Cine

Ascenso y caída de Nicholas Ray

  • Ayer se cumplieron cien años del nacimiento del director de 'Rebelde sin causa' y 'Rey de reyes', entre otras

Con el título de su película más famosa podría hacerse un primer esbozo de Nicholas Ray pues, incluso cuando la suerte pasó su rollizo brazo por encima de sus hombros, fue un rebelde sin causa, sin meta, condenado a estrellarse a toda velocidad contra los muros de esa miseria general que todo lo vence. Debutó como director con Los amantes de la noche (1947) cuando la maquinaria hollywoodiense estaba en pleno apogeo -ningún nubarrón estropeaba aquel perpetuo fin de semana permanentemente soleado-, pero nunca se sintió integrado en aquella alegre comitiva, aunque se corriera sus buenas juergas y echara una y cien canas al aire durante lustros. Ray no dudaba en reconocer que, tanto como el dinero, en Hollywood sobraba el talento; lo escandaloso era la sola posibilidad de que el magnate de turno se jugara al póker quién habría de ser el director de su siguiente proyecto. Al final de sus días, lo dijo en estos términos: "Hice mis mejores películas en Hollywood, aun a pesar de Hollywood".

Al contrario de otros directores que parecen no haber hecho otra cosa en su vida nada más que ver películas, Raymond Nicholas Kienzle, nacido el 7 de agosto de 1911 en Galesville (Wisconsin), acumulaba no pocas inquietudes y una formación de primer orden. A los dieciséis años escribió y dirigió diversos programas para la radio, entonces en su edad de oro. Se licenció en Arquitectura por la Universidad de Chicago y llegó a ingresar en el selecto grupo de alumnos de Frank Lloyd Wright. Ray sostuvo que su preferencia por el cinemascope era influencia de este prestigioso arquitecto: "Me gusta la línea horizontal, y la horizontal era esencial en Wright". Nada pudo todo ello contra su gran pasión juvenil, el teatro. A los veinte años se marchó a Nueva York y allí colaboró con compañías de izquierdas promotoras de un teatro más cercano a las gentes, más vivo, y más preocupado por cuestiones sociales, más comprometido. Impartió clases, organizó grupos amateurs y trabajó como actor en montajes de Elia Kazan y Joseph Losey, luego, grandes directores también ellos. Fue además un estudioso de la música folk y un entusiasta del jazz.

En Hollywood, comenzó su andadura al tiempo que autores de la valía de Samuel Fuller, Robert Aldrich o Richard Brooks; aquella batería de cineastas conocida como la 'Generación de la violencia'. Ray y sus coetáneos tomaron el relevo de los grandes maestros de antaño (John Ford, Fritz Lang, King Vidor) al tiempo que renovaban las formas narrativas, se adentraban en otras realidades y abordaban nuevos temas; entre ellos, la violencia, de ahí la etiqueta. Según ellos, el cine debía ser más crítico y consciente de sí; más autocrítico, en suma. Ilustremos esto con una secuencia de En un lugar solitario (1949): el guionista Dixon Steele (Humphrey Bogart) está preparándole el desayuno a su novia, Laurel (Gloria Grahame). Ella le comenta que le ha encantado la escena de amor de su último guión; él responde: "Porque no están diciéndose constantemente lo mucho que se quieren. Una buena escena de amor debe tener algo más. Por ejemplo, ésta. Yo, partiendo el pomelo; tú, sentada cómodamente medio dormida. Cualquiera que nos viera comprendería que estamos enamorados". Mientras hacía cine, Ray estaba dándonos una lección de cine. Ésta y otras audacias, con todo, nada serían de no estar respaldadas por una fuerte personalidad. En un país que rinde pleitesía al triunfador, Ray gustó de apostar por el caballo perdedor desde su primera película. Se sentía en deuda con esos personajes que nunca las tienen todas consigo, los marginados, los olvidados, los malditos. Fue uno de los primeros directores en preocuparse por la problemática juvenil. En el discurso final de Llamad a cualquier puerta (1949), el abogado Andrew Morton (Humphrey Bogart) alza un dedo acusador contra esa sociedad que no ha dado ninguna oportunidad a su defendido, Nick Romano (John Derek), condenado a morir en la silla eléctrica con veintipocos años. Éste era también el tema de Rebelde sin causa (1955), un intenso drama humano cuyo sentido último ha sido diluido por la muerte de James Dean al poco del estreno y su ascenso al Olimpo. Rebelde sin causa es un apretado catálogo de temas recurrentes en Ray: la búsqueda de la propia identidad y de un lugar en el mundo; también la soledad, el desarraigo, la inadaptación y de cómo todo ello deviene semilla de destrucción. O de autodestrucción.

