soltando grillos

El cielo y la tierra están locos de remate. La humanidad, más

  • El cambio climático envía cada día señales más evidentes: el planeta se cuece a fuego lento y las catástrofes naturales dejaron de ser, hace mucho tiempo, naturales

El cielo y la tierra están locos  de remate. La humanidad, más

El cielo y la tierra están locos de remate. La humanidad, más

El clima se vuelve loco de remate y nosotros también. El escritor uruguayo Eduardo Galeano lo describió muy bien: "El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable". El cielo y la tierra están locos de remate. Hace frío cuando debería hacer calor y hace calor en épocas de frío. Se está calentando el mundo y se suceden unas tras otras las catástrofes, esas que llamamos naturales. A Galeano no le gustaba nada que las llamáramos naturales, porque eso era aceptar que la naturaleza es el verdugo y no la víctima.

El cielo y la tierra están locos de remate. Se calienta la tierra, y lo hace al mayor ritmo de la historia de la humanidad. El planeta se cuece a fuego lento. En la ciudad paquistaní de Turbat, el termómetro alcanzó los 53,5 grados el 28 de mayo de 2016, la mayor temperatura jamás registrada en un mes de mayo en el mundo. España lleva varios años viviendo las primaveras más calientes desde que se tienen registros. Sube el mar y lo seguirá haciendo a un ritmo cada vez mayor. Las mediciones demuestran que a lo largo del siglo pasado, el nivel medio del mar aumentó entre 10 y 20 centímetros. Sin embargo, la tasa anual de aumento durante los últimos 20 años ha sido de 3,2 milímetros, más o menos el doble de la velocidad media de los 80 años precedentes. En Europa se producen unas 450.000 muertes prematuras al año por la mala calidad del aire que respiramos. Unas 27.000 de ellas en España. El cielo y la tierra están locos de remate, por eso se deshielan las masas glaciares. En la revista National Geographic lo explican bien. Al igual que con los glaciares y con los casquetes de hielo, el aumento del calor está provocando que las enormes placas de hielo que recubren Groenlandia y la Antártida se derritan a un ritmo acelerado. Los científicos creen que el agua dulce generada por la fusión en la superficie y el agua de mar bajo su superficie se están filtrando por debajo de las placas de hielo de Groenlandia y de la Antártida Occidental, lubricando las corrientes de hielo y provocando que éstas se deslicen con mayor rapidez hacia el mar. Además, el aumento de las temperaturas está provocando que las enormes plataformas de hielo adheridas a la Antártida se estén derritiendo desde la base, se debiliten y se desprendan.

El cielo y la tierra están locos de remate. El verano ha arrancado en España con pantanos con los niveles más bajos desde los noventa, la primavera más cálida desde 1965 y más incendios que en la media de la última década, rezaba el otro día la entradilla de un reportaje de un periódico nacional. Hace unos días el fuego se ha llevado una parte de Doñana, acercándose al perímetro del parque nacional, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Han llegado pronto este año las llamas. Escribió José Manuel Caballero Bonald, tras el desastre de Doñana, que el fuego viene a ser como la imagen del infierno. E hizo una advertencia sobre lo ocurrido: el poder de la madre tierra, que acaba siempre vengándose de sus indistintos violadores. Y en Doñana han existido muchos a lo largo de su historia, el maldito fuego es uno. Otro, el aprovechamiento ilegal de los acuíferos. Y las amenazas, Doñana es una tierra cargada siempre de amenazas.

El cielo y la tierra están locos de remate. Los hemos vuelto locos de remate. Ha sido la acción humana la causa de la locura. Gandhi decía que la tierra ofrece lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no la codicia de cada hombre. Y nos hemos convertido en una especie codiciosa que no respeta la tierra que pisa. Por eso, ya no hay abuelos como el de José Saramago. Jerónimo Melrinho se llamaba y cuando se murió el escritor portugués le escribió una carta que empezaba así: "Soy nieto de un hombre que al presentir la muerte, estaba a su espera en el hospital al que lo llevaban, bajó al huerto y fue a despedirse de los árboles que había plantado y cuidado, llorando y abrazando a cada uno de ellos, como si de un ser querido se tratara". Saramago estaba convencido de que su abuelo, en el fondo de su corazón, sabía, de un saber misterioso, que la vida de la tierra y de los árboles es una sola vida. Ocurrió hace unos días en su país Portugal, en Pedrógao Grande. Otro infierno. Allí el fuego se llevó tierra, árboles y más de sesenta vidas humanas. Todas eran la misma vida.

El cambio climático envía cada día señales más potentes. Y es preocupante que el presidente del país más poderoso del mundo Donald Trump, y su pandilla de negacionistas, sigan haciendo oídos sordos a una realidad incuestionable: el planeta está en peligro. El cielo y la tierra están locos de remate. La humanidad, mucho más.

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