Inmigración El destino de las mujeres subsaharianas

La epístola de NIGERIA

  • Isoke alcanzó la costa española en patera el 21 de octubre de 2008: así es su vida en Algeciras · "Trabajaré en cualquier cosa, de peluquera, camarera... lo que sea menos la prostitución"

Despacho de la agencia Efe: Motril, 21 de octubre de 2008. "73 personas de origen subsahariano llegaron sobre las 19:30 de ayer al puerto, después de ser localizadas a bordo de una patera a 35 millas al sur de la localidad. Entre ellas se encontraban ocho bebés y 20 mujeres". Isoke abraza a su niña, Ononigu, y emboza su cuerpo empapado en mantas de la Cruz Roja. Mira todo con los ojos muy abiertos. Ha pasado hora y media desde que escucharon el helicóptero. Ononigu no había parado de vomitar desde que salieron, 72 horas antes, de Alhucemas. Isoke y Ononigu han alcanzado la otra orilla. Un fotógrafo hace inmortales sus ojos. Bienvenidas al primer mundo.

Isoke revuelve con su compañera María una gran bolsa de basura repleta de tesoros. Son zapatos, decenas de pares de zapatos viejos: botines, sandalias de esparto, zapatos de tacón. Cotejan números con sus pies en el patio de entrada de la casa de acogida. En la ventana hay un cartel de rudimentaria elaboración donde se lee que "se hacen extensiones y trezas". En el pasillo de entrada está Ononigu, su pelo lleno de extensiones y trenzas con adornos de colores, con la boca pegada a la pajita de un batido.

No sacaremos ni un dato concreto de los labios de Isoke. "¿Por qué viniste a España?". "Lo vi en un mapa". "¿Cuánto pagaste?". "No recuerdo". "¿Qué esperas hacer en España?". "Any work, any work..." Cualquier trabajo, dice, menos la prostitución. Isoke era peluquera en Nigeria. "Quería vivir mejor. Allí se vive mal". Cogió a Ononigu, atravesó Malí, llegó a Marruecos, surcó el Estrecho en una zodiac atestada y, al llegar, fotografiaron el miedo en sus grandes ojos.

"Hace unos años las mujeres venían desorientadas; ahora la mayoría sabe a lo que viene..." Isidoro Macías, un franciscano muy popular a mediados de los 90, cuando fue bautizado con el apodo de Padre Patera, recibe en la sala de visitas del asilo de ancianos que su orden gestiona en Algeciras. Preside el cuerpo de Jesucristo envuelto en un sudario tras la crucifixión. "Es mi sala de prensa", bromea. Acaba de aparecer hace un momento con bermudas y chanclas acarreando una bolsa de verduras del mercado. Para hablar con la prensa se enfunda el hábito. Una foto le hizo famoso. Apareció en un dominical con este mismo hábito que ahora lleva, en la orilla de la playa de Getares sosteniendo entre las olas a una niña negra. Las televisiones acudían por decenas a esta misma sala de visitas. Recita programas en los que ha salido. "Y en los informativos, no en el Tomate ni en esas cosas, eh". Rastreando documentación sobre el fraile se le ve en sus años de esplendor, acompañado por la duquesa de Alba y Curro Romero. La duquesa de Alba se muestra maravillada con la labor del franciscano con los inmigrantes. Desde que se abrió la ruta del cayuco, entre Senegal y Canarias, su popularidad ha decaído, "pero sigo ayudando. Yo sé pocas cosas, sólo sé ayudar". Isoke le llama "papá" y le abraza y le besa y le da las gracias. Él la ha recogido y le ha ofrecido un techo en la cercana casa de acogida, a unos 200 metros del asilo.

Pero el Padre Patera muestra hoy un deje amargo. Se lo ha dicho a Isoke: "Como Agustina continúe así, cierro la casa". Agustina es otra nigeriana. Está exaltada. No quiere que Isidoro mande más periodistas a la casa. En el salón de la casa de acogida hay un gran televisor. Dice que el otro día se cayó encima de su niño, que tuvo que llevarle al hospital y que en el hospital le hicieron muchas preguntas. Observamos el gran televisor, que está intacto. ¿cómo pudo caerse ese armatoste? Pero el parte de lesiones está ahí, contusiones en cabeza y espalda. Con Agustina, María e Isoke, aparte de sus niños, hay un hombre al que no vemos. "Tiene muy mal genio ese hombre", resume el Padre Patera.

En 2004 María Vallejo Nájera publicó la novela Luna negra. Se entrevistó con veinte nigerianas para componer a su protagonista y extrajo una colección de vejaciones: violación, aborto, vudú, maltrato... La vida de la mujer en Nigeria es un infierno. Stephane Mikala, director adjunto del Programa para África de Amnistía Internacional, asegura que "todos los días, mujeres nigerianas son golpeadas, violadas y asesinadas por miembros de sus familias por transgresiones como no tener la comida hecha a tiempo o visitar a parientes sin permiso del esposo".

