Cultura

Historia viva y en tiempo presente

Solo. Israel Galván. Coreografía y baile: Israel Galván. Coordinación técnica: Pablo Pujol. Sonido: Pedro León. Lugar: Monasterio de La Cartuja. Fecha: Domingo, 9 de setiembre. Aforo: Lleno.

La entrada solemne de Israel Galván en un escenario vacío y austero enmarcado por las chimeneas del Monasterio de la Cartuja sentaba las bases de la totalidad del espectáculo. Qué majestuosa es la seriedad no fingida. Esa seriedad que se ríe de sí misma cuando ha de hacerlo. Así es la gravedad de Galván y de su arte.

Galván volvió a desdoblarse. Fue torero y novillero, bailarina de puntas y de claqué, cómico y arlequín, rey de los flamencos, flamenquito y flamenquín. Brújula y veleta. Todos esos personajes le sirvieron para marcar puntos cardinales. Los antiguos, heredados y reinventados, y los propios, frescos y revolucionarios. Tiene su trabajo algo de los esfuerzos de Godard en las Histoire(s) du cinéma. El baile flamenco también puede ser forma que piensa. Con cada espectáculo, ensaya una posible historia del flamenco, y lo hace desde su cuerpo. No podía ser su búsqueda más de la tierra, más corpórea. La boca devino tamboril. La mano, alegre y febril, pandereta. Pero todo tuvo su halo, incluso el vocablo más trivial. Galván pareció tener el don de volverlo todo áureo, pero eso lo consigue desde las entrañas más humildes de la materia.

El artista no dejó de inventar espacios. Curvas grandiosas, dilatadas. Barrancos inmensos entre las piernas. Qué diagonales las de sus extremidades. Todo su cuerpo deviene arco que apunta hacia lo por venir. Pero la tensión fue tal que lo hizo presente. Sí, lo que aún no es. Es el suyo un arte de la balanza, de la combinación medida de un elemento y su contrario. De un grito sincopado y de la extensión más sutil de un antebrazo. Y los pares devienen contrarios dentro de la obra en cuestión: como consecuencia de su coherencia interna, de sus necesidades formales.

Solo ha sido toda una conversión. Galván también tiene que bailar muy duro para entrar de lleno en el mundo de Israel Galván. El artista fue ganando fuerza (teniendo en cuenta sus parámetros) a medida que avanzaba la pieza. Solo pone de relieve que hablar de silencio en el trabajo de Galván es, en parte, una contradicción. Es como si convirtiera la danza no ya en música, sino en sonido, como si cada movimiento cobrase la fuerza de un sonido primigenio, capaz de distinguirse de todos los demás, señor de su propio cosmos. Es su obra un Gesamtkunstwerk singular: no porque integre todas las artes, sino porque parecen estar comprendidas en la danza.

Un sueño: que toda persona de esta ciudad pueda disfrutar del baile de Galván en directo.

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