En el adiós de Manuel Clavero

La gran belleza del café para todos

  • La Junta de Andalucía habría sido una quimera sin su tenacidad y visión política

  • Él encendió la mecha de la explosión de identidad y entusiasmo del 28-F

Manuel Clavero con Manuel Losada y Manuel Olivencia juntos cuando el Ateneo de Sevilla los hizo en abril de 2007 socios de honor.

Manuel Clavero con Manuel Losada y Manuel Olivencia juntos cuando el Ateneo de Sevilla los hizo en abril de 2007 socios de honor. / antonio pizarro

El libro se titula Hacia una Andalucía Libre. El prólogo es de Plácido Fernández Viagas, el epílogo de Rafael Escuredo. Los dos primeros presidentes de la Junta de Andalucía. Una institución que habría sido una quimera sin la tenacidad y visión política del tercer hombre de esta historia, jugando con el título de la novela de Graham Greene. El capricho alfabético quiso que en la nómina de colaboradores de ese libro, publicado en 1980, meses después del 28-F, mi nombre aparezca justo después de los de Carlos Castilla del Pino y Manuel Clavero Arévalo, que el 16 de enero de ese año le había presentado a su antiguo alumno Adolfo Suárez su dimisión como ministro de Cultura en desacuerdo con la política de su Gobierno respecto a Andalucía. Maniobra para la que el centrismo centralista utilizó una jerigonza de los hermanos Marx para convertirla en pregunta del referéndum y hasta la voz de un fino presentador de televisión y flamencólogo de Alosno, Lauren Postigo, para decir aquello de "Andaluz, éste no es tu referéndum".

Yo era un periodista manchego recién desembarcado en esta tierra que con 22 años cubrió la explosión de identidad y entusiasmo del 28-F. "El 28 de febrero es la fecha más importante de la historia moderna de Andalucía", escribía Clavero en ese libro. "Todos los pueblos andaluces deberían rotular una calle con esta fecha". Y cuarenta años después se puede comprobar que así lo han hecho la mayoría. En unos sitios es calle; en otros, avenida. Clavero Arévalo se valía de esa metáfora de las calzadas para defender la validez del artículo 151 de la Constitución. "Es como si quisiéramos ir a París y en vez de escoger por la autopista que los viajeros deseaban y acordamos (artículo 151) nos llevaran, contra nuestra voluntad, por caminos de segundo orden y por vericuetos (artículo 144 con procedimiento especial), lleno de peligros (inconstitucionalidad), por los que lejos de ir a París podíamos llegar a donde no queríamos (artículo 143)".

Los dos cabezas de cartel de las elecciones del 77, 79 y 82 habían sido alumnos suyos

Las dictaduras parten de la premisa de la perfección. Los errores no se penalizan, se castigan. No están permitidos. El error del disidente, del heterodoxo, del discrepante. La democracia es una maravillosa suma de imperfecciones, de retales, de nuevos caminos. El denostado Estado de las autonomías es uno de los más bellos errores que España se ha dado a sí misma en la batalla por la igualdad entre los territorios, que es decir entre todos los españoles. Si no hay españoles de primera y de segunda, buena parte de culpa la tiene Manuel Clavero Arévalo, hijo de Pilar Arévalo y Francisco Clavero, el dueño de una fábrica de harinas que nunca se dejó seducir por las tentaciones del estraperlo.

Ahora que llegan a la política gentes con carreras de remiendos, con expedientes clónicos, doctorados en tertulias de televisión o gabinetes de mercadotecnia, estamos ante un hombre que llegó a la política después de haber sido catedrático con 25 años, decano de la Facultad de Derecho y rector de la Universidad de Sevilla entre 1971 y 1975, el primero elegido democráticamente por los alumnos. 1977 fue el año alfa de la democracia española: el año del regreso de los exiliados, de la legalización de los partidos políticos y de los sindicatos, de las primeras elecciones democráticas.

También fue un año decisivo en la vida de Manuel Clavero: la noche del 5 de enero de 1977 fue Gaspar en la Cabalgata de los Reyes Magos del Ateneo, con el maestro Quiroga encarnando a Melchor y el periodista Nicolás Salas a Baltasar. El 25 de junio, en la finca de su amigo Manuel Olivencia, con la nerviosera de la interminable tanda de penalties, vio el triunfo de su Real Betis Balompié en la primera Copa del Rey al entonces rey de Copas, el Athletic de Bilbao. Tres días después, Adolfo Suárez le ofrece un ministerio en su segundo Gobierno, primero tras ganar las elecciones. El 7 de julio de 1977, Clavero toma posesión de un cargo que como casi todo en la vida será pasajero.

El 19 de julio de 1956 ingresa en el Colegio de Abogados. El 16 de julio de 1971 toma posesión en el Paraninfo de la Antigua Fábrica de Tabacos como rector de la Universidad de Sevilla. Y el 7 de julio de 1977 es el nuevo ministro para las Regiones. En las tres primeras elecciones de la democracia, las de 1977, 1979 y 1982, los principales cabezas de cartel fueron Adolfo Suárez y Felipe González. Los dos, alumnos de Clavero Arévalo: el primero en Salamanca, su primer destino como catedrático; el segundo, ya en Sevilla, donde vuelve en 1953, el mismo año que se casa con Guadalupe Ternero, a la que había conocido en la playa de Punta Umbría. Como hiciera Felipe González con Manuel Olivencia en la Exposición Universal de Sevilla, Adolfo Suárez también se acordó de su profesor de Derecho Administrativo en la Universidad de la que fue rector don Miguel de Unamuno. Hubo otro Unamuno que jugó en el Betis de un equipo que ganó la Liga de 1935, entrenado por el irlandés O'Connell, cuya alineación recitaba de carrerilla don Manuel: Urquiaga, Areso, Aedo, Peral, Gómez, Larrinoa, Timimi, Adolfo, Unamuno, Lecue y Saro. El catedrático que nació el mismo año que Alfredo DiStéfano recordaba el gol que Timimi le marcó esa temporada a Ricardo Zamora en el viejo estadio de Heliópolis y que fue decisivo para esa Liga en el penúltimo año de la Segunda República.

