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Crítica 'Lejos del mundanal ruido'

Fría, esteticista y desequilibrada

lejos del mundanal ruido. Drama, Reino Unido/EEUU, 2015, 119 min. Dirección: Thomas Vinterberg. Intérpretes: Carey Mulligan, Matthias Schoenaerts, Michael Sheen, Tom Sturridge y Juno Temple. Guión: David Nicholls. Fotografía: Charlotte Bruus Christensen. Música: Craig Armstrong. 

Thomas Hardy (1840-1928) es un escritor tardío para la época: publicó su primera novela a los 31 años, tras trabajar como arquitecto. Pero recuperó el tiempo perdido y en solo tres años alcanzó el éxito suficiente para retirarse y dedicarse a la literatura. La novela que se lo permitió fue Lejos del mundanal ruido (1874), una de sus obras mayores. Influido por el materialismo pesimista de la época Hardy creó un mundo muy personal (hasta en los nombres inventados de ciudades y condados) en el que el choque entre pasión y razón, y entre libre albedrío y destino, desgarra a sus personajes en narraciones a la vez frías y apasionadas, naturalistas y románticas, oscuras y luminosas. Los finales son inevitablemente trágicos, como si los personajes que han luchado valerosamente para alcanzar la libertad se vieran sometidos a una predestinación antiquísima, mitológica, en la que se enlazan la tragedia griega y las leyendas celtas (final de Tess de los d'Ubervilles en Stonehenge). Este vivir con lucidez y pasión hasta el extremo las tensiones de un mundo que se deshacía da a sus novelas una extraordinaria modernidad, o más bien posmodernidad. No debe ser casual que aunque sus obras se filmaran desde 1915, las mejores versiones no se rodaran hasta que el cine moderno se acercara a él a través de realizadores formados en el Free Cinema (Schlesinger, Lejos del mundanal ruido, 1967), en los cines de las primaveras del Este (Polanski, Tess, 1979), en el documental (Los habitantes del bosque, 1997, única película de ficción de Phil Agland) y en el cine posmoderno (Winterbotton, Jude el oscuro, El perdón y Trishna, las dos últimas inspiradas en El alcalde de Casterbridge y Tess de los d'Ubervilles). En el caso que hoy comentamos el director procede del movimiento Dogma.

Se trata -primer problema- del irregular Thomas Vinterberg, adicto al tremendismo, la sordidez y el esquematismo (Celebración, It's All About Love, Submarino, La caza). El guión -segundo problema- lo ha escrito el novelista David Nicholls (Siempre el mismo día, Nosotros). El reparto -tercer problema- está presidido por una Carey Mulligan (Bathsheba) en torno a la que giran tres hombres interpretados por Matthias Schoenaerts (el pastor Gabriel), Tom Sturridge (el sargento Troy) y Michael Sheen (el señor Boldwood). ¿En qué consisten estos tres problemas? En la comparación con la magistral versión de 1967.

En la dirección hay un abismo del irregular y gélido Vinterberg al apasionado Schlesinger que creó entre 1965 y 1971 la asimétrica y conmovedora tetralogía conformada por Darling, Lejos del mundanal ruido, Midnight Cowboy y Domingo, maldito domingo. Schlesinger imprimió a la recreación de Hardy un raro aire a la vez victoriano, pop y free. En el guión hay un abismo del brillante pero superficial David Nicholls a Frederick Raphael, novelista de más fuste y autor de pocos pero magistrales guiones: Darling y Lejos del mundanal ruido para Schlesinger, Dos en la carretera para Donen, Daisy Miller para Bogdanovich y Eyes Wide Shut para Kubrick. Y en la interpretación hay un abismo de Matthias Schoenaerts a Alan Bates, de Tom Sturridge a Terence Stamp y, sobre todo, de Carey Mulligan a Julie Christie y de Michael Sheen a Peter Finch.

Quien no haya visto la versión de Schlesinger se encontrará con una película tipo serial de la BBC tuneada con detalles de autor, a ratos dirigida con fría corrección académica y a ratos excesivamente dada a excesos esteticistas que pueden rozar la cursilería o a gruesos brochazos pasionales. Como si Vinterberg, temiendo ser frío, exagerara. Como si su incapacidad para captar ese difícil equilibrio entre pasión y razón, o determinismo y libertad, que hace la compleja grandeza de Hardy le hiciera ir dando bandazos. Encontrará también buenas interpretaciones, especialmente la de Carey Mulligan, pero carentes de empatía.

La aproximación de Vinterberg a Hardy es sumisa en vez de libre, rígida en vez de respetuosa, esteticista en vez bella, confusa en vez de apasionada y melodramática en vez de trágica. Ni siquiera que la banda sonora de Craig Armstrong copie/homenajee la de Richard Rodney Bennet inyecta emoción. La diferencia entre ambas películas, además de en el talento, está en la sinceridad con la que uno y otro se acercan a Hardy. Y sinceridad, en cine, quiere decir coherencia formal, temática y emocional entre unas películas y otras en la obra de un realizador.

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