Eduardo Moyano, director de IESA

"Tenemos una sociedad más desafecta, pero más politizada"

  • Ingeniero agrónomo, catedrático de Sociología, desde su atalaya cordobesa mira a una sociedad que ya se pasea por los límites.

Si hay una característica que define a cualquier buen investigador es la inquietud. Imprescindible. Ingeniero agrónomo y catedrático de Sociología, Eduardo Moyano dirige desde hace cuatro años el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA), aunque acumula otros 16 en el equipo directivo de este privilegiado centro de observación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Intelectualmente curioso, con muchos proyectos aún en su mente, llega a la entrevista después de haber corrido una hora por un parque de Córdoba, donde está la sede del IESA. En pocos días, Eduardo Moyano decidirá si se mantiene al frente de este centro al cumplir su mandato u opta por abrir paso a otra generación más joven de investigadores. Quizás sea un símbolo de los tiempos.

-¿Qué nos pasa a los españoles o a los andaluces, que ya desconfiamos de todo?

-Estamos en un momento en que se nos han venido encima factores muy distintos y de una manera precipitada, y debemos hacer un ejercicio de distinción entre unos y otros para no caer en el desánimo. Hay unos que están relacionados con la coyuntura, con la crisis económica, que es una crisis sobrevenida, cuya solución escapa a nuestras posibilidades, incluso, a las posibilidades de cualquier Gobierno nacional, más aun al de un país periférico como el nuestro. Pero haríamos mal si achacáramos todas las causas a la crisis. España, y Andalucía en particular, arrastran una serie de problemas crónicos que no han sido resueltos en los últimos cuarenta años. La crisis los ha agravado y los ha colocado en primer plano.

-Por ejemplo.

-España, y especialmente Andalucía, arrastra un problema crónico de desempleo y de crecimiento. Si se compara con los datos de hace 30 años, seguimos en los últimos puestos en temas de empleo o de PIB per cápita. Sí, nosotros crecemos, pero también lo hacen el resto de las regiones. La realidad es que nuestro sistema productivo no es capaz de absorber la incorporación de las nuevas generaciones al mercado laboral.

-Ese diferencial histórico de desempleo andaluz se percibe, a veces, como un atenuante de su gravedad.

-No, a eso no nos podemos resignar. Hemos construido un buen Estado del bienestar tanto en Andalucía como España, pero tenemos un tejido productivo que no lo puede financiar. ¿Por qué no hemos sido capaces de cambiar el tejido productivo andaluz en estos años de crecimiento y de llegada de una ingente cantidad de fondos europeos a nuestra región? Tenemos un sector agroalimentario moderno, pero todavía muy influido por las condiciones climáticas; un sector turístico muy estacional y también dependiente de la coyuntura. En definitiva, una economía con poca base industrial y de escaso valor añadido. Por tanto, no tenemos un tejido productivo capaz de sostener el sistema de bienestar que hemos alcanzado. Y eso nos lleva a tres opciones: o cambiamos el modelo productivo, y eso suponen decisiones que se dejan ver a medio y largo plazo, o aplicamos una política fiscal más exigente para financiar el Estado del bienestar. O recortamos el sistema, lo que nos llevaría a una pérdida de calidad de vida. Tenemos un nivel de bienestar equiparable al de la UE y nuestra media fiscal está muy por debajo de su media.

-¿Quién o quiénes son los culpables de que el tejido productivo andaluz no hay crecido?

-No hablaría de culpables, sino de responsables y además creo que la responsabilidad debe ser compartida, y no centrarla sólo en un Gobierno, sino que también influye la cultura empresarial, el entorno social para la inversión y el capital humano. Y pongo un ejemplo: España y Andalucía han recibido ingentes cantidades de la Unión Europea. ¿Eso significa que tenemos un sector agroalimentario más competitivo? Sí, tenemos las mejores almazaras del mundo, pero seguimos con un sector aceitero que se echa a temblar con una coyuntura climatológica o ante las presiones de las grandes distribuidoras. Y eso ocurre porque está muy poco concentrado.

-Cuando presentó el último barómetro electoral del IESA, dijo que todas las sociedades se acostumbran a vivir con cierto grado de desafección hacia la clase política, pero que la crisis la ha exacerbado.

-En toda democracia, en las más maduras del mundo, la gente convive con cierta desconfianza hacia la política, y eso es bueno. Sabemos que lo que ocurre en el ámbito de la política son cosas raras, corrupción, nepotismo, clientelismo; que responde a otros códigos morales, y nos hace desconfiar. Sin embargo, la población, en general, suele tolerar la extraña vida de los políticos, mientras nos garanticen seguridad, empleo y bienestar. Porque la democracia se basa en dos legitimidades: una basada en el procedimiento -los representantes son elegidos en procesos limpios y transparentes- y otra legitimidad basada en los resultados. Mientras haya resultados y sean aceptables, se acepta el extraño y poco edificante comportamiento de los políticos. Pero cuando la legitimidad de los resultados es socavada, como ocurre ahora, porque los gobernantes son incapaces de resolver la crisis, entonces la desconfianza se convierte en indignación. Y ya no se toleran los excesos ni se admiten las prebendas.

