Bienal de Flamenco

“¿Mi lugar en el flamenco? Soy un buen aficionado”

  • Enrique Morente cierra hoy la Bienal en el Maestranza con un concierto “sobrio” que incluirá un canto fúnebre compuesto por el granadino en memoria de Mario Maya.

Más de 40 años sobre los escenarios y 21 discos, algunos de ellos verdaderas piedras de toque para el flamenco, no han bastado para apaciguar a Enrique Morente, el cantaor amante de los límites, una persona que parece asumir la plenitud como una angustiosa huida hacia adelante. “Puedo hacer un disco nada más que cantando a la Virgen de las Angustias y entonces habré roto otra vez con todos los Morente anteriores”, advierte, en una especie de reto a quienes se han acercado a su obra atraidos por el aura cool de sus emocionantes experimentos. La pasmosa naturalidad de sus balanceos entre la tradición más rigurosa y la ruptura ha llevado a algunos a llamarlo “el Picasso del flamenco”. Él prefiere considerarse un “gran loco”.

Hoy clausura la Bienal de Flamenco con un concierto preparado ex profeso para la cita. Un día antes, nos atiende por teléfono desde su casa de Madrid. La timidez, los ataques de prudencia, la concisión radical de sus respuestas (casi haikus del Sacromonte emitidos por un hilo de voz), también la discreta y exquisita cordialidad, se asocian para construir la imagen de un maestro indescifrable que valora por igual lo que se dice y lo que no.

–¿Me da algunas pistas sobre su actuación en el Maestranza?

–Lo que está más preparado es el final, una especie de réquiem por Mario Maya. El concierto irá en una línea de sobriedad.

–Era su amigo...

–Me impresionó muchísimo, a mí y a todo el mundo en la profesión. Sabía que estaba enfermo, pero la muerte nunca se espera.

–El concierto lo ha titulado Flashback. ¿Sabría decirme cuáles han sido los momentos más determinantes de su carrera?

–Bueno... Destacaría el próximo trabajo que vaya a hacer. A ver si con él me quedo contento y alegre. Por fin, alguna vez.

–¿Ninguno de los anteriores le dejó contento?

–La verdad es que no.

–¿Qué les faltaba?

–Muchas cosas. Por ejemplo, la capacidad de plasmar el sueño. Los trabajos se sueñan de una manera y luego salen de otro modo, como si funcionaran por sí mismos.

–Por eso dijo una vez que su corazón va más allá que sus manos...

–(Se ríe) Lo dije porque me habría encantado tocar mejor la guitarra. Efectivamente, soy un guitarrista frustrado. Y cantaor, de milagro.

–De usted se ha dicho de todo. Lo han definido como un renovador fundamental del flamenco, como un genio contemporáneo... ¿Abruma leer esas cosas de uno mismo?

–Sinceramente, comprendo que están hablando de otro.

–Usted afirmó que el tiempo juega a su favor...

–Y otras veces en contra...

–Quería saber a qué se refería exactamente. A veces, como cuando dijo que siempre va huyendo del pasado pero éste siempre le atrapa, da la impresión de que el paso del tiempo le obsesiona...

–El tiempo es muchas veces angustioso. Hoy vivimos todos en un mundo ajetreado: demasiados viajes, demasiados compromisos, y uno tiene tantos proyectos, tantas cosas por hacer. Al final estamos más solos que nunca.

–¿Qué le lleva a tomar tantos riesgos? Pienso, por ejemplo, en Omega, hoy un disco de culto, entonces (1996) bastante más desagradecido. Usted mismo admitió que se jugó su carrera de cantaor.

–Me lleva siempre la inseguridad.

–¿En qué sentido?

–Cuando uno se echa hacia adelante es porque no sabe uno cómo acertar consigo mismo. No se trata de hacer carrera, eso es una cosa diferente, aunque también importante y respetable. Es otra cosa, sí.

–Para muchos artistas, no sólo flamencos, la tradición es como un ancla, algo paralizante. ¿Cuál es su relación con ella?

–Se trata de traducir la tradición. La tradición es nuestra memoria, nuestros antepasados, los sonidos que no existen porque sólo están en el oído de quien los ha escuchado de quienes ya no viven. ¿Cómo traduces eso a un tiempo como el que vivimos? Ése es el proceso, una cosa muy angustiante.

–¿Se ha imaginado alguna vez alejado de los escenarios?

–Me veo demasiado dentro (risas).

–¿Y no le gusta?

–Ésa es la situación. Es como es.

–Y cuando está cantando, ¿qué es lo que más le gusta?

–Cuando consigo la concentración. También aprende uno a concentrarse y a inspirarse, pero no siempre se consigue.

–Dijo hace poco que estaba loco perdido con la electrónica...

–Me gusta muchísimo. Te ofrece posibilidades maravillosas, infinitas. Y, bueno, sin ordenador no podría haber preparado la parte del canto fúnebre para Mario.

–Es curioso que le admiren tan intensamente tanto los indies y como los flamencos...

–Me emociona mucho que en el mundo del pop y del rock se me considere amigo y familia, porque ahí está el sentimiento universal de la juventud, y es muy importante acercar a los jóvenes al flamenco. A veces los chavales me dicen: ‘Por Omega me aficioné al flamenco’. Joder, cómo no te vas a emocionar.

–¿Qué lugar cree que ocupa en el flamenco actual?

–(Largo silencio) Soy un buen aficionado.

–Lo que no le parece poco...

–Para mí es lo máximo. Pero ya me estoy echando demasiadas flores.

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