La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Los pregones de la España indiscreta

Se habla del micromachismo, pero no de los pequeños ataques que sufrimos en nuestra intimidad todos los días

Control de seguridad

Control de seguridad

Mucha neura y mucha obsesión con la protección de datos en España, donde hasta las listas publicadas en el tablón de una cofradía se componen de números a los que corresponde una identidad que después se consulta en privado para que no se desvele la confesión religiosa del inscrito, pero llegas al embarque en un aeropuerto y los tíos de la seguridad, aparte de tutear a todo quisqui, cantan el contenido de una mochila que se ve junto al escáner. “¡Unas tijeras junto al neceser!”. “¡Libro electrónico entre el Ipad y unos chalecos!”. “¡Botella de agua para análisis de líquidos! Está junto a comida y unos peluches!”. Y toda la cola de desarrapados, que es lo que parecemos despojados de abrigo, chaquetas, cinturones y relojes, al loro de cuanto hay en las maletas de mano del personal. Justo en esa cola es cuando se recuerda cuánto nos cambió la vida cotidiana aquel atentado de las Torres Gemelas, al igual que ha hecho la pandemia. Ni viajamos en avión como antes del ataque, ni nos relacionamos entre unos y otros como antes del destrozo que provocó el bicho, mucho menos en los bares.

El embarque del aeropuerto recuerda a la cola de espera de una farmacia, donde uno se entera de lo que pide el de delante. Y lo peor es que hay quien se atreve a hacer comentarios. “Estamos alteradillos, ¿no?”, dice su vecino al verle pedir el Lexatin que no llega hasta mañana por la mañana. “Buena Feria, buena señal”, le comentan cuando el boticario pregunta si el Almax lo quiere en caja grande o pequeña. La vida está cargada de microataques a la intimidad. ¿No hay un micromachismo? Pues también hay agresiones a nuestra información íntima, que son aceptadas con toda naturalidad porque no queda más remedio. En los bancos hay mucho cuento con la distancia a guardar con la ventanilla, pero te enteras con todo lujo de detalles de los últimos movimientos del señor mayor que está delante porque el empleado habla a voces para que e señor mayor se entere y porque, además, sabe que no debería atender ciertas operaciones que se deben efectuar en el cajero. Solo recuerdo un sitio donde un cartel advertía de la posibilidad de ser atendido “con discreción”: la farmacia de Vistahermosa en El Puerto de Santa María de Cádiz.

Pero para indiscreción involuntaria la de aquel fraile octogenario que confesaba a un ilustre y recién separado durante la celebración de la misa en el altar mayor. El religioso preguntó a voces al penitente: “¿Pero tú te quedas con un piso, no? ¡Entonces no te preocupes, hijo!”. Y todos los fieles giraron la vista hacia el confesionario. Ni protección de datos, ni gaitas, ni misa.

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