Bienal de Flamenco 2018

Gualberto: "Cuando me muera a lo mejor me ponen una estatua... pero por ahora no la quiero"

  • Fundador de Smash, pionero de la fusión del flamenco con el rock y autor de discos y colaboraciones con Agujetas, Camarón o Morente, Gualberto presenta este sábado en el Café Alameda su 'Suite flamenca en Re'

–¿En qué consiste exactamente esa Suite flamenca en Re que presenta la noche de este sábado?

–Bueno, la música está ligada a la vida misma, ¿no? De modo que la obra está basada en seis palos por motivos muy concretos: tanguillos, alegrías, farruca, soleá, seguiriya y bulerías. Los tanguillos, por ejemplo, los hice acordándome de mi madre, que los cantaba y bailaba con un toquecito muy especial. Son palos que están ahí por cosas así, de mi vida. Y están en Re porque es la tonalidad del sitar, aparte de que yo quería que todas las piezas tuvieran unidad armónica, para evitar la sensación de popurrí. He querido sacar la esencia de cada palo, no solamente la melodía. Habrá dos partes, y en ambas comenzaré yo con el sitar, la primera vez solo y la segunda con percusión, y ya luego los mismos palos con los diez músicos de la orquesta.

–Usted es guitarrista, pero su vínculo más fuerte y especial lo experimenta con el sitar. ¿Qué encontró en este instrumento?

–Lo descubrí en casa de un amigo americano que vino a estudiar con Diego del Gastor. Yo tendría 15 años. Me iba a su casa y me ponía canciones de los Beatles cuando aquí eso no lo tenía nadie. Una de ellas fue Norwegian Wood, con esa introducción con el sitar de George Harrison, y me quedé loco. Más tarde, cuando me fui a Nueva York en el 72, me acabé comprando uno. Por los Beatles y por esas canciones con partes orientales que tenían los Byrds o la Incredible String Band, pero me fui dando cuenta de que con esas cuerdas le podía dar los pellizcos que tiene el flamenco, hacer glissandos de cinco o seis notas, que con una guitarra es imposible, puedes llegar a medio tono, o a uno entero si es eléctrica, pero no tanto... Ya en mi disco A la vida, al dolor lo toqué por soleá... Tuve esa intuición de ver que el sitar puede hacer los mismos melismas de la voz, y por eso flipaban Agujetas o El Lebrijano, me decían que esa cosa cantaba y lloraba como ellos.

–Nunca se encerró en una sola música, ni en el rock ni en el flamenco ni en la clásica, incluso. ¿Ha sido eso bueno o malo para tener el respeto de los músicos de cada uno de esos ámbitos?

–Mira, esto va según los gustos de cada uno. En Cádiz, hace mucho, después de un concierto en una onda más orquestal, se acercó un señor y me dijo: "me ha gustado mucho, pero tengo que decirle que había un hombre que se llamaba como usted y no vea cómo tocaba ese la guitarra eléctrica". ¡Muchos piensan que soy otro! Yo, simplemente, me he expresado como me apetecía en cada momento, y si me gustaban dos cosas, las mezclaba. También me dio en Vericuetos por combinar el country con el flamenco, ¡y por qué no! Con Silvio, cuando estábamos en Los Murciélagos, hacíamos cosas de los Rolling Stones y los Beatles, pero cuando nos poníamos de cachondeo tocábamos esas mismas canciones pero cantando por bulerías... Luego llegó uno y lo llamó rock andaluz, y más tarde se convirtió en un estilo, pero en aquel momento era una cosa natural, ni siquiera nos dábamos cuenta. También tengo amigos que siguen tocando exactamente lo mismo que cuando eran jóvenes. Bueno, cada uno es como es, ¿no? Y yo siempre he sido bastante curioso.

"La música de Smash era más pura que la de Triana; pero no tengo ningún problema con que fueran más populares ellos, porque nos engrandecieron a todos"

–¿Las bulerías las llevaba aprendidas del corral de vecinos de la calle Pagés del Corro donde se crió, o de dónde?

–Hombre, claro. De allí. El flamenco era algo cotidiano. Mi madre cantaba mucho, flamenco jondo, copla, saetas, de todo. Y aparte había allí bodas que duraban a lo mejor una semana. Con 5 años me fui a otro corral, muy cerca, y me marcó más aún. Había tres o cuatro hombres que, sobre todo en verano, llegaban los fines de semana y hacían allí unas fiestas... Mataban unos cuantos gatos y se los comían, y a cantar. Resulta que se apoyaban al otro lado de la pared que daba a mi habitación, y se llevaban allí toda la noche, a veces hasta la mañana, así que figúrate. Mi madre cuando los oía llegar saltaba siempre: "ea, ya llegaron las fatiguitas". Había cantes que me empalagaban porque eran cosas muy tristes para un niño, los fandangos por ejemplo... Pero yo me iba fijando. Y repetían muchas cosas: "compare, este no te ha salido bien; venga, ahora una mijita mejor". Así aprendí sin darme cuenta 20.000 formas de cantar la soleá, 20.000 letras de seguidilla, de bulerías, de tanguillos, de cosas cachondas. Esa es la academia donde yo aprendí. Dormir no me dejaban mucho, pero ahora lo recuerdo con mucho cariño.

–Fue de los primeros, si no el primero, a secas y en singular, en mezclar el flamenco con el rock. ¿Se siente suficientemente reconocido en su condición de pionero?

