Crítica 'Nadie quiere la noche'

Diablo sin dientes

nadie quiere la noche. Drama, Esp-Fra-Bul, 2015, 104 min. Dirección: Isabel Coixet. Guión: Miguel Barros. Fotografía: Jean-Claude Larrieu. Música: Lucas Vidal. Intérpretes: Juliette Binoche, Rinko Kikuchi, Gabriel Byrne, Matt Salinger.

Isabel Coixet prosigue su huida hacia delante por ese territorio impreciso del cine arty transnacional, fiel a la llamada del mejor postor (y no le faltan), dentro de una línea indefinida y pseudoculta, entre Estados Unidos, Europa y España, entre la comedia indie y el melodrama femenino, del thriller adolescente a la crisis de pareja en clave distópica.

Nadie quiere la noche parte de hechos y personajes reales para viajar al Ártico en 1908 de la mano de una tozuda y trémula Juliette Binoche cuyo personaje, Josephine Peary, encarna los valores coloniales del blanco aventurero, descubridor y altivo. Hasta allí va en busca de la gloria y de su esposo, el explorador y pionero en la conquista del Polo Norte Richard Peary, pero se topará con las tormentas y los aludes, con el frío, el hielo y la ventisca, con el silencio, la noche eterna y el escorbuto. Pero también con una joven inuit (Rinko Kikuchi) que come carne cruda y apenas balbucea las palabras justas en su idioma para hacerle saber que ambas han compartido lecho con el mismo hombre.

Nadie quiere la noche se mueve entre el paisajismo extremo (se trata, sobre todo, de filmar a Binoche vestida de época entre la nieve) y la intimidad del cartón piedra, con ese punto de corrección y relectura de la historia y los personajes en clave feminista e intercultural que tanto gusta (añadir a todo) a la Coixet.

Aunque la cosa aquí tiene mucho menos de descubrimiento antropológico, de verdadera aventura épica o de diálogo cultural que de complicidad elemental, simplificada y primaria entre dos mujeres que se descubren, reconocen y dan calor en una situación límite de supervivencia.

Sobrada de apuntes líricos en primera persona y de miradas al horizonte entre acordes elegíacos, Nadie quiere la noche se nos antoja como un filme romo, neutro y anestesiado, a mitad de camino de todas sus metas.

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