Andalucía

Las secundarias

  • Como sin darse cuenta, Guerra ha señalado la consecuencia que algunos esperan de las primarias: erosionar el núcleo duro del PSOE y del Gobierno de cara a la sucesión de ZP

DESPUÉS de las primarias, vendrán las secundarias. Bueno, ya están aquí. Y éstas no son otras que el proceso del relevo de Rodríguez Zapatero como candidato en las elecciones generales del año 2012 y la influencia en ello del núcleo duro que lidera el PSOE y que vigoriza al Gobierno. Léanse a José Blanco, ministro y vicesecretario general; Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro y miembro de la Ejecutiva, y Manuel Chaves, vicepresidente y presidente de la federal. Al que cabría añadir, a cierta distancia, pero no tan lejos, a Gaspar Zarrías, secretario de Estado y responsable de política institucional y autonómica del PSOE. Un núcleo de fuerte acento andaluz, por cuanto dos de ellos lo son y Pérez Rubalcaba es diputado por Cádiz.

Otro andaluz, el siempre docto Alfonso Guerra consiguió elevar el miércoles a la categoría de titular lo que era obvio: los perdedores de las elecciones primarias del PSOE madrileño son quienes han apoyado a Trinidad Jiménez. La señorita Trini, que le llamó el nunca reconocido escribidor. Pero como no hay palabra del siempre comedido Alfonso Guerra que no empuje una intención, lo que sus palabras vienen a revelar es el movimiento interno dentro del PSOE para erosionar el poder del núcleo duro. La línea de trazo grueso con la que ha subrayado la palabra perdedores es un arma cargada de futuro.

En este núcleo no se encuentra la secretaria de Organización, Leire Pajín, que sí, es la vencedora de este proceso junto a Tomás Gómez. Que José Blanco ya no confiaba en Leire Pajín resultaba tan palmario como la nula telegenia de la secretaria de Organización, tan evidente o más que la impostura de su voz. Lo que Blanco quería blanco, Leire lo deseaba negro. Si Blanco, por ejemplo, veía a Miguel Ángel Moratinos como posible candidato a las Alcaldía de Córdoba, Pajín aireaba en los mismísimos cielos unas magníficas encuestas para la ex ministra Carmen Calvo.

Tal como apuntó a este medio con cierta sorpresa un miembro del Gobierno andaluz a comienzos de esta semana, la percepción respecto a Leire Pajín, que era muy mala en el seno del PSOE, cambió para algunos de la noche a la mañana. Vamos, del sábado al domingo. En torno a ella y a Tomás Gómez, pero sobre todo en contra del núcleo duro, comenzarán a nuclearse ahora el sindicato de agraviados, que es como el periodista Pepe Aguilar denomina a las individualidades descontentas que se aglutinan tras el primer traspiés de quienes mandan. Blanco, pero también Zapatero, han dejado una larga nómina de nombres aislados que ahora podrían cristalizar: una parte del siempre negado guerrismo, los Jesús Caldera, Álvaro Cuesta y Jordi Sevilla, más la posibilidad de que los llamados barones regionales comiencen a alzar la voz y a pedir la vez si hay que decidir si Zapatero se va. Guerra, por cierto, ha sido actor de peso en todas las sucesiones presidenciales en España y en Andalucía, excepto en la de Chaves-Griñán.

Las baronías andan revueltas. José Antonio Griñán ha sido más cauto que sus compañeros, prueba que sus demandas ante el Gobierno son gotas en el mar con lo que se barrunta por Castilla-La Mancha, Extremadura, Cataluña o el País Vasco. Fernández Vara, el extremeño, ya ha declarado que si Zapatero duda si presentarse, lo mejor es que no lo haga; José María Barreda, manchego, ha augurado que el PSOE camina hacia la "catástrofe electoral" y Patxi López parece noqueado desde que el PNV le arrancó al Gobierno la transferencias de las políticas activas de empleo bien despachaítas. Imaginen si Tomás Gómez consigue gobernar en Madrid, ¿cuáles serían, entonces, las aspiraciones del que parece el mismísimo clon de Zapatero?

Las secundarias, sin embargo, aún están en manos del propio presidente del Gobierno, por eso cobrará mucha importancia el análisis de la próxima crisis en el Ejecutivo. Si la salida del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, se salda con una única sustitución -por ejemplo, por Octavio Granados, secretario de Estado de Seguridad Social-, Zapatero habrá optado por soslayar los asuntos internos a la espera, quizás, de comprobar qué ocurre en Madrid el 22 de mayo próximo. Si el núcleo duro gana posiciones en la Ejecutiva del partido o en el Gobierno -Zarrías no deja de sonar para un lado u otro-, el presidente habría mandado un mensaje claro para calmar la incipiente revuelta.

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