La playa isleña, la gran desconocida de la provincia gaditana, tiene por atractivo, además de sus aguas cristalinas y kilométrico arenal, poder contemplar la única fortaleza entre las aguas que existe en el Atlántico. Asomada al oceáno, en un escenario de azules, dorados y verdes intensos, se ‘esconde’ una de las últimas joyas de la costa de Cádiz; uno de esos enclaves paisajísticos, naturales e históricos, que se tornan en pura adicción para quienes tienen el privilegio, intencionado o accidental, de descubrirlo.
Una fina lámina de arena, dunas, agua, pinos y marismas, a la que han dado forma las mareas y los vientos, los de poniente y los de levante, y que se antoja pieza relevante, imprescindible, de ese espectacular y salinero puzle llamado Parque Natural de la Bahía de Cádiz.
Una playa que presume de tener las mejores condiciones para el bañista, con una bolsa de aparcamientos para 1.240 vehículos, 8 pasarelas para un cómodo acceso y 1 playa canina con 7 km de extensión.
Un enclave en el que relajarse y disfrutar de esas inolvidables jornadas de verano en compañía de familiares y amigos en los que pasear y dar rienda suelta a la imaginación por senderos que acuden al encuentro de lugares icónicos y de extrema belleza.
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