Embellecida hasta lo contraproducente, El sueño de Gabrielle adapta la novela Mal de piedras de Milena Agus para situarnos en el epicentro del torbellino de deseo y (paulatino) autoengaño de una mujer, Gabrielle, criada entre algodones en la campiña mediterránea y consciente de su singularidad y diferencia en un mundo de hombres, convenciones sociales y acuerdos familiares.
Gabrielle se percibe pronto como mujer distinta y deseante, como cuerpo convulso (su enfermedad, el mal de piedras, está indisociablemente unida a su estremecimiento sexual), y Nicole García (Place Vêndome, El adversario, Un balcon sur la mer) lucha por sacar a flote esta materia íntima entre estampas preciosistas (malickianas por momentos) y una trama que se expande a lo largo de 20 años en busca de ecos, regresos y alguna que otra trampa de punto de vista que confunde el foco sensorial y perceptivo de la mirada de Cotillard, hermosa y carnal como pocas veces la hemos visto, con las argucias del engaño o el retrato de la enajenación y el espejismo.
Así, El sueño de Gabrielle no es otro que el de la materialización de un deseo profundo, la experiencia sensorial de un estado íntimo y arrebatado por el que asoma levemente el discurso feminista de la novela romántica anglosajona y ese academicismo que deposita demasiada confianza en la belleza lírica del paisaje, el diseño de vestuario y los apuntes didácticos sobre un pasado histórico que reúne a exiliados españoles y soldados de la guerra de Indochina.
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