Vallejo Nájera charló con las nigerianas que se prostituyen en la Casa de Campo de Madrid. Algunas mandaron recuerdos al Padre Patera. El lo admite con tristeza. "Intento evitarlo, les digo que eso no es vida. Busco el permiso de residencia y de trabajo, digo que no es necesario prostituirse, pero...". Macías lleva recogiendo inmigrantes desde el año 82 y la gran avalancha subsahariana le desbordó. Por su casa de acogida han pasado más de 300 madres. No sabe cuántas han acabado en la prostitución. Supone que muchas. "Yo no quiero acabar en la prostitución", repite Isoke. Isoke se va dentro de unos días a Madrid. Va a visitar a una amiga que ha parido. Isidoro le recuerda que tiene que estar de regreso antes del día 10, que es cuando Ononigu empieza el colegio. "Yes, papa, I'll come back".

El franciscano tiene una herida. Gloria llegó al centro de acogida embarazada de mellizos, una muchacha dulce, muy dulce. A los pocos días apareció un negro en un cochazo, muy bien trajeado, colgándole oro tintineante del cuello y las muñecas. Venía a buscar a su hermana Gloria. La cicatriz imborrable de esa herida es la última mirada de Gloria, una mirada de súplica clavada para siempre en el recuerdo del Padre Patera. "Fueron sus compañeras las que me dijeron que ése no era su hermano, que se la llevaba para hacerla abortar y luego prostituirla". Un momento de silencio. "Yo no podía saber que no era su hermano, yo sólo sé ayudar. ¿Qué iba a hacer yo?", pregunta como si la ausencia de respuesta fuera un bálsamo.

Aunque durante un tiempo había decenas de nigerianas en las cunetas de la Casa de Campo, el auténtico importador, el mejor cliente de los traficantes de esclavas, es Alemania. Centenares fueron allí vía España durante los últimos Mundiales de fútbol. El pasado 19 de agosto la colaboración entre la policía española y alemana hizo posible desmantelar una de esas redes. 54 nigerianos fueron detenidos, dos de ellos en Sevilla y otro en Málaga. Trabajaban para la gran 'mammy', la receptora, otra nigeriana, que residía en Frankfurt.

Ninguna mujer nigeriana, al igual que Isoke, contará lo que le ha costado el viaje. Todas dirán lo mismo que Isoke, que vinieron a España porque vieron el país en el mapa y porque querían vivir mejor. Ninguna contará lo que cualquier experto en emigración, y que aparece en un estudio de 2004 de la ONG Médicos del Mundo, sabe. La mayoría de las subsaharianas que ejerce la prostitución en España procede de Nigeria porque es allí donde mejor organizadas están las mafias. Ellas pagan en origen sólo la mitad de su viaje. El resto lo pagan con su trabajo. Es el modo de tenerlas atadas. En el estudio de Médicos del Mundo ninguna de las mujeres encuestadas explicó su contrato. Llama la atención que el 44% de estas mujeres cuenta con estudios medios. Apenas hay analfabeta. En cuanto a sus preocupaciones, el dinero está por encima del trabajo, la familia y la salud. De hecho, sólo un 2% mencionó la salud como una inquietud.

uIsoke se derrite con Ononigu. Ononigu es guapísima, una muñeca regordeta de ojos tímidos que esconden mucha zalamería. Isoke no tiene que hablar para explicar que Ononigu es lo que más ama en el mundo. Lo dice con cada mirada, en cada gesto. "Tiene muchas amigas aquí, ya es como española". Pide Isoke a Lourdes, la fotógrafa, que le envíe las fotos para que ella pueda mandárselas a su madre, en Nigeria, que vea que está bien. Ya no es esa foto que salió en la prensa con miedo en los ojos. Ahora Isoke está bien alimentada y tiene ganas de que la vida en España sea la vida soñada. África está muy lejos.

Marcel Fallole es un senegalés que vende gafas de sol en los puestos del exterior del mercado de Algeciras. Llegó a España en patera con la primera oleada subsahariana, a principios de los 90. Se sonríe cuando se le pregunta por qué abandonó su país. Es como si el periodista pretendiera que contara toda una vida en 15 segundos. "Por muchas, muchas cosas". Se extiende más cuando se le pregunta por Senegal. "Unos pocos son muy ricos y muchos son muy pobres, pero no es lo que se piensa en Europa. No es eso, es algo más normal".

De regreso, paramos en el mirador del Estrecho. Decenas de turistas exploran África, que casi se puede tocar en este día soleado, con sus prismáticos. Casi podría verse a la gente en su rutina de la otra orilla. Al despedirnos, Isidoro Macías nos ha contado una historia: "Todas las mujeres que venían aquí decían ser cristianas. Yo intentaba entonces que siguieran la religión, vaya, lo normal. Pero ellas se hacían las remolonas, no querían. Hasta que un día una de ellas explicó cómo son las cosas. Mire papa, me dijo, no se esfuerce más. Usted es Europa y nosotras somos África. Y eso no va a cambiar nunca estemos donde estemos". Pienso en ello mientras los turistas tirotean África con sus cámaras digitales desde la última punta de Europa.

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