Crítica 'Florence Foster Jenkins'

Extraordinario recital de Meryl Streep

Florence Foster Jenkins. Drama biográfico, Reino Unido, 2016, 110 min. Dirección: Stephen Frears. Guión: Nicholas Martin. Fotografía: Danny Cohen. Música: Alexandre Desplat. Intérpretes: Meryl Streep, Hugh Grant, Simon Helberg, Nina Arianda, Rebecca Ferguson.

Si esta historia no fuera real, sería el cuento más triste jamás escrito o la más dura fábula moral sobre el dinero y la posición social como condena. Florence Foster Jenkins fue un ser real que nació en 1868 y murió en 1944. Pese a ser de origen acomodado la falta de recursos limitó sus locas aspiraciones musicales, que también sus padres y su primer marido frenaban conscientes de sus nulas dotes para el canto. Para su desgracia logró la libertad personal divorciándose en 1902 y la económica tras la muerte de su padre en 1909. Empezó entonces el disparate, primero convirtiéndose en mecenas de la música fundando The Verdi Club y después dando sus horrendos conciertos, afortunadamente restringidos a un público de amigos y pelotas que por compasión o interés le seguían el juego. Su locura de autoengaño y su calvario de engañada culminaron tras la muerte de su madre en 1928, que le permitió emplear toda su herencia en proseguir con su carrera musical hasta culminar exhibiéndose más allá de sus círculos habituales en su desdichado y legendario concierto en el Carneggie Hall del 25 de octubre de 1944, cuando contaba 76 años. Murió pocos meses después, nadie sabe si a consecuencia de una enfermedad y sin ser consciente de su falta de dotes o si del sofocón ante la rechifla con la que el público y la crítica acogieron su concierto.

El dinero fue la clave de su tragedia. Dio alas -nunca mejor dicho: gustaba de actuar con una alitas angelicales que completaban los extravagantes trajes que ella misma se diseñaba- a su locura y la rodeó de quienes por compasión, como su segundo marido, favorecían el engaño, o de interesados que aplaudían sus desvaríos. Esta historia real, pero increíble de puro triste y grotesca, ha inspirado siete obras de teatro, unos cuantos documentales, una reciente película que la trataba en versión libre ambientándola en París -Madame Marguerite (20015) de Xavier Gianoli con Catherine Frot como intérprete- y ésta de Stephen Frears que adapta literalmente la peripecia de la desgraciada no-cantante en el último tramo de su vida.

Hay que decir que la película tiene un muy buen diseño de producción de Alan MacDonald y una igualmente buena dirección fotográfica de Danny Cohen, consagrado por El discurso del Rey, Los miserables, La habitación o La chica danesa. Hay que decir también que, además de un gran reparto de secundarios, cuenta con una excelente interpretación de Hugh Grant, a quien se daba por interpretativamente difunto tras haber repetido el mismo personaje cien veces y no haber rodado más de ocho películas -casi todas malas y con papeles secundarios- en los últimos diez años. Pero he aquí que resucita como un maduro, sobrio y convincente actor interpretando al compasivo segundo marido. Junto a él hace un buen trabajo Simon Helberg como el inclasificable pianista acompañante de Florence. Hay que añadir la estupenda dirección de un Stephen Frears que desde el giro al cine comercial de calidad que supusieron Las amistades peligrosas y Los timadores, allá por los lejanos 1988 y 1990, nos ha dado tardes de serena gloria contando con estilo clásico de maestro del cine de género historias siempre interesantes de terror clásico (El secreto de Mary Reilly, relectura del Jeckyll y Hyde de Stevenson), melodrama social realista (Liam) o sentimental (Negocios ocultos), comedia (Alta fidelidad) o biografías de los más dispares personajes (Mrs. Henderson presenta, Philomena, La Reina, El ídolo) a las que se debe sumar esta sobre Florence Foster Jenkins.

Pero dicho todo esto, que suma puntos positivos sobre la película, hay que añadir que su alma y su cuerpo, su vida y su pulso, son una soberbia Meryl Streep. Vuelve a demostrar que es la mejor actriz de su generación logrando crear un personaje a la vez grotesco y trágico, risible y conmovedor, insoportable y querible. Dominando el lujoso escenario que Frears le prepara, Streep logra poner al público a la vez en el lugar de Hugh Grant, su apesadumbrado y cariñoso protector, y de quienes se ríen de ella.

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