia del Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades, los gobiernos deciden afrontar el inicio escolar con la máxima normalidad posible. Los resultados han sido hasta la fecha satisfactorios, demostrándose certeras las investigaciones que apuntaban a una menor capacidad de contagio entre la población infantil.

Octubre · La lata

Además del coronavirus se propaga la desazón al comprobarse el acelerado empinamiento de las curvas de contagios y, sobre todo, de hospitalizados y muertos. Nadie nace preparado para una pandemia, materia propia de libros y películas de ciencia ficción, como nadie aprende a convivir con las restricciones en un mundo hecho a la ley de la selva. Por eso no fructifican ni la aplicación de rastreo para el teléfono ni los rastreadores pueden contactar con quienes han de ser rastreados. La segunda ola, más contenida en el tiempo y en sus ángulos, sobrepasa a la primera. La preocupación está de regreso y todo es ya una lata.

La farmacología ha reducido levemente la mortalidad, aunque es la carrera por las vacunas la que proporciona la ilusión. La Junta anuncia cientos de miles de dosis del preparado de Oxford-AstraZeneca para diciembre y enero y la población salta exultante con los grandes titulares. La letra pequeña, más asumida ahora, aporta menos certidumbres que la grande. La extensión de la inmunización no llegará hasta el verano de 2021. Más dudas hay sobre cuándo volverá la antigua normalidad.

Noviembre · La postura

Las vacunas son las zanahorias que ayudan a digerir el segundo estado de alarma, en el que Andalucía, como el resto de las administraciones autonómicas, es la autoridad delegada. Es la vuelta a empezar. La bola de Sísifo repite el rodamiento al fondo del precipicio. Son las cabezas de la población. Se reanudan las restricciones, aunque sin la severidad de la primavera. La ruina económica no es igual, pero las calles lucen moribundas con la lluvia y la oscuridad.

Los contagios reducen sus cuotas conforme se interiorizan las restricciones. Luego bajan las hospitalizaciones y en poco disminuirán las muertes. Una fórmula aritmética. El cronograma ha sido casi milimetrado para "salvar la Navidad". (La economía es cosa de solsticios.) ¿Vuelta pues a empezar? Del calibre de la flexibilización que venga dependerá que florezca una sonrosada y sonrojante tercera ola. La gestión de una pandemia, como la vida, consiste en agarrarse con fuerza a la barra del vagón de la montaña rusa y poner cara de como que hay volante. Es la postura idónea, dicen, distinto es que sea impostura.

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