Crítica 'el ejercicio del poder'

Espléndido drama negro de conciencia y despacho

El ejercicio del poder. Drama, Francia/Bélgica, 2011, 115 min. Dirección y guión: Pierre Schoeller. Fotografía: Julien Hirsch. Intérpretes: Olivier Gourmet, Michel Blanc, Zabou Breitman, Sylvain Deblé.

Un inicio onírico (un sueño en el que una mujer desnuda, unos encapuchados y un cocodrilo crean y comparten el espacio de poder de un despacho ministerial) seguido por un guiño cínico (cuando suena de madrugada el teléfono en el Ministerio de Transportes los funcionarios de guardia -una mujer y dos hombres- se están montando un trío con fondo de música disco) ponen en alerta. Pero inmediatamente nos tranquilizamos. No va por esos derroteros la cosa.

Ha ocurrido un accidente de autobús en el que han muerto estudiantes. Despiertan al ministro en la madrugada. Acude con sus colaboradores al lejano y nevado lugar del accidente. Ve a los jóvenes heridos en estado de shock. Ve los cadáveres alineados bajo una carpa. Cuando las grúas alzan el autobús ve el cuerpo destrozado de una chica que había sido aplastada por él. La forma en que Pierre Schöller filma esta escena y el dolor que expresa con extrema contención Olivier Gourmet nos dicen que estamos ante una obra mayor que no va a incurrir en realismos mágicos o facilonerías para hacer su demoledora crítica al Estado (versión original) o al poder (traducción española del título original L'excercice de l'Etat).

El escritor, guionista y realizador Pierre Schöller ha escrito y filmado uno de los más complejos análisis del poder que se hayan visto en mucho tiempo. Con una riqueza de matices que hace verdaderamente humano -es decir, contradictorio- a su protagonista. ¿Cómo pueden sobrevivir la honestidad y la emoción en los engranajes de la política? ¿Hasta qué punto la vocación por la cosa pública obliga a aceptar indeseables juegos de imagen y de marketing político? ¿Poder, política, mentira, carencia de sentimientos y hasta corrupción deben ir fatal y necesariamente unidos? ¿Cómo se armoniza la personalidad normal -susceptible de emocionarse y de reaccionar ante las emociones- y la personalidad pública -que debe anteponer un supuesto interés de Estado a la honestidad, la verdad o los principios-? ¿Cuál es la relación entre los políticos y los medios en la era de la telepolítica y las redes sociales? Estas y otras muchas preguntas -algunas relacionadas también con la actual crisis, el paro, las privatizaciones y los servicios públicos- se plantean en esta película. Y todas se pueden condensar en un único momento: cuando el ministro contempla recogido y sobrecogido los cadáveres alineados bajo una carpa oye unos gritos; es una madre que, desesperada, lucha para entrar porque su hija está entre las víctimas. El ministro ve, oye, siente. Y ha de actuar después contra lo que ha visto, oído y sentido. En nombre del partido. En nombre del Estado. En contra de sí mismo, porque es un demagogo ambicioso y sin principios. O con pocos principios. Ayudado por un colaborador fiel, su secretario, tentado por un demonio mediático, su asesora de imagen, y presionado por otros ministros del Gobierno del que forma parte. Hasta ir convirtiéndose -como su asesora le advierte- en un objeto político no identificado. De esto trata esta película extraordinaria con la que he sido injusto: hay muchos otros momentos, muchos otros planos, que condensan el dilema moral y político del que trata, además del de la carpa de las víctimas. Si lo he destacado es porque los anuncia y los contiene a todos. Hay que añadir que el dilema político y moral del ministro está rodeado por una galería de personajes muy diversos que componen un retrato de la sociedad en la que el drama de despacho y conciencia (teñido de un humor negro de antigua caricatura política) se desarrolla.

Las interpretaciones de Olivier Gourmet y Michel Blanc son excepcionales. Sin que ello reste mérito a las de todo el reparto. Describirlas exigiría un abuso de adjetivos. Mejor verlas. Que una película tan inteligente, llena de matices y apasionante se estrene en una sola sala con dos años de retraso, pese a los premios recibidos en Cannes y en la edición de los César, puede tener algo que ver con la presión de las multinacionales y todo eso. Pero sobre todo tiene que ver con el público. Tiempo hubo en el que las películas europeas luchaban cuerpo a cuerpo con las americanas en las grandes salas de estreno. Si quieren que vuelvan esos tiempos, vayan a ver El ejercicio del poder. Es un ejemplo del mejor y más serio cine europeo. Las taquillas son las urnas de la democracia cultural.

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