Andalucía

El hombre imperturbable

  • El padre de los niños, José Bretón, llamó la atención desde el principio a los policías por la frialdad que mostraba y por su carácter indiferente ante su propia tragedia

Frío, impasible, imperturbable, indiferente, vengativo. José Bretón, el padre de los dos niños desaparecidos, va asociado a una sarta de calificativos desde que estalló el caso. Su mirada perdida, su indiferencia ante la tragedia y el nulo cariño mostrado hacia sus hijos durante los primeros días de la búsqueda, empezaron a dibujar el retrato de un hombre extraño y oscuro que, ahora, provoca perplejidad y repulsa. La incomprensible reacción que tuvo en las horas posteriores a la desaparición de los niños -como si la tragedia sólo lo tocara de manera tangencial- alertó a los investigadores de que se enfrentaban a una personalidad fuera de lo común: poco a poco, empezaron a relucir sus rasgos narcisistas, sus continuas manías, su personalidad obsesiva.

¿Es José Bretón un individuo capaz de acabar con la vida de sus dos hijos? Es la pregunta que la Policía, el juez, los fiscales, los peritos y la opinión pública se plantean desde hace diez meses. Imputado hasta ahora exclusivamente por simulación de delito y desaparición forzosa, todo apunta ahora a que el progenitor se sentará en el banquillo por una acusación mucho más grave, previsiblemente por doble asesinato.

Antes de convertirse en protagonista de la crónica negra, José Bretón era un hombre corriente. No había destacado en los estudios ni en el trabajo. Nacido en Córdoba en 1973, conoció a su exmujer, Ruth Ortiz, cuando ella estudiaba Veterinaria en Córdoba. Él se hizo militar y participó en misiones en Bosnia, lo que pudo reforzarlo psicológicamente ante la tragedia. Ruth y José se casaron en el 2002 y se fueron a vivir a Huelva, donde residía la familia de ella, hacia la que Bretón, al parecer, nunca tuvo excesivas simpatías. Cuando desaparecieron los niños, llevaba casi medio año en paro tras haber ejercido como conductor, por lo que, debido a su tiempo libre, era habitual que acompañara a sus hijos al colegio y se hiciera cargo de ellos la mayoría del tiempo. Por eso, a quienes lo conocían, les sorprendió el pasado octubre que se pudiera pensar en Bretón en términos negativos.

Fue detenido el 18 de octubre, diez días después de que Ruth y José fueran vistos por última vez. Durante ese tiempo, permaneció esquivo con los medios de comunicación: no tuvo una sola palabra para recordar a sus hijos y, lo que más llamó la atención, jamás pidió ayuda para buscar a los pequeños. Las fotografías muestran a un Bretón molesto por la presencia de los periodistas y escondido tras unas gafas de sol, que iba y venía de la comisaría de Campo Madre de Dios, siempre en coche, esquivo con los micrófonos y metido en un mundo del que parecía difícil arrancarlo.

La investigación policial desveló el extraño comportamiento que Bretón mantuvo aquellos días. Se puso en contacto con una antigua amiga para insinuarle una cita y no dudó en alardear de sus conquistas sexuales ante los agentes que, precisamente, lo investigaban. Los días pasaron y salieron a la luz más detalles: quiso invitar a los policías a vino mientras la forense recuperaba muestras óseas en su finca, bromeaba con ellos, se reía ante lo que parecía el escenario de un crimen.

El día 21 de octubre, el juez José Luis Rodríguez Lainz lo envió a la cárcel. De aquel día persisten las imágenes de Bretón en el circuito deportivo del Parque Cruz Conde recreando cómo se perdieron sus hijos. Bretón recorrió la zona verde esposado, ocultando los grilletes con un jersey, tal vez con la intención de conservar su imagen impoluta de padre de familia ejemplar y vecino discreto. Fue abucheado y vapuleado. Bretón no se inmutó. Luego se conocerían sus informes psiquiátricos, esos que sacaban a relucir su frialdad emocional y su falta de empatía. ¿Un loco? ¿Un frío criminal? ¿Un hombre movido por la venganza? La Justicia dirá.

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