Crítica de Cine

Cuidados intensivos

La muerte, el dolor y el sufrimiento han tenido siempre gran y grave prestigio artístico, un prestigio redoblado aquí con el nombre del austriaco Arthur Schnitzler como autor de la novela adaptada por Fernando Franco en su segunda película tras la aclamada La herida, de nuevo con dos únicos personajes y repitiendo con unos mismos actores, Marian Álvarez y Andrés Gertrúdix.

No destripamos nada diciendo que Morir va precisamente de eso, de morirse, y de cómo la enfermedad y el deterioro físico y moral hacen mella profunda en la dinámica íntima de la pareja, observada aquí especialmente desde la perspectiva de quien cuida y acompaña al moribundo con abnegación y sacrificio. Franco se pone serio, que no solemne, pega la cámara a los cuerpos, aísla a sus dos únicos personajes del entorno y del fondo de la imagen y los acompaña en su particular deriva de tensión, mentiras, reproches, renuncias, miedos y ataduras camino de un desenlace anunciado.

Morir juega sus bazas de frente en un terreno harto difícil para el público, lejos de la mirada compasiva, sensible o conciliadora hacia el hecho rotundo de la muerte. El problema es que no sólo observa y acompaña ese trayecto con cierta neutralidad y distancia, intentando no caer en los tics del viejo melodrama. A pesar de su contención y de su notable esfuerzo, Álvarez y Gertrúdix tienen que hablar y actuar a veces más de la cuenta, decirse con palabras cosas que ya están dichas desde las imágenes, los silencios y los gestos, y es entonces cuando asoma levemente el artificio que impide palpar el auténtico desgarro, el cansancio verdadero.

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