Andalucía

Contra el folclore y falsas tradiciones

UN repaso somero a la cultura andaluza de los últimos treinta años quedaría incompleto sin una referencia al motor que justificó todo el torbellino que hemos perfilado, el andalucismo, es decir, la identidad que supuestamente ha forjado el destino cultural y ha levantado las fronteras de ese paraíso identitario que suma, en su última fase, tres décadas de historia. En la prehistoria política de nuestra democracia, Andalucía era, en efecto, todo: el mito fundacional desde donde se levantaba el orgullo, el símbolo que daba sentido a todos los esfuerzos. Es incontestable que hay y ha habido una estilo y una etiqueta común, un uniforme que ha vestido el pasado y ha tratado de amalgamar el presente con un sentido de colectividad lo suficientemente flexible y generoso para no convertirlo en un pertrecho político medio reaccionario o en un sentimiento nacionalista tan paralizante como una camisa de fuerza.

Quizá el mayor equívoco que ha sufrido esa forja de la idea de la Andalucía contemporánea ha sido el de confundir su sentido profundo con su folclore y la cultura de las falsas tradiciones. El tradicionalismo forzado es casi siempre cutre, apostólico y cavernícola por más que quienes lo aviven pertenezcan a formaciones supuestamente de progreso, es decir, universales y abiertas.

Ha habido mucha bobaliconería y gasto inútil en fomentar falsas herencias y hábitos costumbristas cuya única razón de ser era el pan y el circo. La televisión pública andaluza, en su faceta más deplorable, la de servir de instrumento de propaganda al servicio del poder, tiene en gran medida la culpa. Detrás de tanta majadería de rogativas, romerías y pasatiempos peregrinos, subsiste, por supuesto, una Andalucía histórica, coherente y por fortuna liberada de vicios restrictivos frente a un mundo en desarrollo como el de hoy.

¿Ha merecido a pesar de todo el esfuerzo desplegado durante treinta años? Desde luego, y merece la pena seguir la senda por el mismo camino en pos de esos sueños más o menos nebulosos que, como todas las utopías, se perfilan en un horizonte hoy cargado de oscuros nubarrones.

Siempre hacia adelante ; nunca hacia atrás.

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