-¿Cree que se ha alcanzado un nivel de tolerancia cero con la política? Es decir, que cualquier día van a abroncar a un político, simplemente, por estar comiendo en un restaurante o por ir en un coche oficial.

-Estamos cruzando una línea roja en el grado de tolerancia hacia los excesos de la política. Hay un altísimo porcentaje de políticos honestos, que hacen bien su trabajo, pero basta con que haya algunos casos de corrupción importantes para que, en una situación como la de ahora, la legitimidad de toda la clase política se vea afectada por esta contaminación. De hecho, el uso del término clase política ya es despectivo. Antes no era así. Sin embargo, para que la indignación se convierta en revuelta social hay que transitar por un camino que, en algunos países, como Grecia, ya se está recorriendo peligrosamente. En España, afortunadamente, todavía no.

-¿Y puede suceder?

-Hay factores que explican por qué no ha sucedido. Por ejemplo, en España, hay aún una clase media que resiste a la crisis gracias a unos recursos que han ido acumulado en los 15 o 20 años de crecimiento. Y este grupo es el que aguanta la difícil situación económica de los hijos; hay jubilados que soportan el peso de toda la crisis familiar; hay una propia red de solidaridad familiar que funciona bien, a lo que habría que añadir a las ONG, caso de los bancos de alimentos. Hay otro factor importante. Tenemos una economía con una tasa de inflación todavía baja, imaginemos qué ocurriría con una tasa del 30% o el 40%. Además, hay dos pilares del Estado del bienestar que aún perviven a duras penas: la sanidad y la educación. La gente sabe que si enferma, puede ir a un hospital, a un sistema de salud prácticamente gratuito y universal, y hay un sistema educativo que, con todos sus problemas de calidad, asegura la escolaridad de nuestros hijos. Pero puede llegar un momento en que esto se desborde.

-¿Por qué?

-Por que se deterioren las rentas de las clases medias o porque el índice de paro siga subiendo hasta niveles escalofriantes.

-Hemos hablado de revueltas. ¿Y otras vías, de estilo populista, o aún peores, como se vio en el período de entreguerras con el ascensos de los fascismos?

-No descarto el riesgo de algún populismo al estilo del de Berlusconi, pero no creo que estemos en la misma situación de entreguerras. No es serio ni científicamente riguroso comparar la situación de la de hoy con esa época, caracterizada por el auge de los militarismos y de la confrontación entre clases sociales.

-Si la clase política no resuelve el problema, pero los políticos son necesarios para gobernar un país, ¿cuál es la solución?

-Es necesario una regeneración moral de la política.

-Pero llevamos muchos años hablando de eso.

-Bueno, pero se ha hablado en círculos determinados, y ahora esa reivindicación es un clamor. Hay que distinguir entre ética y moral; la ética son unos valores sobre lo bueno y lo malo compartidos por una sociedad. Pero cuando hablo de una regeneración moral, me refiero a un nivel individual, que cada uno haga una reflexión seria, personal. Pero esto no exime de responsabilidad a los partidos políticos. Su credibilidad está por los suelos, y los políticos deben ser los primeros en darse cuenta de que sin una regeneración moral de la política, los partidos pueden verse excluidos.

-¿Contempla un proceso como el que ocurrió en Italia, donde los partidos de después de la Segunda Guerra Mundial desaparecieron precisamente por la corrupción?

-No es comparable. El sistema electoral italiano fomentaba la fragmentación, se hablaba del pentapartido, que era la Democracia Cristiana con cuatro partidos más. Además, la corrupción en Italia estaba muy extendida, con ramificaciones con la mafia. En España, por el contrario, están más acotados los casos de corrupción; se sabe dónde están los corruptos, cuáles son las tramas. Creo que aquí hay un cáncer, pero está localizado, aún no tiene metástasis. Eso permite poder actuar para extirparlo de raíz. Además, el sistema electoral español da más estabilidad. Creo que se ha llegado a una situación límite, y no quiero pecar de ingenuo si expreso mi confianza en que los grandes partidos españoles tomen ya nota de lo que está pasando, lleven a cabo su propia regeneración. Sería una refundación de la política española.

-¿Y con las mismas personas?

-Eso lo deben decidir los partidos. La regeneración del PSOE después de la salida de Felipe González se hizo con una nueva generación. Ahora, al Partido Socialista le toca afrontar un serio y profundo proceso de renovación interna. Lo ideal sería que lo hiciera mediante una buena síntesis entre la nueva generación y la antigua. Y el PP vive un momento muy grave con el caso Bárcenas, que le puede conducir a enrocarse en una especie de defensa numantina o a llevar a cabo una limpieza interna que, en caso de confirmarse las informaciones sobre los sobresueldos negros, provocaría una especie de refundación del partido.

-Y ahora tenemos un doble problema, porque la desconfianza ya no sólo es hacia los partidos, sino hacia otras instituciones, como la Corona o los jueces.