Estas cuestiones están abordadas con una escritura limpia, empero apasionada, cruzada de arriba abajo por zarpazos de un lirismo exacerbado, como en Johnny Guitar (1954), uno de los westerns más hermosos y anómalos de la Historia del Cine. A pesar del título, la protagonista es una mujer, Viena (Joan Crawford), que ama y odia con todas sus ganas, como si cada instante fuera el último porque ¡quién dice que no sea el último! En la memoria cinéfila permanece enquistada una secuencia no por muy referida, menos oportuna: Johnny (Sterling Hayden) le pide a Viena que le diga algo agradable: "¿Qué quieres que te diga?", pregunta ella. "Dime una mentira. Dime que me has esperado todos estos años, ¡dímelo!", y ella se lo dice: "Todos estos años te he estado esperando". Él insiste: "Dime que habrías muerto si yo no hubiera vuelto", y ella lo hace. Johnny insiste aún: "Dime que aún me quieres tanto como yo a ti", y Viena obedece antes de estrellar un vaso de whisky contra la pared. Es una secuencia de una intensidad insoportable. Los personajes imploran que se les diga lo que quieren oír, aunque sea mentira, pues mentiras hay, como la del cine, que exudan verdad.

Entre 1947 y 1963, antes de que cayera la fatídica gota que colma el vaso, Ray firmó veinte largometrajes. Aunque se viera venir, nadie imaginó un revés de la fortuna tan brutal. En los años previos, el director había tenido roces con una industria que perdonaba todo excepto la disidencia. Fue excluido de la posproducción de La verdadera historia de Jesse James (1956) o Muerte en los pantanos (1958), que es donde se remata -en el sentido de culminar o destruir- el material filmado, y decidió poner tierra de por medio. Iniciaba, sin saberlo, un largo exilio. Rodó Los dientes del diablo (1959) en Groenlandia y Canadá y, a continuación, recaló en España, donde fijó su residencia durante cuatro años, para poner en pie Rey de reyes (1961), una reconstrucción en clave humanista de la vida de Jesús que incluía un retrato comprensivo de un personaje tan ingrato como el de Judas, y 55 días en Pekín (1963). Durante el problemático rodaje de ésta, Ray sufrió agotamiento nervioso; no obstante, para quitárselo de encima, los mandamases le hicieron creer que había tenido un ataque al corazón. A partir de aquí, Ray se convirtió en uno de los típicos protagonistas de sus películas, un individuo hosco e inconstante, que busca sin encontrar.

Vivió asimismo una paradoja agria: conforme crecía su prestigio crítico, gracias sobre todo a las reivindicaciones de los críticos de Cahiers du Cinema, las puertas de la industria fueron cerrándosele una tras otra. En sus últimos años, mientras impartía clases en la Universidad de Nueva York, aceptó alguna intervención esporádica como actor, mientras los proyectos frustrados iban acumulándose. En 1978, tras serle diagnosticado un cáncer, decidió demostrar que no había exagerado al afirmar: "toda mi vida está compensada por la aventura del cine, que se confunde en última instancia con la aventura de mi propia vida". En colaboración con Wim Wenders, empezó el que habría de ser su testamento, Relámpago sobre el agua (1979), presentado como la historia de un hombre que quiere recuperar la autoestima antes de morir. No nos es dado pensar que no fuera ésta la meta; empero los resultados no pasaron del grado de tentativa. Relámpago sobre el agua es, a lo sumo, la crónica de una agonía. Ray fue consumiéndose ante el implacable ojo de la cámara y murió el 16 de junio de 1979 sin ver concluido el filme.

No se me ocurre epitafio mejor que las palabras que Jean-Luc Goddard escribiera en 1958, muy citadas también, pero también muy pertinentes: "Existía el teatro (Griffith), la poesía (Murnau), la pintura (Rossellini), la danza (Eisenstein), la música (Renoir). Pero desde ahora existe el cine. Y el cine es Nicholas Ray".

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