Bienal de Flamenco

La búsqueda épica de Andrés Marín

Tuétano. Baile, coreografía, dirección artística y escénica: Andrés Marín. Guitarra: Raúl Cantizano. Baile y palmas: Concha Vargas. Cante: La Macanita. Percusión off: Luis Tabuenca. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Martes, 11 de septiembre. Aforo: Casi lleno.

Era una apuesta muy fuerte. Algo, mucho, se ha ganado. Y algo se ha perdido. Lo mejor de Tuétano es cuando Marín entra en el terreno en el que se siente seguro, que conoce, que domina como pocos, la verdad sea dicha: uno que toca, otro que canta y otro que toca las palmas. Cuando la puesta en escena se limitó a este trío clásico, la obra funcionó a la perfección. El acierto enorme de la propuesta, el cuerpo de la misma, es el diálogo entre el baile y la guitarra. Da igual que se trate de una guitarra eléctrica, que no es precisamente una recién llegada, ni a la música ni a lo jondo. En la partitura que ha elaborado Raúl Cantizano, que está inmenso, la petenera suena a Stravinski. A los romances y las bulerías suceden pasajes dignos de Ritchie Blackmore, Ted Nugent, Metallica y John Cage. Aunque lo mejor es cuando la bulería suena a Metallica y John Cage y la petenera a Ted Nugent. Si inmenso está Cantizano, inmensa, como suele, le responde la danza de Marín. No obstante, casi todos los efectos de la puesta en escena se revelan efectistas, desde la mesa con espejo hasta las gallinas del último acto, que no es sino una broma. El público, el mejor director de escena que conozco, señaló bien dónde debe ir el final de la obra cuando se confundió pensando que había finalizado porque el escenario quedó en completa oscuridad durante unos segundos. La propuesta, el intento, era eliminar toda la carne para irnos al puro hueso. Pero aún quedan muchos elementos epidérmicos que limar. También la participación de Concha Vargas y La Macanita resulta superflua. No porque no se trate de enormes intérpretes sino porque Marín no le ha sacado el jugo a su participación. Lo femenino sigue estando completamente ausente del universo poético de Marín. El espectáculo está pidiendo a gritos una dirección de escena. Por ejemplo, el texto que recita el bailaor no se entiende en absoluto en el patio de butacas. La broma de las gallinas, que no es más que eso, una broma, resulta inoportuna y rompe con la atmósfera íntima, solemne, épica, que hasta ese momento dominaba el espectáculo. Marín se lleva bien con la épica; su lucha, su búsqueda, como la de todos nosotros, lo es. Y esta ruptura de la épica irrumpe para llevarnos a ningún sitio. Para llevarnos al final. El intenso camino de búsqueda del bailaor sevillano es una de las aventuras más interesantes a las que estamos asistiendo en los últimos años los aficionados al flamenco. Pero en esta búsqueda Marín aún no se ha encontrado.

Ya estoy escuchándolo, lector pejiguera, diciéndome: "Pero eso no vale, la apuesta era todo o nada, a vida o muerte". Y no voy a ser yo el que le quite la razón. Pero tampoco se la voy a dar.

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