Andalucía

Del blanco y negro al tecnicolor y al 3D

LA autonomía andaluza se conquista mientras el flamenco vive en plena ebullición y efervescencia, entre finales de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado. Camarón, el primer flamenco de masas, ha roto los estereotipos más inmóviles con La leyenda del tiempo. Paco de Lucía, otro que será capaz de llenar estadios y plazas de toros, no para de tocar su rumba-sensación, Entre dos aguas. Atrás queda ya el aguerrido grito libertario de cantaores como Menese durante la Transición y el flamenco afronta otra revolución: del blanco y negro al salto en tecnicolor y, más tarde, a las tres dimensiones, el 3D.

No nace el nuevo flamenco en esta época porque el arte jondo, con sus apenas dos siglos de historia, ha vivido siempre de permanente contagio e influencia con otras músicas y sonoridades. La espoleta creativa de Paco y Camarón parece encender la bombilla a otra serie de intérpretes y creadores que, a su vez, servirán en años posteriores de faro para nuevas generaciones, aunque siempre desde el constante pulso con quienes prefieren mantenerse en el hermetismo del folclore enciclopedista antes que en la apertura de puertas y horizontes que ofrece la revolución creativa bien entendida. Los especialistas, estudiosos y aficionados coinciden en los referentes: Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar en el toque; Antonio Gades y Mario Maya, en el baile; y Camarón y Enrique Morente, en el cante. Todos ellos se convierten en revulsivos y en padres de la experimentación de un flamenco que, a finales de siglo y principios del tercer milenio, se hace posmoderno, tridimensional.

El arte jondo, especialmente el baile flamenco, acaba por difuminarse en una mixtificación permanente con la literatura, el teatro, la pintura, la danza contemporánea... Una mezcla que se convierte en peligrosa y en pastiche cuando su único fin es la vulgar mercadotecnia y la pura comercialidad.

Los mascarones de proa de principios de los 80 dejan a su paso una estela preñada de inquietud e inventiva con grandes artistas a rebufo de la incesante expansión flamenca. El universo jondo se hace más y más grandey ya es habitual tener a flamencos como Premios Nacionales. Bailaores y bailaoras como María Pagés, Eva Yerbabuena, Israel Galván y Rocío Molina, abanderan las nuevas vueltas de tuerca en el baile flamenco más vanguardista, pero son continuadores del boom que vive la danza flamenca gracias a artistas totales como Sara Baras, Joaquín Cortés y Antonio Canales. La guitarra ya no corre, vuela plena de sabor de las manos de intérpretes como Tomatito, Moraíto, Vicente Amigo, Gerardo Núñez, Enrique de Melchor, entre otros muchos dentro de un caudal inagotable de intérpretes, recreadores y visionarios. Enfrente, sigue cultivándose lo clásico, pero la hibridación, el eclecticismo, lo inunda todo con mayor o menor suerte. En el cante, hay infinidad de ejemplos: desde el mediático José Mercé, capaz de abrir al flamenco las puertas del Teatro Real y que uno de sus temas sirva para un spot de El Corte Inglés, y Diego El Cigala hasta los Pitingo, Arcángel... Y por encima de todos, Miguel Poveda, un catalán que ha revolucionado el cante en la primera década del siglo XXI y que es tan capaz de moverse como ortodoxo mairenero que se transforma en esponja que todo lo absorbe y lo mismo le da a la copla, que al fado, que al tango argentino. Un fenómeno que ha conmovido a los más herméticos del arte jondo con su camaleónica voz y ha liderado listas de superventas y agotado entradas en cuestión de minutos desatando un auténtica povedamanía. Amado y odiado, no cabe duda de que su eclosión ha significado que el flamenco vuelva a estar de moda. Eso, desde luego, si es que alguna vez durante los últimos treinta años dejó de estarlo en algún momento.

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