-Lo realmente grave es que la desconfianza hacia la política ha ido derivando en desconfianza hacia el sistema democrático.

-Y hacia todas las instituciones.

-Con el poder judicial se da una situación paradójica. Hasta ahora, se solía decir que el poder judicial no había pasado por el velo democrático de la Transición, que era el poder más conservador, el reducto de lo más rancio. Y, sin embargo, en estos momentos, se le está viendo como el único poder capaz de neutralizar los excesos del poder político, como ocurre con el tema de los desahucios o de las tasas judiciales.

-En el caso de la Corona, por sus propias circunstancias, la refundación es más compleja, ¿no?

-No tiene por qué ser más complejo. La Monarquía tiene la oportunidad de poder regenerarse aprovechando el momento de la sucesión. Yo creo que el Príncipe es una persona que conecta muy bien con la generación de los cuarenta y cincuenta, y que él accediera a la Jefatura del Estado sería también un modo de visualizar que España comienza un ciclo nuevo. Y se lo dice un republicano, ¿eh?

-Ya.

-Es que yo creo que, en España, se da la paradoja de quienes defienden a la institución monárquica son los republicanos de fuero interno. Y eso se debe a que la legitimidad de la Monarquía española no es de una legitimidad dinástica, sino de una legitimidad basada en los resultados, y hasta ahora éstos han sido reconocidos como positivos por la gran mayoría de los españoles. Es decir, es una monarquía que se tiene que ganar día a día la confianza, y sabe que su continuidad no está asegurada per se.

-En el último barómetro, no sólo se ve desafección, sino desconocimiento. La opinión pública no sabe que el PP ha vivido una transición de Arenas por Zoido o que le gobierna un Ejecutivo del PSOE por IU.

-Bueno, es normal que la vida interna de los partidos interese poco, y sobre el Gobierno andaluz, lo que la gente sabe es que en Andalucía hay uno de izquierdas que está presidido por José Antonio Griñán. Y con eso es suficiente para el andaluz medio.

-Hay otros gobiernos de coalición en España que eran conocidos hasta por un señor de Almendralejo, aunque el Gobierno fuera catalán.

-Bueno, ¿eso está comprobado?

-No.

-Yo no estaría tan seguro. Creo que lo que ocurre que en estos momentos de crisis es que la preocupación está en otras cosas. En las tertulias de amigos, en las familias, no se habla de lo que ocurre en la vida interna de un partido, sino de lo que ocurre con el paro, con los desahucios, con los recortes en sanidad y educación e, incluso, con la evolución de la prima de riesgo…

-Digamos que tenemos una sociedad que se ha hecho más politizada por la crisis.

-Es verdad, tenemos una sociedad más politizada que antes pero más desafecta y desconfiada de la política.

-Por ser un poco optimista, tampoco eso es tan malo.

-Creo que tener una sociedad politizada e informada como la nuestra es bueno. Es que cualquiera sabe ahora cuánto gana un político, qué privilegios tiene y cuando se sobrepasa. Es una sociedad que está en condiciones de dar un paso adelante y de forzar la regeneración de la política. Aquí hay indignación, pero no indiferencia.

-Si recordamos lo que pasó en las elecciones autonómicas del 25 de marzo, cuando el PP perdió una oportunidad histórica de gobernar, después de ganar unas municipales y unas generales, ¿cree que este proceso es irreversible y que los populares no consiguieron anclar ese voto?

-El ascenso del PP y su clara opción de alternativa que tenía en octubre y noviembre de 2011, antes de las elecciones generales del 20-N, se debía a dos factores. El primero, que el PP, a nivel nacional, se percibía como una alternativa del cambio, y el PSOE sufría el desgaste de Zapatero que afectaba negativamente al Gobierno de la Junta. Además, el PP había renovado su estructura interna. Aunque Javier Arenas llevaba mucho tiempo, había nuevos alcaldes, nuevos cuadros. Pero, cuando el PP comienza a gobernar en Madrid, con tres meses de reformas compulsivas, el malestar de la población le hace perder apoyos incluso entre sus votantes. Si la marca ZP afectó negativamente a al PSOE antes del 20-N, la marca Rajoy cae como una losa sobre el PP andaluz antes del 25-M.

-¿Cree que son recuperables?

-El PP no ha hecho su transición después de la retirada de Javier Arenas. En estos momentos, hay una dirección que se percibe como provisional, y eso se paga en política. Hoy, el PP tiene poca visibilidad como alternativa en Andalucía; no se ve una dirección clara. Creo que el futuro del PP va a depender de cómo haga esa sucesión y de lo que ocurra en Madrid, con la crisis y con la respuesta al caso Bárcenas. Si no se soluciona eso, es difícil verlo como alternativa.

-¿Habría un ciclo largo de un Gobierno de izquierda?

-La coyuntura es tan importante en política... Lo que sí puede destacarse es el valor de la estabilidad que el Gobierno andaluz da en estos momentos de desasosiego. Y, además, el electorado andaluz ha estado siempre escorado a la izquierda. Por razones históricas.

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