–Sí, la verdad. Eso está en todos los libros. A mí a lo mejor, cuando me muera, me ponen una estatua y todo... pero por ahora no la quiero [risas]. De todos modos, también te digo que yo no me quedé parado en aquello.

–Se lo preguntaba en parte porque, de aquellos tiempos, fue Triana el grupo que se llevó la popularidad masiva. Y Smash tiene un estatus más extraño: el de banda de culto. Es decir, no desconocida, pero ni de lejos tan conocida...

–Eso es evidente. Puede que el tipo de canciones que nosotros hacíamos fuera entonces un poco demasiado... Quiero decir, en nuestra mezcla, el flamenco era más flamenco y el rock, más rock. En lo jondo, éramos mucho más puros. Mientras que Triana, sobre todo Jesús [de la Rosa], tenía más que ver con la copla, con ese canto dulce. Bueno, y que cantaban en español, claro. Pero yo no tengo ningún problema con eso. Creo que lo que hizo Triana que nos engrandeció a todos. Yo sé cuál es el mi sitio y cuál el de los demás. Y hay ciertos reproches que no entendía ya entonces. Una vez me dijo un promotor de Barcelona que nos quería contratar: "Smash y Lole y Manuel son los únicos andaluces que tienen categoría para tocar aquí". Y yo le dije: "¿Y Triana qué?". Y me contesta: "Anda, hombre, esos son muy comerciales". Coño, ¿y eso es malo? ¡Los Beatles sí que eran comerciales! También es verdad que para pegar un pelotazo hay que tener un poco de suerte. Y nosotros la tuvimos con El garrotín.

"¿Apropiación cultural? ¿Pero eso qué es, hombre? Las cosas son más sencillas, sobre todo si se hacen con sinceridad"

–Canción de la que por otro lado acabaron hasta el gorro...

–Claro. Es que no es la canción más representativa de nuestro rollo, la verdad. Fue una cosa hecha medio de guasa, y mira. Pero bueno... En Facebook me escribió un día alguien: "qué pena Smash, fue el grupo más grande, pero no supo nunca hacer lo correcto". ¡Pero es que nosotros nunca hicimos lo correcto! Mezclábamos lo que nos daba la gana, y ya está. Y además lo correcto no existe en la música. Ni lo incorrecto, vaya.

–Al hilo de esto, ¿le divierte o le irrita ese debate que parece llamado a no zanjarse nunca sobre los límites del flamenco?

–Puf... Mira, el flamenco se puede sentir y utilizar de muchas maneras. Eso pienso yo. Hay unos que prefieren el cante gitano y otros, el payo; unos los cantes a compás y otros los largos... Hay, como suele decirse, gente pa tó. Fíjate si hay. Ahora bien, el flamenco, independientemente del instrumento y de cómo lo toques, tiene algo tan grande que se ve. Incluso en otras músicas. A mí me gusta Beethoven porque tiene pellizco. El flamenco consiste en expresar una pasión grande de una forma, y si se expresa con las escalas flamencas, entonces es flamenco puro, vale. Pero yo pregunto: ¿es flamenco la soleá de Miles Davis en Sketches of Spain? Sí; sí y no. Yo escucho esa trompeta y tengo que decirle ole. A uno que le gusten nada más que las malagueñas le costará ver qué hay ahí, en esa trompeta, de flamenco. Pero entonces el problema lo tendrá en todo caso quien le guste del flamenco sólo las malagueñas. El otro día vi a La Tremendita, que tocó con un aspecto como punki y con dos baterías, y eso a la gente del flamenco a lo mejor le rechina, pero con qué pureza cantó, y con cuánto valor. Para mí, eso es flamenco. ¿Ortodoxo? Pues no, ¿y qué? El flamenco tiene tanta grandeza que no se merece que lo diseccionen: esto sí, esto no.

Gualberto, en el auditorio de la Factoría Cultural del Polígono Sur durante un ensayo de la 'Suite flamenca en Re'. Gualberto,  en el auditorio de la Factoría Cultural del Polígono Sur durante un ensayo de la 'Suite flamenca en Re'.

Gualberto, en el auditorio de la Factoría Cultural del Polígono Sur durante un ensayo de la 'Suite flamenca en Re'. / Juan Carlos Vázquez

–¿Qué otros jóvenes flamencos le dicen cosas ahora mismo?

–La gente joven viene muy preparada. Hace unas pocas noches, en la peña de Gelves, cantó un chavalito de 20 años con un compás per-fec-to, que ya lo hubiesen querido muchos antiguos. Pero también te digo que hay que saber olvidarse un poco de la preparación y decir lo que uno tiene que decir; si se tiene algo que decir. No digo que haya que ser original por serlo, pero sí hay que ser uno mismo. Para mí en la música es importante que haya algo de incertidumbre y una auténtica comunicación. Nunca hay que dejar de estudiar, pero en el momento en que los manierismos te quitan tu impronta y el latigazo ese que yo le pido al flamenco, hay que saber dejar la escuela.

–Se ha puesto de moda últimamente el concepto "apropiación cultural". A ver si va a ser usted pionero de esto también...

–Pero hombre, eso qué es. Las cosas son más sencillas. Sobre todo si se hacen con sinceridad. Es como si a mí me dicen "qué haces tocando música country si tú no eres americano ni ". ¿Y qué pasa, que no me puede gustar? ¿Y no lo puedo mezclar si me da la gana y lo siento con el cante jondo? El flamenco no es un examen, o no debería serlo, y la cultura tampoco.

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