11M 2004-2014

Atocha, zona cero, diez años después

Entre el trasiego de la estación de trenes de Atocha se cuela la figura de un hombre de traje gris. Camina despacio, mochila al hombro. Se detiene frente a un cristal. Escudriña el otro lado. Sus ojos buscan entre un listado de nombres, casi 200. Fila diez, a la derecha. Ahí está. Daniel Paz Manjón. Es el nombre de su hijo. Y el listado es el de los muertos. El de las 191 personas que fueron asesinadas cerca de allí en el peor atentado de la historia de España: el conocido como 11-M, que tuvo lugar hace ahora diez años. 

Con su traje gris y su mochila, Eulogio Paz se acerca algunas tardes hasta este monumento cuando sale de trabajar. El nombre de Daniel pervive en un mural de fondo azul, en el interior de una sala a la que se accede desde el vestíbulo de la estación. 

Atocha se ha convertido en símbolo de la masacre. Las primeras bombas que estallaron aquella mañana lo hicieron allí mismo, en los andenes. Pero diez años después, solo el monumento y los nombres de los muertos recuerdan aquel trágico 11 de marzo de 2004. 

Algunos turistas lo fotografían. "He traído aquí a un amigo que viene desde Ecuador porque quería compartir con él este sitio tan especial", explica una joven. "La gente que pasa por aquí se detiene a verlo. Y todos los años, y más en estas fechas, vienen los familiares de las víctimas", explica la encargada de la sala. "Próximo tren, vía 2", se escucha en el exterior por megafonía, entre el murmullo del gentío que sube y baja por las escaleras mecánicas de la estación, ajeno al recuerdo del 11-M. 

Entre carreras, maletas y cafés, trabaja allí desde hace 30 años Juan Carlos, un hombre con discapacidad visual que regenta un puesto de venta de lotería. "Yo estaba aquí ese día. Estaba despachando a un cliente cuando escuché como una serie de petardos y de repente, "boooooom!, una gran explosión", relata a dpa. El humo llegó hasta su puesto. Le siguió el caos. "Lo más sobrecogedor fue el silencio que esa tarde había en la estación. Nunca he vuelto a sentirlo. Pasé unos días terribles y de vez en cuando me asalta el recuerdo", explica. 

Ese silencio solo perdura ahora en el interior del monumento al 11-M: una sala circular en la que una gran burbuja repleta de frases surge del subsuelo y se abre paso entre el denso tráfico de Madrid alzándose hacia el cielo. Son algunas de las palabras, en varios idiomas, que dejaron allí los ciudadanos consternados por el suceso. 

"Hace falta mucha fantasía para soportar la realidad", lee Eulogio Paz entre todas ellas. "Es una de las frases que más me gustan", subraya. "Yo vivo esta fecha diez años después como un recuerdo hacia mi hijo Daniel, hacia la juventud que tenía", explica a dpa. 

Aquel día, el joven de 20 años tomó el tren para ir a la Universidad. Estudiaba Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. No tenía clase pero decidió asistir a un curso. Cuando pasaba por la estación de El Pozo, a poca distancia de Atocha, una bomba explotó y le mató. 

"Fui a todos los hospitales, esperando allí los listados de heridos. Daniel no estaba en ninguno", recuerda su padre con los ojos vidriosos. Horas después la familia se trasladó al recinto ferial de Ifema, donde estaban los cadáveres. Al día siguiente, a las 12:00 horas, les dijeron que su cuerpo estaba identificado. 

"Once días después yo volví a trabajar. Cuando te pasa algo así tienes dos opciones: seguir adelante o quedarte en la cama", explica. Un mes después, Eulogio decidió volver a El Pozo y recoger todo lo que amigos y compañeros de Daniel había dejado allí como homenaje para plasmarlo en un libro. 

En aquel tren iba también Enrique Sanz. Entonces tenía 36 años. Sobrevivió, pese a ir en el vagón donde explotó la bomba. "Tengo sentimientos encontrados. Siento rabia y al mismo tiempo alegría: rabia porque me pregunto por qué tenía que ir yo en ese tren y vivir todo aquel horror. Y alegría y también culpabilidad porque pude salir vivo de allí", narra a dpa. 

Algunos heridos no han logrado volver a tomar un tren. Enrique tardó tres meses, pero todavía hoy, cuando entra en la estación de Atocha, se le acelera el pulso y se le seca la garganta. "Las secuelas psicológicas son las más duras. Son las imposibles. Con aquel recuerdo tienes que convivir todo el tiempo de tu vida: cuando estás contento, cuando estás enfadado, cuando estás con tu familia... Estás marcado para siempre", reflexiona ante un café frente al monumento que recuerda a las víctimas. 

"Yo perdí el conocimiento y cuando desperté en el vagón estaba rodeado de muerte. Muerte por todos los lados. Me llevaron a un hospital y un médico me cosió las orejas (arrancadas por la explosión) en un hall frente a un ascensor. Aquello era un desastre. Todo estaba colapsado. Un médico veterano, ya con pelo blanco, lloraba y se echaba las manos a la cabeza, desbordado", rememora. 

Son recuerdos comunes en muchas de las víctimas que sobrevivieron a la masacre y que diez años después siguen teniendo secuelas. Cientos siguen en tratamiento psicológico. "Los primeros años después del atentado, la gente me llamaba el 11 de marzo para felicitarme porque aquel día volví a nacer. Pero las llamadas se fueron diluyendo con el tiempo y ahora las víctimas hemos caído en el olvido", lamenta Enrique. 

Contra ello luchan, precisamente. "Es muy peligroso que una sociedad olvide algo así, porque podría volver a repetirse", explica el superviviente, que aquel día tomó el tren 15 minutos más tarde de lo habitual porque su despertador no sonó. "¿Por qué aquel día tomé ese tren que no era el de siempre? ¿Por qué salí vivo de allí? Son preguntas que 10 años después todavía me hago y que seguiré haciéndome toda la vida". 

Un mes después de aquel día, nació María, su hija. "Yo le cuento lo que pasó, porque las nuevas generaciones tienen que saberlo. Todos los 11 de marzo vamos juntos a la estación de El Pozo a poner una vela", relata con una sonrisa triste. 

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