A ningún padre, a ninguna madre, se le puede exigir que sea gélidamente racional cuando al benjamín o benjamina de la familia le sube la fiebre, entra en un cuadro diarreico y se pone a sudar. Del tirón, al hospital. Lógico. Esta situación, perfectamente controlable en dispositivos asistenciales con la capacidad profesional y tecnológica que tienen los centros sanitarios españoles (vale decir, andaluces), en ocasiones da origen a crisis de salud pública percibidas en las que puede llegar a cundir una preocupación social desproporcionada. Uno de los agentes infecciosos candidatos a protagonizar estos episodios de inquietud colectiva sin base epidemiológica real es el rotavirus, al que, en España, se le imputan 135 ingresos hospitalarios anuales por cada 100.000 niños menores de cinco años.

En Andalucía, más de 900 pequeños tienen que quedarse en el hospital durante unos días (los casos graves, de riesgo vital, son excepcionales en países desarrollados) con un cuadro infeccioso atribuible a este virus. Por supuesto, no todas las gastroenteritis tienen que ver con el rotavirus: sólo un tercio de las atribuibles a virus, que a su vez son el 34% de las que tienen causa infecciosa, que a su vez son el 54% del total. Sin embargo, a veces, especialmente cuando llega el mal tiempo, asociado a determinadas infecciones, cunde el miedo porque un pequeño se ha traído a casa, probablemente de la guardería, un agente patógeno que le pilla en un momento débil. Este otoño, la Consejería de Salud aún no ha registrado ningún brote relacionado con gastroenteritis (no existe una vigilancia específica sobre el rotavirus) en el ámbito de la comunidad autónoma que encaje en algún tipo de situación sospechosa.

En términos absolutamente exactos, se desconocen cuántas gastroenteritis se deben al rotavirus: sólo en situaciones concretas (épocas de riesgo estacional en las que se den casos de manejo clínico complicado) los médicos del hospital encargan a sus compañeros microbiólogos un análisis que identifique, sin dudas, el agente viral.