En el Gobierno de Suárez fue compañero de gabinete del gaditano José Pedro Pérez-Llorca, uno de los siete ponentes de la Constitución Española. Cuando Clavero ingresó el 31 de mayo de 2016 en la Academia de Ciencia Regional, defendió la Carta Magna por ser, junto a las de las dos Repúblicas, las únicas no centralistas en la historia de España. Del texto de la República de 1873, aquel visto y no visto de cuatro presidentes, no le gustaba la referencia a la Andalucía Baja y la Andalucía Alta donde siempre vio una sola Andalucía, potencia con ocho cabezas y dos mares, el Atlántico y el Mediterráneo, que es decir las puertas de América que abrió Colón y las de Asia que descubrió Magallanes y se trajo Elcano. Con el atuendo prosaico de los textos jurídicos, los fárragos de la jurisprudencia y los latines del guión, a su manera Clavero Arévalo ha sido un descubridor, un explorador de territorios inéditos, un Alvarado o un Vasco de Gama que abriera atajos en los canales del patrioterismo o rendijas en los archipiélagos del narcisismo excluyente. Está a punto de cumplir cinco años cuando se proclama la Segunda República, que también hizo avances territoriales, aunque sólo aprobó los estatutos vasco y catalán, no hubo tiempo para celebrar el referéndum del gallego y se quedó en agua de borrajas la comisión que en Andalucía presidía el notario Blas Infante.

Clavero Arévalo es un sevillano que a la revolución de los claveles de su cumpleaños (cumplía 47 años, siendo rector, el día de la revolución portuguesa, José Afonso cantando Grandola Vila Morena) le añadió la revolución de los geranios en los balcones andaluces. Catedrático, decano, rector, ministro… Una trayectoria académica que da un giro de 360 grados cuando su perfil de burgués conservador se arremanga y se mete en las inquietudes del pueblo llano. Fue pionero de dos proyectos andalucistas, Unidad Andaluza antes del 28-F y después el Partido Social Liberal Andaluz, encrucijada de epítetos en una tierra hipotecada por sueños de jornaleros y siestas de terratenientes. Clavero dio un paso al frente, como si le fuera a marcar el último penalti a Iríbar, y se puso del lado de los que nada tenían, que ha sido el destino de Andalucía, tan fértil, tan rica, tan culta, con dos premios Nobel, el de Juan Ramón Jiménez en 1956 y el de Vicente Aleixandre en 1977, el año que Clavero fue rey mago, ministro y campeón de la Copa del Rey. El catedrático se bajó de la cátedra. "Yo desde luego no me lo imaginaba dando mítines", dijo su antiguo alumno Felipe González. Asimiló las enseñanzas de Blas Infante, de Juan Díaz del Moral, de los socialistas utópicos, también el legado ilustrado de Olavide, Jovellanos o Blanco White, andaluces de cuna o de paso. Clavero, como Plácido o como Escuredo, autores del prólogo y del epílogo del libro en el que tengo el privilegio de ir en su cuadrilla alfabética, son como Clavero políticos que antepusieron la defensa de su tierra a las siglas de su partido. Agujas en el pajar de la política.

El 19 de abril de 2007, con sus tocayos y amigos Manuel Losada Villasante y Manuel Olivencia Ruiz, Clavero fue nombrado socio de honor del Ateneo. Regresaba con ellos a los tiempos en los que la Universidad de Sevilla estaba en la calle Laraña, evocando los aromas a laboratorio y al café Saimaza de la calle Goyeneta. Fue ateneísta precoz. La docta institución le rindió homenaje al ser catedrático con 25 años; fue vicepresidente del Ateneo cuando lo presidió Alfonso de Cossío, el abogado defensor de Felipe González. Juntos salían de la sede en la calle Tetuán camino del Gran Briz, café de un tiempo que se llevaron la vulgaridad y las franquicias.

Dimitió antes del 28-F y vivió el 23-F de un año después ya sin partido, en el Grupo Mixto, junto a Blas Piñar y el independentista canario Fernando Sagaseta. Que en su inquina contra los godos olvidaba que Sevilla entró en la modernidad con un obispo visigodo, San Isidoro. Tejero en su locura también quería cargarse el Estado de las autonomías. El café para todos de Clavero es el olor a Saimaza de su juventud mezclado con La riqueza de las naciones de Adam Smith y La España invertebrada de Ortega y Gasset. Para que nadie vuelva a hablar de regiones y nacionalidades. De primera y de segunda.

Admirador de Nadal, jugó al tenis desde los 18 años a los 82. Fue pareja de dobles de Manolo Santana. Abogado de la Maestranza, era amigo de Pepe Luis Vázquez y seguidor de Curro Romero, con quien recibió el reconocimiento de los béticos veteranos.

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